Opinión y blogs

Sobre este blog

Marguerite Yourcenar, animalista y ecologista

Teo Sanz

Marguerite Yourcenar (1903-1987), primera mujer que ocupó un sillón en la Academia Francesa de la Lengua, fue una gran escritora comprometida con la causa de los animales. No sólo se percibe su sensibilidad hacia ellos en su obra, sino que manifestó públicamente su apoyo a la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, proclamada por la Liga Internacional de los Derechos del Animal en 1978 en la sede de la UNESCO en París. También la conciencia ecológica fue una de sus principales preocupaciones. Entrevistada por Matthieu Galey en los años ochenta, responde a sus preguntas sobre la ecología refiriéndose al sombrío panorama que, ya a principios del siglo XX, pintaban algunas mentes clarividentes, como el geógrafo Schrader. Yourcenar afirma que todas las catástrofes que entonces se vaticinaban serán aún peores, dado que encaminándose al siglo XXI, el panorama es terrorífico: lluvias ácidas, contaminación de ríos y mares por el mercurio y los residuos químicos y atómicos, desaparición de miles de especies animales, uso generalizado de pesticidas, mareas negras, destrucción de la capa de ozono, etc. Yourcenar no cesó de llevar a cabo una actividad pública favorable a las asociaciones defensoras del planeta, hasta el punto de que, con 84 años, un mes antes de su muerte, en su penúltima conferencia, titulada 'Si aún queremos salvar la Tierra' e impartida en la Universidad de Laval, en Canadá, habla de “extravío de la conciencia humana” y subraya que “la fórmula Tierra de los hombres es extremadamente peligrosa, ya que la Tierra pertenece a todos los seres vivos y nosotros pereceremos con ellos y con ella”. Esta convicción se encuentra presente en su imaginario literario ficcional, en sus ensayos y entrevistas y en su amplia obra autobiográfica donde, de una manera o de otra, alude a sus preocupaciones fundamentales: el problema ecológico, las guerras, el racismo, el comercio de marfil, las granjas-factoría, la industria peletera, la matanza de focas, la vivisección y la caza.

La “compasión universal” se sitúa en el centro de la ética yourcenariana. De ahí que, desde muy temprano, se muestre sensible al espectáculo del dolor de los seres vivos que poseen, según sus propias palabras en Recordatorios, “el sentido de una vida encerrada en una forma diferente”. En una carta de 1957, Yourcenar felicita a la escritora y poeta Lise Deharme por su defensa de los animales, “por haber tenido la valentía de tratar ese tema (pocos hay que sean tan graves) y por desdeñar de antemano el reproche de sentimentalismo que los necios no dejarán de hacerle”. Nuestra autora es consciente de las resistencias que encuentra el desarrollo de una sensibilidad moral que atienda al sufrimiento más allá de nuestra especie. Y frente a la tradición racionalista, que considera que la piedad es una pasión y, en consecuencia, una expresión de nuestra corporalidad, inferior al intelecto, Marguerite Yourcenar aboga por el desarrollo de nuestras capacidades afectivas, que están demasiado sometidas “a ese ordenador que es el cerebro para nosotros”.

La superación del antropocentrismo hace de Yourcenar una pionera que merece la atención de la Ecocrítica. Ahora bien, atendiendo a la variedad de perspectivas que suelen distinguirse en el espectro del pensamiento ambiental, podemos preguntarnos cuál sería la posición que la caracteriza. En sus obras, otorga un lugar privilegiado a la dignidad de los animales. Critica el antropocentrismo humanista y la cultura francesa en la que la teoría del animal-máquina cartesiano es un artículo de fe que favorece la explotación y la indiferencia. A ese respecto, se pregunta si la aseveración cartesiana no fue entendida en su nivel más bajo, dado que el animal-máquina es también el mismo ser humano: “Una máquina de producir y ordenar las acciones, las pulsiones y las reacciones que constituyen las sensaciones de frío y de calor, de hambre y de satisfacción digestiva, los impulsos sexuales y también el dolor, el cansancio y el terror que los animales experimentan al igual que nosotros”.

Así, Yourcenar expresa un pathos contemporáneo, una ética sensocéntrica, que encontramos teorizada en la filosofía utilitarista de Peter Singer que desarrolla la afirmación de Bentham “la pregunta no es: ¿pueden hablar?, sino: ¿pueden sufrir?” como criterio para actuar con consideración moral hacia otros seres vivos. Pero a diferencia de filósofos como Singer, que buscan fundamentar el antiespecismo exclusivamente en la razón del sujeto de la acción, tanto en algunos ensayos como en sus relatos, Yourcenar otorga un lugar muy importante a los sentimientos. Sin embargo, esto no la lleva a despreciar las normas y principios. Considera que una Declaración de los Derechos de los Animales es útil en una época de incremento exponencial de los abusos sobre ellos. Yourcenar señala que, a pesar de la Declaración de los Derechos Humanos de la Revolución Francesa, en los campos de concentración hubo destrucciones masivas de vidas que degradaron hasta extremos impensables la noción de humanidad. A la pregunta que ella misma se hace sobre la eficacia de una Declaración de ese tipo mientras el ser humano no cambie, responde afirmativamente, pues “siempre es conveniente promulgar o reafirmar las leyes verdaderas, que no por ello dejarán de ser infringidas, pero dejando aquí y allí a los transgresores el sentimiento de haber obrado mal”. “No matarás. Toda la Historia, de la que nos sentimos tan orgullosos, es una perpetua infracción a esa ley”.

El posicionamiento de Yourcenar con respecto a los animales no humanos está también presente en su extraordinaria novela breve Un hombre oscuro, ambientada en el siglo XVII, en los inicios de una Modernidad que llevará a cabo el desencantamiento del mundo a través del racionalismo y la explotación sistemática de la Naturaleza. En este texto que la autora consideraba su testamento ecológico, el personaje principal, Nathanaël, rechaza una y otra vez la violencia contra los animales. Nunca desvela dónde se encuentran, con el fin de que los cazadores no los abatan. Uno de los pasajes más representativos al respecto narra su estancia en una colonia inglesa del Nuevo Mundo. Allí, prefiere recoger frutos y disfrutar del bosque en vez de seguir a los demás varones, que gozan con la caza y la pesca. Se solidariza con los animales que pueblan los bosques, con el oso con el que se topa, con el zorro que lo observa o con las culebras condenadas a ser aplastadas si desvelara a los otros su existencia. Al final de la novela, enfermo, consciente de estar cerca de la muerte, solo en medio de la naturaleza de las islas Frisias, Nathanaël piensa en los otros seres sufrientes: “¿Cuántos animales que están esta noche en el bosque no verán el alba? Le embargaba una inmensa piedad hacia esas criaturas, cada una separada de todas las demás, para quien vivir y morir es casi igualmente difícil.”

La posición ética que se encuentra en la obra de Marguerite Yourcenar demuestra que la conciencia ecológica no es incompatible con el activismo animalista. Yourcenar siempre dijo que sus libros caminaron a la par con su propia evolución vital. Al final de su vida, su gran anhelo consistía en que el planeta estuviera menos contaminado y libre de violencia. Por tal razón, siempre que le fue posible, se manifestó en contra de los que ella consideraba “asesinos de la Naturaleza” y “verdugos” de los animales. Siempre conservó el optimismo de que aún sería posible rectificar el rumbo. Para decirlo con sus propias palabras: “Nunca será demasiado tarde para tratar de actuar correctamente, mientras haya en la Tierra un árbol, un animal o un ser humano”.

Marguerite Yourcenar (1903-1987), primera mujer que ocupó un sillón en la Academia Francesa de la Lengua, fue una gran escritora comprometida con la causa de los animales. No sólo se percibe su sensibilidad hacia ellos en su obra, sino que manifestó públicamente su apoyo a la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, proclamada por la Liga Internacional de los Derechos del Animal en 1978 en la sede de la UNESCO en París. También la conciencia ecológica fue una de sus principales preocupaciones. Entrevistada por Matthieu Galey en los años ochenta, responde a sus preguntas sobre la ecología refiriéndose al sombrío panorama que, ya a principios del siglo XX, pintaban algunas mentes clarividentes, como el geógrafo Schrader. Yourcenar afirma que todas las catástrofes que entonces se vaticinaban serán aún peores, dado que encaminándose al siglo XXI, el panorama es terrorífico: lluvias ácidas, contaminación de ríos y mares por el mercurio y los residuos químicos y atómicos, desaparición de miles de especies animales, uso generalizado de pesticidas, mareas negras, destrucción de la capa de ozono, etc. Yourcenar no cesó de llevar a cabo una actividad pública favorable a las asociaciones defensoras del planeta, hasta el punto de que, con 84 años, un mes antes de su muerte, en su penúltima conferencia, titulada 'Si aún queremos salvar la Tierra' e impartida en la Universidad de Laval, en Canadá, habla de “extravío de la conciencia humana” y subraya que “la fórmula Tierra de los hombres es extremadamente peligrosa, ya que la Tierra pertenece a todos los seres vivos y nosotros pereceremos con ellos y con ella”. Esta convicción se encuentra presente en su imaginario literario ficcional, en sus ensayos y entrevistas y en su amplia obra autobiográfica donde, de una manera o de otra, alude a sus preocupaciones fundamentales: el problema ecológico, las guerras, el racismo, el comercio de marfil, las granjas-factoría, la industria peletera, la matanza de focas, la vivisección y la caza.

La “compasión universal” se sitúa en el centro de la ética yourcenariana. De ahí que, desde muy temprano, se muestre sensible al espectáculo del dolor de los seres vivos que poseen, según sus propias palabras en Recordatorios, “el sentido de una vida encerrada en una forma diferente”. En una carta de 1957, Yourcenar felicita a la escritora y poeta Lise Deharme por su defensa de los animales, “por haber tenido la valentía de tratar ese tema (pocos hay que sean tan graves) y por desdeñar de antemano el reproche de sentimentalismo que los necios no dejarán de hacerle”. Nuestra autora es consciente de las resistencias que encuentra el desarrollo de una sensibilidad moral que atienda al sufrimiento más allá de nuestra especie. Y frente a la tradición racionalista, que considera que la piedad es una pasión y, en consecuencia, una expresión de nuestra corporalidad, inferior al intelecto, Marguerite Yourcenar aboga por el desarrollo de nuestras capacidades afectivas, que están demasiado sometidas “a ese ordenador que es el cerebro para nosotros”.