El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
Naturismo: la España vegetariana de principios del siglo XX
El vegetarianismo tiene apenas dos siglos de tradición ininterrumpida en Occidente. En España fue introducido por un movimiento conocido como naturismo, aunque también por los nombres de vegetarismo, si enfatizaba la dieta, o librecultura, si enfatizaba el nudismo. El naturismo español se situaba en la encrucijada entre la medicina alternativa, el romanticismo, el regeneracionismo, el higienismo, el anarquismo, las sabidurías orientales (cribadas por un esoterismo de corte teosófico) y los movimientos antiviviseccionistas y de protección animal. Su ideal era una vida en armonía con la Naturaleza, un retorno a una existencia más sencilla y menos viciada que la del urbanita europeo de los siglos XIX y XX. Sus santos patrones, en España, eran los naturópatas alemanes Sebastian Kneipp y Louis Kuhne. Los naturistas abogaban por el campo, los baños de mar y sol, el régimen vegetariano, la medicina herbal y, en muchos casos, el nudismo.
Es difícil evaluar la vigencia de este movimiento. Por un lado, firmes creyentes en que la Naturaleza basta y sobra, se oponían a los medicamentos alopáticos y a las vacunas de la gripe o la viruela, y su bagaje histórico dejaba bastante que desear: se oía decir que Jesús y Mahoma eran vegetarianos o que los romanos perdieron su Imperio cuando empezaron a consumir carne. Su ideal frugívoro no goza hoy de buena prensa nutricional, y su correlación entre salud y bondad, entre la perfección corporal y moral, bebía de un naturalismo eugenista que pasó a la historia tras los horrores de mediados de siglo.
Por otro lado, los naturistas tenían preocupaciones de resonancias tan contemporáneas como los remedios naturales, la ecología urbana, los derechos reproductivos, el respeto a la vida animal, el anarco-primitivismo, la “maternidad consciente”, la sostenibilidad ambiental, el equilibrio poblacional y, claro, el vegetarianismo. Defendían ideas que hoy tomamos por evidentes, como que los alimentos integrales tienen mejores propiedades o que bajo ningún concepto los niños deben fumar. Uno de los rasgos que alineaban un establecimiento con el naturismo era la venta de pan integral. Su crítica a la embrutecedora civilización urbana lo era también a los roles de género que favorecía: en un mundo naturista, hombres y mujeres tendrían iguales posibilidades para desarrollarse moral e intelectualmente, y una de sus principales revistas, Helios, tomó en los años veinte la pionera decisión de lanzar un número anual firmado solo por mujeres.
Como el resto de Europa, España tenía a sus espaldas siglos de relativa indiferencia hacia los animales o el medio natural. Con entusiasmo y pacifismo, los naturistas se lanzaron a la tarea de construir un mundo nuevo. En 1903 se funda en Madrid la primera Sociedad Vegetariana española, y el año siguiente, una revista pionera, El Régimen Naturalista. En esa década se abren los primeros restaurantes y pensiones con cocina vegetariana. Uno de ellos, en los bajos del Mundial Palace Hotel de Barcelona, celebraba en 1908 la fundación de la Lliga Vegetariana de Catalunya con un banquete para 250 personas compuesto de “entrantes Brahma”, “arroz Pitágoras”, “empanadas Esaú”, “fruta Tolstói”… El nuevo mundo se apropiaba de los símbolos del antiguo. El profesor trofólogo Nicolás Capo, italiano afincado en España, bautizará a su hijo Apolo con zumo de sandía y a su hija Odina con zumo de naranja. Al muy guasón se le recuerda una Plegaria al ajo que arrancaba: “¡Padre ajo, que estás bajo tierra, óyeme!”.
Se empieza a reformular el recetario tradicional, con publicaciones como Cocina vegetariana española (Concepción Pérez de Corvo [Concepción Pérez García], 1922), La mesa del vegetariano (Josep Falp i Plana, 1911) o el temprano Manual práctico de alimentación higiénica (R. P. Sansón, 1909). También circulan discursos que hoy calificaríamos de protoantiespecistas, como el del venezolano exiliado Carlos Brandt, que fundaba la moral en una “ley de la conservación de la vida”. Desde mediados de los años veinte se multiplican los congresos vegetarianos, pequeños y grandes, y el naturismo comienza a infiltrarse en todas las capas de la sociedad, del médico burgués al jornalero anarquista. Por otro lado, se acentúa la polémica comercialización de los productos y terapias naturistas, con la correspondiente sucesión de etiquetas. Por ejemplo, la de trofología, que con el paso de los años se convertirá en eutrofología, trofoterapia, naturotrofología, macrobiótica, calobiótica…
Durante la década de los veinte declina el consumo de carne en Madrid, cosa que los naturistas atribuyen en parte —quizá con excesivo optimismo— a su “propaganda anticárnea” en la capital (1). Uno de ellos, Pedro José García Morcillo, incluso ofrecía en su local vegetariano de la plaza de Celenque “comidas gratis, para que los comensales pudieran apreciar el sabor y el potencial alimenticio de ellas” (2). Algunos vegetarianos comienzan a adquirir posiciones de autoridad, como Felipe Ondé, alcalde que llenó el pueblo de Bardallur (Zaragoza) de árboles frutales (3). En 1920, D. G. Delgado asume la dirección de la Academia de Cocina de Bilbao, donde “instruirá a los asistentes a preparar guisos vegetarianos” (4). Poco a poco, España se va vegetarianizando…
Los años de la II República serán de actividad frenética para el naturismo. Crecerá la práctica del nudismo público, así como su reflejo en la página impresa. La dictadura del proletariado era solo una de las utopías que flotaban en el aire de aquel tiempo: no todos invocaban a Marx o a Bakunin; también se oían las “voces” de Buda, Tolstói o Pitágoras. Bajo las grandiosas revoluciones sangrientas que predicaban otros movimientos, encontramos proyectos como el de un grupo sevillano “de instalarse en Guinea con la teosofía como ideario, el vegetarianismo como alimento y el Naturismo como vida” (5). En la literatura naturista española no faltaban los escenarios utópicos, como los de Náufragos, de Adrián del Valle, o En el país de Macrobia, de Albano Rosell.
A alas de estos vientos, los naturistas comenzaban a ver realizarse su ideal de armonía con la Naturaleza. La revista Helios saludaba así al año 1936:
Al asistir al entierro del año que ha muerto estamos, igualmente, asistiendo a la última agonía de la vieja civilización, que desaparece de la escena del gran teatro del Universo para dar paso a una civilización más justa, más sincera, más noble y comprensiva, para que pueda llamarse humana y para que todos los hombres, sin distinción de raza, casta, pueblo o color puedan vivir armónicamente como hermanos que somos, ya que todos constituimos la gran fraternidad universal.
Estas características de Amor y Paz, que han de ser las tonalidades más salientes que adornen el espíritu de la nueva civilización, solamente pueden ser impregnadas por el ideal naturista, fontana de amor universal (6).
No podían equivocarse más. Esta España naturista abierta, experimental, que se repiensa desde la raíz, desaparecerá con la República. El franquismo instaurará una ideología nacionalcatólica que no solo propugna el tradicional antropocentrismo judeocristiano, sino que perseguirá activamente a todo vegetariano que no lo sea por cuestiones estrictamente médicas o terapéuticas. Recuerda el doctor Eduardo Alfonso que “en los primeros momentos de la rebelión franquista, se persiguió también sañudamente a los vegetarianos y naturistas solamente por el hecho de serlo. A nuestro amigo D. Manuel Díaz Pérez, de La Palma del Condado (Huelva), se le fusiló después de obligarle a comer carne, según nos contó su viuda” (7).
Aunque muchos naturistas mantendrán sus costumbres a título privado, aquellos que deseen propagar el viejo ideal tendrán que refugiarse en una medicalización desideologizada. La reforma del espíritu se reduce a una reforma alimenticia. La palabra naturista ha quedado maldita, asociada a un nudismo escandaloso: ahora se habla de ‘medicina natural’, practicada por médicos ‘naturópatas’. Los pocos que publicaban durante el periodo franquista solían renegar de aquel “naturalismo panteísta o neopagano” de los años treinta, contrario a la Ley de Dios, y llegaban a poner en cuestión el régimen vegetariano, algo impensable antes de la guerra (8). Sucumbieron a la sociedad que los rodeaba, como precio para salvaguardar, aunque fuera, un ideal terapéutico.
En adelante, la historia quedará secuestrada por dos grandes relatos: un nacionalcatolicismo desarrollista frente a una resistencia anarquista y comunista no menos antropocéntrica. El naturismo español, esa genuina “tercera posición” pacifista, entre la medicina, la higiene y el respeto a la vida, fue casi borrado de la historia de las ideas, perviviendo en sus variantes terapéuticas. Sus únicas instituciones prácticamente ininterrumpidas son la franquicia de alimentación saludable Santiveri, fundada en 1885, y el grupo excursionista Amics del Sol, desde 1915.
En 1951 el histórico naturista Nicolás Capo funda en Barcelona una primera peña vegetariana bajo el franquismo, que durará un año, y en 1952 se fundará otra en Madrid. En cuanto a comedores y restaurantes vegetarianos, que no faltaban en las grandes ciudades de la España previa a la guerra, no volvemos a oír hablar de uno semejante hasta el año 1964 en Barcelona, calle Canuda (será el único constante de la ciudad durante décadas). Habrá que esperar a 1968 para un primer Congreso nacional vegetariano de posguerra. En los años inmediatamente anteriores al conflicto eran anuales; es evidente que había pasado demasiado tiempo como para que la tradición vegetariana autóctona española resurgiera con fuerza.
A partir de los años sesenta reencontraremos algunas de las ideas de la vieja guardia naturista en movimientos como la contracultura anglosajona, el ecologismo, el animalismo o las espiritualidades orientales y new age. Corrientes foráneas y siempre minoritarias, que no influirán en la transversalidad del carnismo español: incluso un pionero amante de los animales como Félix Rodríguez de la Fuente, que tanto hizo por despertar chispas de empatía en el desierto postfranquista, era cazador y, en la mesa, recomendaba “la carne casi cruda porque daba masculinidad”. Todavía es difícil encontrar figuras afines al vegetarianismo en posiciones prominentes del arte, la política o el deporte, como lo fueron el arquitecto Antoni Gaudí; la primera mujer ministra de España, Federica Montseny (de Sanidad); y el primer presidente oficial del Real Madrid, Juan Padrós, a su vez presidente y fundador de la Sociedad Vegetariana Española.
Con el cambio de régimen, aprendimos a respetar a los socialistas, a los comunistas, a los demócratas… pero en este ángulo muerto, borrado del gran relato sobre la República, la Guerra Civil y la resistencia interior, a la primera de cambio seguíamos sonando sospechosamente franquistones. En noviembre de 1992, la revista Integral publicaba un test de preguntas y respuestas: ‘¿Eres un buen vegetariano?’. En él, la histórica revista eco-naturista, deseosa de complacer a la sociedad que la rodea, sostiene que los vegetarianos lo son en su mayoría por cuestiones de salud y que no les preocupa el bienestar animal más que al resto de la población: por fin se comprende que los vegetarianos no son “subversivos que rechazan los valores establecidos” o “pacifistas marchitos”… Familiar retórica, pues una preocupación general por la salud la compartimos todos, mientras que nada atenta más contra nuestro modo de vida que el hecho de que haya ideas detrás de los comportamientos divergentes. Esperamos haber mostrado que esos modos no son unánimes o perennes, sino que los moldea la propia historia contemporánea que nosotros a su vez moldeamos.
Notas:
(1) Acción Naturista, nº 93, septiembre 1926, pp. 282-83.
(2) José Galián Cerón, “Apuntes para la historia del vegetarismo en España”, Colección Estudios, vol. XIV, nº 135 [s.f.], p. 143.
(3) Acción Naturista, nº 138, junio 1930, p. 174.
(4) Helios, nº 47, abril 1920, p. 77.
(5) Josep Maria Roselló, La vuelta a la naturaleza. El pensamiento naturista hispano (1890-2000) (Barcelona, 2003, p. 55).
(6) Helios, nº 236, enero 1936, p. 1.
(7) Eduardo Alfonso, La masonería española en presidio (Barcelona, 1983, p. 89).
(8) Alejandro Artexte, Historia de la medicina naturista española (Madrid, 2000, pp. 187, 164 y 199).
El vegetarianismo tiene apenas dos siglos de tradición ininterrumpida en Occidente. En España fue introducido por un movimiento conocido como naturismo, aunque también por los nombres de vegetarismo, si enfatizaba la dieta, o librecultura, si enfatizaba el nudismo. El naturismo español se situaba en la encrucijada entre la medicina alternativa, el romanticismo, el regeneracionismo, el higienismo, el anarquismo, las sabidurías orientales (cribadas por un esoterismo de corte teosófico) y los movimientos antiviviseccionistas y de protección animal. Su ideal era una vida en armonía con la Naturaleza, un retorno a una existencia más sencilla y menos viciada que la del urbanita europeo de los siglos XIX y XX. Sus santos patrones, en España, eran los naturópatas alemanes Sebastian Kneipp y Louis Kuhne. Los naturistas abogaban por el campo, los baños de mar y sol, el régimen vegetariano, la medicina herbal y, en muchos casos, el nudismo.
Es difícil evaluar la vigencia de este movimiento. Por un lado, firmes creyentes en que la Naturaleza basta y sobra, se oponían a los medicamentos alopáticos y a las vacunas de la gripe o la viruela, y su bagaje histórico dejaba bastante que desear: se oía decir que Jesús y Mahoma eran vegetarianos o que los romanos perdieron su Imperio cuando empezaron a consumir carne. Su ideal frugívoro no goza hoy de buena prensa nutricional, y su correlación entre salud y bondad, entre la perfección corporal y moral, bebía de un naturalismo eugenista que pasó a la historia tras los horrores de mediados de siglo.