Han pasado más de cuatro meses desde el último 8 de marzo, todas estamos inmersas de nuevo en nuestro trabajo y la cotidianeidad impera haciendo que muchas no podamos atender nuestra parte reivindicativa como nos gustaría. Tras haber llenado las calles de las principales ciudades de nuestro país en una masa que, hermanada, avanzaba luchando por hacerse presente, necesitamos cuestionar como sociedad qué aplicación pragmática podemos darle al feminismo en nuestros espacios.
Hemos querido preguntarnos en qué trabajan las mujeres del movimiento de derechos animales (tiene que disculparme el lector, por favor, el uso del binarismo en términos de género), si sufren machismo en su día a día desempeñando su labor como defensoras de los otros animales, si pudieron hacer huelga ese ya histórico 8 de marzo.
Las mujeres del movimiento de derechos animales somos en España el 71% de la fuerza política, según el estudio sociológico de la doctora Estela Díaz. A pesar de esta abrumadora mayoría, aún queda mucho por hacer en términos de igualdad, como denunciaba hace poco la filósofa Catia Faria en este artículo en Píkara Magazine. Y, aunque sí hay mujeres brillantes al frente de organizaciones, dirigiendo empresas, coordinando proyectos, dando clase en las universidades, alimentando colonias felinas o investigando sobre nutrición y gastronomía para ofrecer alternativas al consumo de animales, hemos querido hablar con 15 mujeres que sabemos trabajan al frente de los santuarios antiespecistas de animales del Estado.
¿Qué es un santuario antiespecista? Si bien no hay una definición unánime para definirlos, aunque aquí hayamos hablado de ellos en varias ocasiones, los santuarios son un lugar seguro para los animales rescatados del campo, las granjas o el matadero. Los animales son respetados siendo quiénes son y las personas que gestionan el santuario han de ser, la coherencia se impone, veganas. No hay una ley estatal que unifique su figura, por lo que se enfrentan a problemas de diversa índole, como tener que registrarse como si fueran una ganadería aunque sus intenciones no puedan ser más distintas y los animales rescatados jamás vayan a volver a la cadena alimentaria ni a la industria que los explotaba. Tampoco hay un consenso de criterios sobre cuántos animales hacen falta para que te consideren santuario: ¿a partir de 5, de 50, de 100? Así que en estos momentos, según diversas fuentes, el número aproximado de santuarios de distintos tamaños superaría ya la veintena.
Así como actualmente muchas iniciativas feministas se encargan de rescatar del ostracismo el trabajo de las mujeres a lo largo de la historia (como el proyecto cultural y transmedia de Las Sinsombrero sobre las olvidadas intelectuales de la Generación del 27), hemos querido conocer a nuestras coetáneas antiespecistas, mujeres que, sin duda alguna, ya están haciendo. historia
A pesar de las posibles diferencias de edad o procedencia, todas comparten los siguientes denominadores comunes: trabajan desde que se levantan hasta que se acuestan; no tienen vacaciones; no perciben ayudas del Estado (se mantienen con ayuda privada de la gente afiliada a sus proyectos, de la organización de eventos y de la venta de artículos en tienda); todas han vivido alguna situación de machismo dentro del movimiento de derechos animales; y todas han dejado atrás su vidas y su gente para hacerse cargo de los animales olvidados por la sociedad. Los cuidados son la parte esencial de un santuario, así que ninguna hizo huelga el 8 de marzo, aunque algunas pudieron acudir un par de horas a las manifestaciones, y la mayoría no está dada de alta en la Seguridad Social. Si a estas mujeres les pasase algo, serían los voluntarios y otros santuarios del Estado quienes tendrían que asumir la responsabilidad de hacerse cargo de sus animales, como ya sucedió en Inglaterra con Daphne Wein, fundadora del santuario Green Meadow, que murió de cáncer el año pasado. Los animales tuvieron que ser alojados en otro santuario local.
Paula Cudeiro (Vigo, 1983), santuario El Sueño de Jill. “Nunca pensé en abrir un santuario, ni se me pasaba por la cabeza, pero ya hacía unos años que estaba rescatando y cuidando de bastantes animales, algunos con discapacidades importantes, como Robin, que ya no está, y empecé a sentir la importancia de visibilizarles”. Paula es una bióloga que se responsabiliza de todo en su pequeño santuario. Está sola con otra persona en un santuario pequeño en Pontevedra, y a su cargo tiene una treintena de animales. “Ojalá todo el mundo pudiera vivir lo que yo vivo cada día. Dormir con una cabrita, por ejemplo. Estoy segura de que casi nadie sería capaz de comérselas”.
Mónica Valenciano (Albacete, 1995), santuario Espíritu Libre. El santuario de Mónica se encuentra en Murcia. Allí trabajan cuatro personas más y dan cobijo a 42 animales. Mónica es la más joven de todas, así que el machismo al que se enfrenta es por partida doble: “Raro es el día en el que no se tenga alguna actitud machista hacia mí por ser mujer y por ser joven”. Y, sin embargo, se encarga de las siguientes tareas desde que se levanta hasta que se acuesta, de lunes a domingo: “Mi labor principal es la del cuidado de los animales: darles de comer, atención veterinaria y supervisión constante; construcción de parques y casetas; atender redes sociales, correo electrónico y página web; y organizar eventos para la recaudación de fondos”.
Elena Tova (Madrid, 1975), El Hogar Animal Sanctuary. La más veterana de todas, Elena, que también ha sido víctima de la violencia machista, fue la primera mujer en nuestro país en abrir un santuario de animales, hace ya diez años. Su santuario pasa por momentos duros tras la ruptura de su vinculación con la Fundación ProVegan y la necesidad de buscar unas nuevas tierras. Elena libró también la batalla social y legal por conseguir que la vaca Margarita fuera liberada del matadero en Cataluña después de haber sido rescatada, y nos contó la historia completa de su proyecto en este artículo.
Esperanza Álvarez (Madrid, 1977), santuario El Valle Encantado. Esperanza es veterinaria de profesión y compagina el trabajo del santuario con la atención a algunos pacientes: “No hay horario fijo. Los imprevistos son constantes, por eso intento en la medida de lo posible escuchar mi cuerpo y mi mente y atender las señales de cansancio. Hay días que trabajo doce horas, otros trabajo cuatro. Esos son pocos y tengo que forzarlos”. Su constancia y tesón hacen que pueda cuidar de 95 animales y aún así atender a las necesidades específicas de cada uno. Por ejemplo, Dani, un burro al que le falta una pata, puede andar sin demasiados problemas gracias a las prótesis que encarga para él. Tiene ocho personas voluntarias que ayudan de forma regular: “Lo que más delego son las tareas de limpieza pero a veces también me toca”. Y el reto que afronta en estos momentos para El Valle Encantado es “estabilidad para los animales a largo plazo, viabilidad física, económica y emocional”.
Laura Llácer (Valencia, 1985), santuario Compasión Animal. “Me di cuenta de que cuando rescataba un perro o un gato en medio de una carretera, a la vez, por esa misma carretera, pasaba un camión lleno de corderos, cerdos o gallinas directo al matadero. Me pregunté por qué hacíamos todo lo posible para salvar a ese perro o ese gato y nadie detenía ese camión para salvar esos cientos de animales que iban a morir en solo unas horas”. Laura fundó el proyecto en 2012 junto a su compañero y ahora son el hogar de 260 animales. Recientemente terminó el plazo de alquiler en el que llevan arrendados estos años, lo que Laura considera el mayor reto al que han tenido que enfrentarse. El 8 de marzo, gracias a que otros voluntarios colaboran activamente en el proyecto, pudo acudir a la manifestación junto a su madre: “He vivido muchísimas situaciones machistas que, alguna que otra vez, han conseguido desmoralizarme. Pero al final siempre han provocado que me supere a mí misma e intente dar lo mejor de mí”.
Laura Luengo (Valladolid, 1980), santuario Wings of Heart. Laura fundó, también junto a su compañero, el segundo santuario del Estado. Wings of Heart está operativo en la sierra oeste de Madrid desde 2011. “Un día me di cuenta que no podía levantarme, ducharme e ir a trabajar. Los animales seguían muriendo a millones y tenía que hacer algo. Ya no cabían más animales rescatados en mi casa y por mucho que trabajara era insuficiente para poder ayudarles”, dice Laura, quien también contó su historia en la revista VICE. “El mundo de la ganadería y todo lo relacionado con ella es muy machista. Como encargada del santuario y de los animales he vivido situaciones dantescas. A lo largo de estos años una va aprendiendo, y ahora me gusta rodearme de mujeres y hacer ver a esas personas que dan por hecho que ciertas tareas deberían ser hechas por hombres que las hacemos nosotras, como el cuidado y atención de animales grandes o la simple gestión del refugio”. El santuario de Laura, igual que sucedió con el caso de la vaca Margarita y El Hogar, también tuvo la oportunidad de salvar a la vaca Carmen de la amenaza del matadero después de haber sido rescatada. Estos casos crean jurisprudencia. ¿Qué se hace cuando una vaca enferma es parte de la familia y no una propiedad que explotar? Laura y su equipo demostraron al mundo que los finales felices para algunos animales también son posibles.
María González (Madrid, 1987), santuario La Vida Color Frambuesa. En 2017 esta veterinaria madrileña comenzó en Álava con su santuario, donde actualmente atiende a 36 animales. “Después de años trabajando como veterinaria en diferentes facetas de los derechos animales, lo que más se adaptaba a mis capacidades era crear un centro en el que pudieran vivir protegidos y atendidos las 24 horas”. María es de las pocas veterinarias del mundo que te recomendará tratar a tus gallinas para evitar que pongan huevos y así poder alargar y mejorar sus vidas. Para ella, lo peor de trabajar con otros animales es “tener que enfrentarnos a diario al sufrimiento y a la muerte injusta de individuos por los que no podemos hacer más, y aquí no me refiero sólo a los que cuidamos sino a todos los que mueren fuera de nuestro refugio”. María cuenta con el apoyo de su pareja, Albert, quien ayuda al proyecto también con su sueldo, así como con el tiempo y el trabajo de otros voluntarios. Pero su labor como veterinaria no se queda ahí: “Para nosotras es prioritario que las instalaciones estén acabadas para poder iniciar otras funciones importantes del proyecto como son las visitas, cursos y talleres, y las tareas de concienciación”.
Tamara Toboso (Cádiz, 1985), santuario La Pepa. Tamara era coordinadora en una escuela de música de Madrid hasta que un día, después de un tiempo como vegana, sintió la necesidad de hacer algo más por los animales: “Por aquel entonces no había ningún santuario en Andalucía y pensé que hacía mucha falta concienciar a las personas, sobre todo aquí”. Y se ha tomado su trabajo muy en serio: está sola con 248 animales (salvo la ayuda esporádica de voluntarios y una persona que acude al centro los fines de semana). Así que se encarga de todo: “Alimentación, curas y cuidados de todas, la parte administrativa, redes sociales, compras, organización de eventos”. Desde que amanece hasta la medianoche. No acudió a la manifestación del 8M porque “los Pepitos no entienden de huelga”, y nos ha pedido salir en la foto con Jano, un cerdo rescatado en abril de 2015 de un accidente de camión en Cenicero.
Paola Calasanz, DulcineaDulcinea (Barcelona, 1988), santuario Reserva Wild Forest. Sí, es Dulcinea, la famosa youtuber que recientemente dio un giro inesperado a su vida y abrió una reserva para animales salvajes a los pies de Montserrat, en Cataluña. Paola sigue escribiendo libros, dando multitudinarias charlas a sus fans y subiendo contenido a su productora audiovisual y a su canal de Youtube, solo que ahora lo hace mientras da el biberón a Dakota, una pequeña cría de jabalí abandonada tras la temporada de caza y encontrada aún con el cordón umbilical. “Para mí el santuario no es un trabajo, es mi vida. Soy una privilegiada por saber de primera mano lo que es convivir con seres tan especiales. Que me miren a los ojos, que quieran estar conmigo, que me sigan”, dice Paola sobre los 55 animales que actualmente viven con ella y su pareja en la reserva. Con respecto al machismo, Paola tiene claro que no se ha sentido muy discriminada: “Al no tener jefes ni apenas voluntarios aún, no he tenido ese problema. Pero cuando digo que el santuario es mío, que lo llevo yo, la gente me mira y me dice, ¿tú sola?, sé que no esperan que haya más mujeres detrás sino un hombre”.
Ruth Gallego (Barcelona, 1985), santuario El Paraíso de Nora. Ruth es auxiliar técnica veterinaria y madre de una pequeña de 5 años, Nora, quien ya llegó al mundo sabiendo que en su casa la norma imperante era respetar al resto de animales. El primer rescate de Ruth fue una cerdita llamada Penny, hace ya diez años, pero el santuario no se consolidó hasta hace cinco. “Fuimos conscientes de la necesidad de adoptar el veganismo y de construir un lugar donde no existiera el especismo ni la opresión en ninguna de sus formas: racismo, machismo, etc. Con la llegada al mundo de Nora quisimos también profundizar en la educación basada en la empatía”. Junto a su pareja y un par de voluntarios cuidan a 135 animales en Tarragona, y la pequeña Nora, que es vegana de nacimiento, adora ayudar en las tareas. Ruth no hizo huelga, tampoco tiene días de descanso y trabaja desde que se pone en pie hasta que todo el mundo duerme. Se encarga de las tareas de cuidado principales del santuario pero para ella lo más importante es la parte emocional y psicológica, “ayudarles a vivir su propia vida, curarles el alma y hacerles sentir que son parte de nuestra familia, ejercer de madre con todxs ellxs y con mi hija humana”.
Adriana Franco (Caracas, 1967), santuario Alma Libre. La fundadora de este santuario es restauradora de patrimonio de bienes culturales. Afincada ahora en La Rioja, cuida de 35 animales desde 2016 y vive de pequeños trabajos de restauración pero también de los donativos de madrinas, padrinos y teamers. “Todo el dinero se va a los veterinarios, es una vida bastante precaria y complicada”. Sin embargo, Adriana no la cambiaría por nada. A veces tiene ayuda de voluntarios ylos fines de semana, de su hermano. No pudo hacer huelga porque ese día tenía a una de las perras enfermas,. Con respecto al machismo, Adriana se ríe y dice: “Siempre me preguntan si tengo hijos. ¿Qué clase de pregunta es esa? Aunque los tuviera, no dejaría de rescatar animales”.
Lucía Martínez (Cádiz, 1987), santuario La Candela. Lucía era trabajadora social y profesora de yoga, trabajo que ahora sigue compaginando un par de horas a la semana con las tareas del santuario. “Empecé siendo voluntaria de una asociación de perros y gatos. Me fui a vivir al campo y de forma natural comenzó a suceder. Los primeros años nos centramos en perros y gatos y fuimos ampliando especies poco a poco. Siempre me han encantado los animales y siempre he convivido con ellos, no tomé la decisión consciente de abrir un santuario, lo siento como mi camino y un día tuve la suerte de comenzar a andarlo sin ni siquiera saberlo”. Una de las principales diferencias con el resto de santuarios es que La Candela sí da en adopción a algunos animales aptos para la convivencia. Tienen algo de protectora, donde los animales idealmente están de paso a la espera de sus familias definitivas, y santuario, donde los animales se quedan para siempre. Se enfrentan al abandono de animales en la misma puerta de su centro, donde ya hay casi 400 habitantes. Para Lucía lo malo de su trabajo es “la muerte de seres que no debían morir, o que nosotros no esperábamos que se fueran, el duelo que supone y la lucha interna que sentimos. Forzar la aceptación y el agradecimiento por cada uno de los momentos que pudimos vivir junto a ellos y no rendirnos a la pérdida física es la forma de llevarlo que hemos integrado de nuestras vidas y es muy liberadora”. Hace unos meses les hicieron un reportaje muy completo en Canal Sur.
Inés Trillo (Santiago de Compostela, 1986), santuario Vacaloura. “Salvarlos, pelear y conseguirlo”. Inés, como todas, lo tiene claro: ellos son la prioridad de cada día. Abrió el santuario en 2013 en Galicia, comunidad que tampoco contaba con uno de estos paraísos y que ahora tiene tres. Las tareas en un santuario no acaban nunca pero las específicas de Inés, que lo dirige junto a su pareja y lo mantiene a flote gracias también a un puñado de activistas, son numerosas: “Soy la encargada de medicar, curar, dar dietas especiales y hacer la rehabilitación a los animales. Llevo gran parte de las redes sociales, coordino al voluntariado con ayuda de una voluntaria, respondo el email y el teléfono, sigo casos de maltrato animal y hago denuncias, organizo las tareas, construyo y reparo instalaciones, limpio mucha menos mierda que antes gracias al equipo de voluntariado -pero aún así la limpio todos los días-, hago compras de piensos, medicinas, materiales, contacto con padrines y socies, y coordino y participo en la organización de eventos”. Igual que muchos de los otros santuarios, en Vacaloura tampoco cuentan con un terreno definitivo: “Tenemos mucho miedo de no conseguir los apoyos suficientes y por lo tanto no poder ofrecer a los animales un espacio seguro del que nunca puedan echarles”.
Abigail Geer (Bristol, 1989), Mino Valley Farm Sanctuary. Abi estudió arte y escritura creativa, y trabajó de fotógrafa muchos años. En 2012, junto a su marido, Mike Geer, abrió el santuario que da hogar en Galicia a su familia de distintas especies: “Había tantos animales sufriendo, sin un lugar a donde ir, que quise darles la ayuda que necesitaban de forma desesperada”. Abi nos cuenta que hay muchas personas que creen que es su marido quien hace todo el trabajo físico: “La gente también le mira a él siempre, en lugar de a mí, para que les dé instrucciones de cómo hacer algo, asumen que es él quien está al mando”. Una de las cosas que más preocupan a Abi es que las autoridades les dejen hacer su trabajo y les faciliten su tarea. Con frecuencia, animales heridos en busca de ayuda son sacrificados en vez de llamar a santuarios como el de Abigail y el resto de nuestras protagonistas. “La mejor parte de mi trabajo es ver a los animales que han sufrido sentir amor y amabilidad por primera vez”.
También está al frente de otro santuario antiespecista Evelyn Gutiérrez, fundadora de León Vegano Animal Sanctuary, quien ha preferido no salir en este artículo.