No se recordaba un ataque así a la cultura gastronómica de Francia desde que Pixar hizo de una rata el mejor cocinero del país. Decía la simpatiquísima Rémy en Ratatouille que “el cambio es nuestra opción y se inicia cuando se decide”. Pues bien, alguien en Francia ha decido cambiar un poco las cosas.
El caso es que la nación que inventó el croissant y la Guía Michelin –aunque este año ha dejado de ser el país con más estrellas– aborda a las puertas de Navidad un incendio en la place publique después que el alcalde de Lyon haya prohibido el foie gras en las recepciones, banquetes y comidas municipales. Un producto, el foie gras, que en Francia ha recibido con acierto la etiqueta de “vergüenza nacional”.
Fueron estas palabras de Sandra Krief, concejal del Partido Animalista de Grenoble, las que consiguieron que su ciudad fuera la primera del país en expulsar el foie del consistorio y los colegios en 2014: “Es un producto basado en las peores prácticas posibles. No es una tradición nacional, sino una vergüenza francesa continuar con la producción de foie gras”.
Detrás de Grenoble –160.000 habitantes– han ido Estrasburgo –280.000–, Villeurbanne –150.000– y Besanzón –120.000–, cuyos alcaldes y alcaldesas ecologistas han optado también por ponerle coto al foie. La gran sorpresa la dio hace unos días el alcalde de Lyon, Grégory Doucet, que representa a más de medio millón de ciudadanos y ha decidido no solo prohibir el foie gras en las recepciones del Ayuntamiento, sino instar a los chefs de su ciudad a suprimirlo de las cartas y menús. Ojo, y no lo hace porque el covid no sé qué o el colesterol no sé cuántos: “El foie-gras va completamente en contra del bienestar animal”.
En resumen, municipios 'verdes' franceses que hacen una llamada a boicotear el foie. Aunque sea un gesto tibio –luego veremos otras políticas que sí van a la raíz–, situar el debate en la opinión pública y enfocarlo con una perspectiva no antropocéntrica –renunciar al privilegio de comer foie gras por el bien de los animales palmípedos, no humanos– nos sirve para reflexionar sobre una de muchas costumbres bárbaras y superfluas que nos anclan al especismo banal: nadie, absolutamente nadie en el mundo, necesita alimentarse del hígado hipertrofiado de una oca. Que además, por cierto, es un manjar carísimo.
¿Pero qué tiene de malo el foie? ¡Está buenísimo!
Cada año, millones de patos y ocas son sometidos a una tortura horrible para obtener esta delicatesen. Se puede hablar de tortura y maltrato porque aquí no hay debate: el foie gras es el resultado de provocar a ocas y patos esteatosis hepática, una enfermedad del hígado que les provocaría la muerte de no ser porque mueren degollados antes.
Sin entrar en mucho detalle, a estos palmípedos se les confina en jaulas diminutas y son alimentados a la fuerza varias veces al día con una sonda. La sonda consiste en un tubo de metal que se les clava violentamente en la garganta hasta el estómago, forzándolos a tragar hasta medio kilo de papilla de cereal en seis segundos. A escala humana estamos hablando de 12 kilos de comida. Las ocas y patos no aguantan más de dos semanas.
Sobra decir que este método de alimentación tan brutal a menudo causa lesiones dolorosas en el pico y la garganta, en los órganos internos del ave y, como resultado, su hígado se hincha hasta diez veces su peso normal. Este órgano enfermo se vende con el nombre de foie gras y su consumo se dispara en Navidad, cuando todo el mundo sabe que somos mejores personas.
No me voy a extender más en esto porque las palabras no bastan y tampoco es mi intención inundar el artículo de imágenes para no dormir. En este vídeo –aviso, muy explícito– se puede hacer una idea de lo absurdo y atroz del proceso para obtener foie gras y, si quiere indagar más sobre la cuestión, la “controversia sobre la elaboración de foie gras” es un buen punto de partida.
Un alimento prohibido por algo
En Europa la producción de foie gras es ilegal en todos los países salvo en cinco –Bélgica, Francia, Bulgaria, Hungría y... España– y en algunos sitios van más allá y prohíben o quieren prohibir su importación, como en Nueva York, el Reino Unido y la India. Tampoco es legal la alimentación forzada en California, Israel y Argentina, entre otros, pues hay que tener una miopía moral de escándalo para declarar el foie gras patrimonio cultural, como hizo Francia en 2006. España, por cierto, hizo lo mismo con los toros en 2013.
Volviendo a los patos, bien pensado, muy salvaje tiene que ser la tortura del foie gras para que esté prohibido en tantos países y, además, con el argumento del bienestar animal y no el de la salud pública. O sea, bajo los “elevados” estándares europeos de bienestarismo ya se permiten auténticas barbaridades –gallinas hacinadas, macrogranjas porcinas, triturar pollos vivos de hasta 72 horas de vida, y un doloroso etcétera–.
Al parecer, la alimentación forzada cruza alguna línea roja de la Unión Europea y en julio de 1998 publicó una directiva en cuyo anexo se puede leer que “no se suministrará a ningún animal alimentos ni líquidos de manera que les ocasionen sufrimientos o daños innecesarios”.
Los cinco países europeos –con tradición e intereses económicos de por medio– que no se sienten interpelados por esta directiva interpretan, supongo, que el sufrimiento y daño que ocasionan a las ocas son necesarios, en efecto, para obtener foie gras. O, más simple aún: “El pato no sufre”. Y a otra cosa.
Porque, no nos engañemos, tres de cada cuatro franceses servirán foie gras en sus cenas navideñas –según, eso sí, una encuesta de los productores de foie–. Francia sigue y seguirá siendo el mayor productor y consumidor de foie gras del mundo y el sector sobrevivirá a la crisis que atraviesa por la pandemia, la subida de los precios de los cereales y la gripe aviar.
Pero –permítame el optimismo– si hasta la Lyon de Paul Bocuse que Curnonsky convirtió en la capital mundial de la gastronomía es capaz de ver las cadenas del especismo banal, es que algo estará cambiando. Toda la presión se traslada ahora a Burdeos, donde manda el único alcalde de Los Verdes que aún no ha movido ficha. Pero me temo que ahí, en Burdeos, hay demasiado pato y demasiada oca.
Nota: Este autor ha descubierto hoy que los franceses veganos han creado el 'faux gras', que suena y sabe parecido al foie gras, y también que la película Ratatouille tiene una preciosa lectura antiespecista.