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Garzón o la industria cárnica: ¿Quién dice la verdad? Guía para averiguarlo

23 de julio de 2021 22:28 h

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La industria cárnica está furiosa por un vídeo en que Alberto Garzón invitaba a reducir el consumo de carne, especialmente la procedente de ganadería industrial, por motivos de salud y medio ambiente. Hay políticos que lo acusan de mentiroso y que piden su reprobación. Quien lea la Carta Abierta de seis organizaciones interprofesionales del sector cárnico recibirá un aluvión de datos supuestamente procedentes de fuentes de la máxima solvencia científica que contradicen a los del ministro. Es fácil concluir que, o la ciencia estaría del lado de la industria cárnica, o se confirmaría eso de que “los científicos no se ponen de acuerdo entre ellos” y cada cual puede elegir la teoría que más le convenga. Pero, ¿es así?

Después de evaluar artículos que optaban a su publicación en una veintena de revistas científicas internacionales, hay dos primeros pasos que recomiendo para averiguar por tus propios medios si un documento es creíble, sin tener que fiarte de ninguna otra opinión: comprobar si las fuentes que cita realmente dicen lo que el documento dice que dicen, y examinar si la lógica interna del documento es consistente. Quien intente aplicar la primera de estas operaciones a la Carta en cuestión lo tendrá difícil, porque, si bien menciona muchas fuentes, en ningún caso da la referencia completa ni el enlace, pero en esto te ayudará este post.

Ganadería y clima: Qué dice realmente Science

Si abres la Carta Abierta de la industria cárnica y te diriges a la segunda parte del tercer punto, encontrarás una afirmación que puede llamar especialmente la atención, porque la atribuye a un artículo en Science, una de las dos revistas científicas más influyentes del mundo junto a Nature.

Al dato recogido por Garzón de que un 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero responsables del cambio climático se deben a la ganadería, responden que, según un artículo publicado por Poore y Nemecek en Science en 2018, el sistema alimentario está detrás del 26% de tales emisiones, de las que solo un tercio se deberían a “la ganadería y la pesca”. El artículo lo encontrarás aquí. Efectivamente, en la primera página atribuye el 26% de las emisiones a la alimentación. En cambio, el artículo no menciona la pesca, pero encontrarás algo muy parecido a eso de “la ganadería y la pesca” si vas al tercer parágrafo de la última columna de la cuarta página. En caso de que sepas inglés puedes leerlo directamente, y, si no, siempre puedes copiarlo y utilizar un traductor automático. En cualquier caso, verás que pone que los productos de la ganadería y la acuicultura representan un 56-58% de las emisiones debidas a alimentación a pesar de aportar solo el 37% de la proteína y el 18% de las calorías. Pienses lo que pienses de la carne, supongo que estarás de acuerdo en que 56-58% no es una tercera parte. Y, si haces el cálculo, verás que un 56-58% de un 26% es 14,56-15,08%. En caso de que te preguntes si pesa mucho eso de incluir la acuicultura, puedes restar el 0,45% que representa (página vi de FAO 2019), lo que da 14,11-14,63%, o sea, pocas décimas más o menos, el 14,5% de Garzón, que, por cierto, no es una cifra que el ministro se encontrase debajo de una seta, sino que sale de un informe de la FAO (2013, p. 14).

Ya que tienes a mano el artículo de Science indicado por la industria cárnica, puedes echar un vistazo a la figura 1, que compara los impactos ambientales de distintos tipos de alimentos (pero fíjate bien en las escalas porque no todas son iguales), con resultados clarísimos. Como ponen los autores en el resumen al principio del artículo, “los impactos de los productos animales de menor impacto típicamente exceden a los de los sustitutos vegetales, lo que da nueva evidencia de la importancia del cambio de dieta”.

Más cifras por el mismo concepto (o no)

Al mismo tiempo y en contradicción con la cifra que falsamente atribuye a la revista Science, la Carta también contrapone al 14,5% que indica Garzón de emisiones por ganadería un 5,8%, citando varias referencias, que pueden resumirse en una, puesto que se trata de una estimación que la web Our World in Data (2020) recogió del proyecto Climate Watch de la ONG WRI. Al distribuir las emisiones globales en distintas partidas, la ONG asigna un 5,8% a una que, para simplificar, llama “ganado y estiércol”. Sin embargo, al final del post de Our World in Data se clarifica que este número no incluye los impactos de pastos y piensos. En cambio, la cifra de la FAO recogida por Garzón se refiere a toda la cadena de suministro (FAO 2013, p. 14). De entrada es ambiguo cuando Garzón habla de la parte de emisiones que “proviene de la ganadería”, pero su vídeo menciona explícitamente el pienso.

La Carta también dice que, en el caso de España, la proporción de emisiones debidas a ganadería sería de un 7,8% según el inventario del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico. Si miras el inventario en cuestión (p. 355) verás que esta cifra se refiere únicamente a “fermentación entérica” y “gestión de estiércoles”, omitiendo de nuevo las demás emisiones (y que, por cierto, muestra una cierta tendencia creciente en años recientes). En cambio, la propia Carta incluye toda la cadena de suministro cuando afirma que principalmente gastan agua de lluvia y por lo tanto no sería problema, lo que analizo más abajo.

Una vez aclarado que estamos hablando de cifras por conceptos distintos y es falaz compararlas, alguien podría preguntarse cuál de dichos conceptos es el relevante. No sé tú, pero yo, como consumidor preocupado por el clima, lo que quiero saber es el total de emisiones en que se ha incurrido para que un producto llegue a mis manos, no las de una sola etapa de la cadena de suministro. No olvidemos que estamos hablando de una propuesta del ministro de Consumo a las personas consumidoras. Lo mismo piensa la propia autora del post de Our World in Data citado en la Carta, que, en otro post da datos del total y concluye que “los alimentos de origen vegetal comportan menos emisiones que la carne y los lácteos, se produzcan como se produzcan”. Todo esto nos devuelve al criterio de la FAO, Science y Garzón.

¿Quién tiene derecho a contaminar?

La Carta argumenta también que “el 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) procedentes de la ganadería en el mundo provienen de los países en vías de desarrollo (FAO, 2017)”. Efectivamente, la FAO (2017) da unas cifras de emisiones debidas a la ganadería por bloques de países, y si agrupamos dichos bloques según la mayoría de sus integrantes correspondan a lo que (de forma muy discutible) suele llamarse “países desarrollados” o “países en desarrollo”, sale un 79% de emisiones de los segundos. O sea, concretamente por producción ganadera, el 15% de la población mundial albergaríamos en nuestros países el 21% de las emisiones. (Nuevas observaciones apuntan a un porcentaje mucho mayor, pero me ceñiré a la fuente señalada en la Carta. Puedes comprobar los datos poblacionales aquí).

Se trata de una muestra de desigualdad, pero, a primera vista, menor que para otras fuentes de emisiones. Más allá de las cifras, te invito a intentar entender qué lógica hay detrás de usar esta estimación para oponerse a que aquí reduzcamos el consumo de carne para mitigar el cambio climático. Quiero suponer que ninguna, porque lo contrario me llevaría a concluir que, según las organizaciones de la industria cárnica, tendríamos derecho a emitir más per cápita que los países “en desarrollo”, en cada uno de los sectores económicos independientemente, y que el nivel actual de desigualdad no sería suficiente…

Por si acaso alguien que lea esto realmente estuviese a favor de más desigualdad, añadiré que, normalmente, cuando más se agrupan los datos más pequeña parece. Si sale tanta emisión para los países “en desarrollo” es básicamente por un único factor: la especialización de algunos países suramericanos en ganado bovino. Estos mismos datos nos dicen, para los países “en desarrollo” excluyendo Latinoamérica, que un 76% por ciento de la población alberga en sus países el 54% de las emisiones debidas a ganadería.

Es decir, no es que no haya una gran desigualdad, sino que lo que pasa es que, específicamente para este sector, algunos países sudamericanos están en el grupo de países de alto impacto per cápita. Sin abundar en el tema, añadiré, por respeto a tantas personas de dichos países, que todavía se encuentra más desigualdad si pasamos de países a personas. En el caso de la Amazonia brasileña, la gran cabaña bovina no es más que un indicador del poder de una minoría de grandes propietarios ganaderos para arrollar a las comunidades locales, a pueblos indígenas y a los demás seres de la selva. Además, estos datos se refieren a producción. Una parte de esta producción se exporta: Greenpeace Brasil (2020) evidenció que España está entre los países destinatarios de carne procedente de la deforestación amazónica e identificó a 27 de las empresas importadoras. Naturalmente, la propuesta de reducir nuestro consumo también atañe a esta carne, y la debería afectar especialmente.

 

Metano

La Carta alega unos supuestos motivos para dar poca importancia a las emisiones de metano. Antes de pasar a escudriñarlos, permítaseme notar que el metano representa el 45% de las emisiones debidas al consumo de productos ganaderos (FAO 2013, p. 15), por lo que un 55% quedan al margen de esta discusión. Para empezar, la Carta asegura que “solo” un 27% de las emisiones globales de metano serían debidas al sector agropecuario, sin mencionar ninguna fuente. Un informe recién publicado del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (y comentado en El Caballo de Nietzsche) le asigna un 40% (UNEP 2021, p.9).

La Carta señala que el metano, a diferencia del CO2, solo permanece 12 años en la atmósfera. Cierto, pero, mientras está, su impacto es mucho mayor al del CO2. Para sumar CO2 con metano, se cuenta el impacto por molécula a lo largo de un siglo desde el momento de su emisión. Cuando la FAO publicó el informe en el que presumiblemente se basa Garzón, asumió que cada molécula de metano valía por 25 de CO2 (FAO 2013, p. 106), que era lo estándar hasta hace poco. Incorporando ciertos efectos indirectos, sería más plausible un valor entorno a 34, por lo que el 14,5% de emisiones que la FAO y Garzón atribuyen a los productos ganaderos debe ser, a fin de cuentas, una subestimación. Además, el IPCC (2018) concluyó que, para limitar el calentamiento a 1,5 grados, es indispensable reducir las emisiones netas de CO2 a cero pero también reducir sustancialmente las emisiones de otros gases, especialmente metano (ambas cosas, p. 95), lo que necesariamente involucrará al metano agropecuario (p. 96).

Al considerar el tiempo que el metano permanece en la atmósfera, la Carta deriva a una conclusión curiosa: “Este metano forma parte de un ciclo biogénico (se transforma en CO2 y H2O en 12 años), que pasa a ser absorbido por las plantas en las fotosíntesis. Con censos ganaderos estables, no aumentamos el CO2 en la atmósfera a lo largo del tiempo, por lo que no contribuimos al calentamiento como lo está haciendo el consumo de combustibles fósiles”. Aquí hay varias cosas que fallan. Primero, que la ganadería actual conlleva emisiones de CO2 además de metano (FAO 2013, p. 15). Aún más importante es que, por lo mencionado en el parágrafo anterior, hay consenso científico en que el gran problema de las emisiones de metano es su contribución a la concentración de metano y no su contribución más tardía al CO2. Podríamos intentar salvar la base de su argumento tomando la frase “Con censos ganaderos estables, no aumentamos el CO2 en la atmósfera a lo largo del tiempo” y cambiando “CO2” por “metano”. Efectivamente, al cabo de pocas décadas de emisiones constantes, el metano dejaría de aumentar. Sin embargo, ya hay demasiado metano. Pero, sobretodo, este argumento tiene, en cualquiera de sus versiones, un fallo trivial, y no hace falta saber nada de climatología para darse cuenta: ¡la premisa “Con censos ganaderos estables”! Según la FAO, la producción cárnica española se multiplicó por 11 entre 1961 y 2019, momento en que seguía creciendo a toda velocidad (aquí puedes ver el gráfico hasta 2018).

 

Agua

La Carta indica que el 90% del agua usada en la producción de carne es agua de lluvia, sin citar fuentes. Es correcto según un artículo de referencia de donde podría proceder el dato, aunque para la ganadería industrial estima un valor de 80%, admitiendo además que es una sobreestimación porque los cálculos no incluyen el agua necesaria para diluir los purines animales (que se contabiliza en una categoría distinta, incluso cuando el agua de lluvia hace esta función). Precisamente, el enorme volumen de purines conlleva una grave contaminación de nuestros acuíferos (que motivó un expediente sancionador de la CE), independientemente de cuán mayor pueda ser la cantidad consumida de agua de lluvia. Además, un gran consumo de agua es preocupante hasta cuando procede de la lluvia, porque, en este caso, suele implicar una apropiación de espacio y agua (por ejemplo para cultivar piensos) que deja de estar disponible para los ecosistemas naturales o para cultivos destinados a consumo humano. Por el gran consumo de agua que conlleva la ganadería, el mencionado artículo concluye que “gestionar la demanda de productos animales promoviendo el abandono de las dietas ricas en carne será una parte inevitable de la política ambiental de los gobiernos”.

 

Más sobre carne y medio ambiente

Antes de seguir analizando lo que dice la Carta, añadiré algunos datos. Para empezar, que el IPCC, que es el organismo de referencia sobre cambio climático para la comunidad científica y los gobiernos, resume en una gráfica (IPCC 2019, p. 488) el impacto climático de distintas dietas, y la vegana es la que lo tiene más positivo.

La base de muchos problemas ambientales de la carne es que, por supuesto, los animales comen, y aunque padezcan vidas breves y confinadas (factor clave para la supuesta eficiencia de que se vanaglorian los firmantes de la carta), consumen energía, por lo que solo una pequeña parte de lo que comen llega a quien se los come. En el caso de los cereales, un 41% de la producción mundial y un 78% de la española se usan para pienso. Además, no bastándole la cantidad ingente que le suministra nuestra agricultura, el volumen de pienso que importa la industria cárnica española es aun mayor. Puede imaginarse la magnitud de los impactos sobre el ambiente y la seguridad alimentaria. Se trata de un problema principalmente de la ganadería industrial, pero una ganadería más tradicional solo podría abastecer una parte muy reducida del consumo actual.

Gran parte del pienso importado viene de Brasil, donde estos cultivos son el gran motor de deforestación amazónica junto a la producción bovina, con impactos ambientales y sociales inenarrables, para nada limitados a emisiones de gases de efecto invernadero. Además, como las selvas producen sus propias lluvias, la deforestación está acercando a la Amazonia oriental a un punto de no retorno en que sería incapaz de sostenerse a si misma. Si no frenamos antes de alcanzar este umbral, al drama regional se le sumará una aportación de CO2 a la atmósfera de casi una quinta parte de todo el CO2 que nos queda para emitir en el futuro para no superar los 1,5 oC, lo que dejaría bien corta la estimación de 14,5% de emisiones por consumo de productos ganaderos.

La buena noticia es que, con una dieta vegana o con un un contenido bajo de alimentos de origen animal, no solo podemos evitar tales impactos sino que, según un estudio en Nature Communications, se podría abastecer con agricultura ecológica a toda la población humana proyectada para 2050 sin ampliar la superficie agrícola.

Antibióticos

Otro frente de la confrontación es si hay abuso de antibióticos en la ganadería española. Cada administración de antibióticos a un humano o a un animal de otra especie da una oportunidad a las bacterias para desarrollar resistencia a estos e inutilizarlos. Gran parte del problema viene de la ganadería industrial (véase la p. 449-450 de este artículo en Nature Sustainability). La SEIMC (p. 3) estima que en 2018, tan solo en España, bacterias con resistencias múltiples a antibióticos ya infectaron a 180.600 personas (conozco a algunas) y mataron a 35.400, una cifra 30 veces superior a la de víctimas de accidentes de carretera. De mantenerse la tendencia, no solo volverán a proliferar las enfermedades bacterianas de antaño, sino que podemos dejar de disponer de condiciones asépticas, por ejemplo para operaciones.

La Carta niega que haya un abuso de antibióticos, recordando que su aplicación como estimulantes del crecimiento se prohibió en la UE y que se ha reducido sustancialmente su uso en la ganadería española, y dando a entender que solo se recurre a ellos cuando es indispensable para curar enfermedades por el bien de los animales y quienes los consuman. En efecto, la UE está tomando medidas para reducir el uso de antibióticos en ganadería. Además de la prohibición mencionada, a partir del próximo año será también ilegal su uso profiláctico (un tercer uso, aparte del terapéutico y del de estimulación del crecimiento, que la Carta no menciona), y los gobiernos (incluido el español) están implementando numerosos controles. En este contexto, el último análisis comparativo de la Agencia Europea del Medicamento (EMA 2020, p. 42) muestra una tendencia general a la reducción del uso de antibióticos por kilo de alimento producido, sin excluir a España. La reducción en España es efectivamente notable tanto en proporción a los kilos producidos como en total, lo que es positivo. Sin embargo, es necesario introducir algunos matices muy importantes.

Para empezar, las cifras que se dan en la Carta son engañosas. Esta atribuye al informe de la AEMPS una reducción del 13,6% en 2019 y del 58,8% entre 2014 y 2019. En AEMPS (2020, p. 19) se constata que estas cifras son aproximadamente correctas para las ventas de los laboratorios a las distribuidoras, presumiblemente anticipando una reducción obligada del consumo final en los próximos años. Sin embargo, en la misma página se indica una demanda para usos ganaderos en 2019 un 22% mayor que las ventas de los laboratorios, demanda que las distribuidoras cubrieron vendiendo stocks, siendo la reducción de consumo final en 2019 de un 3,7%, no un 13,6%. No hay datos de las distribuidoras para 2014, pero la reducción de la producción sugiere que la reducción del consumo a lo largo del quinquenio, aunque se haya exagerado en la Carta, no fue desdeñable. Sin embargo, hace falta contextualizar esta observación. El punto de partida de España era un uso extremo en comparación con la mayoría de países de la UE y del mundo, y sigue siéndolo (con la consiguiente contribución a la mortalidad global por bacterias resistentes, actual y futura). El informe de la EMA (2020, p. 42) muestra que España todavía es el tercer país de la UE que más antibióticos aplica por kilo. Casi duplica la media europea, según el propio informe de la AEMPS citado en la Carta (p. 19).

Estos últimos datos hacen difícil de creer que no siga habiendo un abuso sistemático de antibióticos, y tampoco lo hacen pensar las declaraciones de la Jefa del Área de Higiene Ganadera del Ministerio de Agricultura, quien delata que siguen administrándose a animales sanos y que hay un uso preocupante de antibióticos considerados críticos por el altísimo riesgo para la sanidad humana que comporta su aplicación al ganado. Además, si realmente se hubiese llegado al punto en que el uso de estos fármacos fuese el mínimo indispensable para la salud animal, y no se pudiese reducir más ni siquiera mejorando las condiciones de vida de los animales en las granjas, solo quedaría una forma de seguir reduciendo su uso: consumir menos alimentos animales, especialmente los de ganadería industrial, que es lo que propone la campaña en cuestión.

 

Más sobre salud

El coste epidemiológico de la industria cárnica no se limita a la resistencia a los antibióticos. Hace años que la comunidad epidemiológica advierte del riesgo de una pandemia comparable a la de la COVID-19, provocada por alguna nueva cepa de virus de la gripe surgida de alguna granja porcina o aviar, probablemente industrial (si tienes acceso puedes leer este artículo en Investigación y Ciencia; encontrarás más referencias, por ejemplo, aquíaquí y aquí). Continuamente hay avisos, como el brote este mismo febrero en Rusia. Vivir cerca de una macrogranja no suele compararse a vivir cerca de una central nuclear, pero queda claro que se trata de instalaciones de riesgo. Entre ganadería y caza, las nuevas enfermedades víricas suelen deberse al consumo de alimentos de origen animal (como recuerda este comentario en una de las revistas Lancet).

La Carta también reacciona al consejo médico de limitar el consumo de carne por su efecto directo sobre la salud, asegurando que los niveles de salud en España ya son mejores que en muchos otros países. Cierto, pero, ¿por qué no seguir mejorando?

 

Epílogo

Jamás me había imaginado defendiendo a un ministro, ni siquiera puntualmente, pero es que tampoco me esperaba a ningún ministro diciendo unas verdades tan incómodas en un asunto crucial para nuestro futuro y el del resto de las especies, ni siendo tan vilipendiado públicamente por no mentir a la ciudadanía, no vaya a ser que esta decida actuar de forma responsable si se le deja conocer la verdad. De todas formas, lo que más cuenta no es mi posicionamiento sino los hechos, y espero haberlos ayudado a hablar por sí mismos. Ante la evidencia, me pregunto qué credibilidad puede darse a cualquier dato procedente de la industria cárnica, se piense lo que se piense sobre la carne.

Por otro lado, en este y en tantos temas, suele haber una consideración que mucha gente antepone a cualquier otra, y que lleva a personas trabajadoras a alinearse con patronales: las implicaciones inmediatas sobre el mantenimiento de los puestos de trabajo (otro asunto es el diferido, puesto que sin sostenibilidad poco se puede mantener). Afortunadamente, si, a la vez que reducimos en picado el consumo de alimentos de origen animal (que es mucho más de lo que pide Garzón), la producción pasa a hacerse por procedimientos más sostenibles, es probable que no sobre personal en el campo sino que falte, y además ya no será para ocupar los empleos precarios y psicológicamente devastadores que abundan en mataderos y macrogranjas. Mientras la gente abrazamos una alimentación más sana, respetuosa y sustentable (y, por qué no, agradable), y considerando que el sector agropecuario recibe más de un tercio del presupuesto de la UE, pueden redirigirse subvenciones a acompañar a quienes trabajan en el sector en una transición no traumática hacia un modelo que nos aleje de las pandemias, la destrucción ecológica, la crisis climática y el sufrimiento animal.

La industria cárnica está furiosa por un vídeo en que Alberto Garzón invitaba a reducir el consumo de carne, especialmente la procedente de ganadería industrial, por motivos de salud y medio ambiente. Hay políticos que lo acusan de mentiroso y que piden su reprobación. Quien lea la Carta Abierta de seis organizaciones interprofesionales del sector cárnico recibirá un aluvión de datos supuestamente procedentes de fuentes de la máxima solvencia científica que contradicen a los del ministro. Es fácil concluir que, o la ciencia estaría del lado de la industria cárnica, o se confirmaría eso de que “los científicos no se ponen de acuerdo entre ellos” y cada cual puede elegir la teoría que más le convenga. Pero, ¿es así?

Después de evaluar artículos que optaban a su publicación en una veintena de revistas científicas internacionales, hay dos primeros pasos que recomiendo para averiguar por tus propios medios si un documento es creíble, sin tener que fiarte de ninguna otra opinión: comprobar si las fuentes que cita realmente dicen lo que el documento dice que dicen, y examinar si la lógica interna del documento es consistente. Quien intente aplicar la primera de estas operaciones a la Carta en cuestión lo tendrá difícil, porque, si bien menciona muchas fuentes, en ningún caso da la referencia completa ni el enlace, pero en esto te ayudará este post.