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“Necesitamos vincular los derechos de los animales con debates más amplios, como el significado de la democracia, de la representación y de la autoridad legítima”

Zoópolis es probablemente una de las más deseables apuestas de traducción a la lengua castellana sobre temática animalista. El libro constituye el primer intento sistemático de transferir el debate sobre la consideración moral de los demás animales a un marco estrictamente político. Esto no implica, al contrario de lo que pueda parecer, una ruptura con la teoría de los derechos animales tal y como se ha hecho hasta el momento. Kymlicka y Donaldson aceptan la premisa básica del planteamiento de los derechos de los animales como una extensión natural del concepto de igualdad moral entre individuos. Los animales no humanos, en función de su condición sintiente, deben ser reconocidos como titulares de ciertos derechos inviolables.

Sin embargo, les autores consideran que este planteamiento ha sido, en gran parte, ineficaz, permaneciendo a día de hoy injustificadamente marginal en el ámbito político. Esta es la razón por la que necesitamos “una teoría ampliada sobre los derechos de los animales” que, reconociendo, como hasta ahora, los derechos básicos universales de todos los animales sintientes -en particular, “a no ser poseído, asesinado, confinado, torturado o separado de la propia familia”-, añada a la ecuación la existencia de deberes positivos hacia los individuos de las demás especies. En particular, deberes de cuidados, alojamiento o reciprocidad acorde a las relaciones generadas entre humanos y no humanos. La propuesta política de Zoópolis es, así, mediante la teoría de la ciudadanía, diseñar un mapa antiespecista que, en función de coordenadas geográficas e históricas, acomode derechos y responsabilidades diferenciados hacia los no humanos, desde los que se encuentran bajo cuidado humano hasta los que viven distantes e independientes en el medio salvaje. En la práctica, ampliar los derechos animales vía la teoría de la ciudadanía conlleva el reconocimiento de ciudadania para los animales domesticados, cuasi-ciudadania para los animales liminales y soberanía para los animales salvajes.

Zoópolis constituye una oportunidad excelente para repensar viejas cuestiones sobre las relaciones entre humanos y no humanos, pero sobre todo llena un vacío moral importante en lo que toca a nuestras obligaciones hacia un número abrumador de animales que han sido hasta la fecha prácticamente ignorados por la teoría tradicional de los derechos animales. Estos son, quizás de forma sorprendente para muches, animales libres de explotación humana, aunque no libres del sufrimiento que implica la vida en los límites de las comunidades humanas o en la precariedad de la naturaleza. Y aunque Zoópolis sea un libro que en ocasiones peque de optimista, sobre todo en lo que toca al nivel de bienestar global de las poblaciones de animales que viven en la naturaleza (según determinadas posiciones, más bien caracterizados como “estados fallidos”), es encomiable el esfuerzo intelectual y el compromiso ético que exige escribir un libro así. Un libro que no solo pone al descubierto el prejuicio especista de prácticamente toda la filosofía política contemporánea, sino también de prácticamente toda la teoría de los derechos animales.

Son razones más que fuertes para leerlo de inmediato, y nos impulsaron a entrevistar para El caballo de Nietzsche a uno de sus dos autores, Will Kymlicka, quien el pasado 5 de noviembre ofreció una charla en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB).

Zoópolis. Una revolución animalista, libro que usted co-escribió con Sue Donaldson, ha sido traducido recientemente al castellano. Se podría decir que el libro explora, como ningún otro hasta la fecha, la idea de que necesitamos pasar de la teoría moral a una teoría realmente política de los derechos de los animales. ¿Por qué cree que este cambio de perspectiva es necesario?Zoópolis. Una revolución animalista

La idea de que los animales tienen un estatus moral es ahora un debate cada vez más extendido y está cada vez más aceptada, pero esto aún no ha tenido ningún impacto en la forma en la que pensamos y hablamos sobre conceptos políticos, como democracia o soberanía. Los animales todavía son invisibles en las teorías contemporáneas de la democracia y de la autodeterminación, como si fuera inconcebible que los animales pudieran tener un interés legítimo en ser representados en los procesos democráticos o en ejercer sus propias formas de soberanía. Reconocer el estatus moral de los animales tendrá poco impacto en sus vidas si no encontramos una manera de otorgarles un estatus político.

Necesitamos vincular los derechos de los animales con debates más amplios sobre el significado de la democracia, de la representación y de la autoridad legítima. Creemos que esta perspectiva más política no solo sería más eficaz a la hora de garantizar la justicia para los animales, sino que también ayudaría a aclarar lo que de hecho exige la justicia. Las teorías morales de los derechos animales han tendido a centrarse exclusivamente en lo que les debemos a los animales en virtud de su estatus moral intrínseco, pero diferentes categorías de animales tienen diferentes relaciones con las comunidades políticas humanas, y estas relaciones son importantes. Del mismo modo que tenemos diferentes obligaciones hacia ciudadanos y extranjeros, aunque todos los humanos tengamos el mismo estatus moral intrínseco, también tenemos diferentes obligaciones con los animales domesticados y con los animales salvajes, aunque tengan el mismo estatus moral intrínseco. Un enfoque político puede dar cuenta de estas obligaciones diferenciadas.

 

Zoópolis examina por primera vez de forma sistemática uno de los temas más descuidados en la teoría de los derechos de los animales: nuestras obligaciones positivas hacia los animales salvajes. ¿Por qué cree que es importante introducir los animales salvajes en el enfoque antiespecista?Zoópolis

 

La teoría de los derechos de los animales ha dicho tradicionalmente que nuestra obligación con los animales salvajes es simplemente “dejarlos estar”, es decir, respetar sus derechos negativos a no ser capturados o asesinados. Pero para que los animales salvajes puedan desenvolverse [flourish], necesitan derechos positivos; por ejemplo, derechos territoriales y derechos de movilidad. Necesitamos reconocer que parte del territorio les pertenece a ellos, no a nosotros, y que tienen el derecho de pasar por áreas de asentamientos humanos. Esto, a su vez, nos obliga a pensar en nuestras relaciones con los animales salvajes en términos más políticos: ¿qué se considera una división justa del territorio, cómo se deben trazar los límites y qué se considera una distribución justa de los riesgos (dado que les imponemos riesgos y viceversa)?

Este es el tipo de preguntas que surgen en el derecho internacional en el caso humano y sugerimos que nuestras relaciones con los animales salvajes pueden considerarse relaciones con “otras naciones” u “otros pueblos”. Un principio fundamental del derecho internacional es el respeto por la autonomía de otras naciones/pueblos, por lo que, en general, no debemos interferir con las formas de vida de los animales salvajes, pero también puede haber casos en los que pueda estar justificada algún tipo de “intervención humanitaria” para reducir su sufrimiento, si esto puede hacerse sin violar sus derechos al territorio y a la autonomía. Para abordar estos problemas difíciles sobre territorio, riesgo e intervención, necesitamos ir más allá de las consignas sobre “dejarlos estar”.

 

A pesar de la amplia acogida que el libro ha tenido en el mundo académico, me parece que no ha recibido la atención que merece en el activismo común en defensa de los animales. ¿Cree que esto es así y que les defensores de los animales podrían beneficiarse de su lectura?

 

Muchas personas que defienden a los animales se centran en campañas urgentes para prohibir ciertas prácticas opresivas en zoológicos, laboratorios médicos o granjas. Nuestro libro no ofrece muchos argumentos nuevos sobre por qué estas prácticas son injustas: las teorías tradicionales sobre los derechos de los animales ya han hecho un buen trabajo al explicar por qué el cautiverio, la experimentación y la ganadería son injustos. En cambio, nuestro libro se centra en una pregunta a largo plazo: si rechazamos la idea de que los animales existen para servirnos, ¿cómo debemos relacionarnos con ellos? ¿Qué tipo de relaciones deberían sustituir a los zoológicos, los laboratorios y las granjas? Algunos activistas creen que especular sobre estas relaciones futuras es un lujo que no pueden permitirse dada la urgencia de sus campañas inmediatas. Entendemos perfectamente esa reacción.

Pero según nuestra experiencia, hay activistas que están interesados en esta pregunta a largo plazo y que piensan que puede ayudar a la defensa de los animales. Por ejemplo, algunos teóricos de los derechos de los animales han defendido que, dado que la domesticación implica la cría de animales para fines humanos, los animales domesticados son inherentemente degradados, serviles y antinaturales. Esto tiene el efecto perverso de reforzar los prejuicios populares contra los animales domesticados, y hace imposible pensar en ellos como seres capaces de llevar una vida buena. Para contrarrestar estos prejuicios contra los animales, debemos imaginar un mundo en el que los animales domesticados sean agentes y coautores de sus relaciones con nosotros. Muchos defensores de los animales sienten la necesidad de encontrar formas de hablar sobre los animales que van más allá de presentarlos como víctimas que sufren, al igual que varios movimientos de justicia social en el caso humano han necesitado ir más allá de marcos de victimización en el sufrimiento.

 

Uno de los desafíos más fuertes a los que se enfrenta el antiespecismo proviene de lo que algunas personas consideran tensiones insuperables entre los intereses no humanos y los derechos de ciertas “minorías”. ¿Cómo responde a esta preocupación en el contexto de su trabajo más general en filosofía política?

La percepción de que las “minorías” (no occidentales) maltratan a los animales tiene una historia específica de la que debemos ser conscientes. En los siglos XIX y XX, los europeos utilizaron el tratamiento de los animales como una señal de “civilización”. Los colonizadores europeos consideraban las prácticas animales no europeas como “atrasadas” o incluso “bárbaras”, mientras que presentaban sus propias prácticas como “civilizadas”. Por lo tanto, la caza indígena era “bárbara”, mientras que la caza británica del zorro o la caza de trofeos era “civilizada”. Esto era completamente hipócrita: las prácticas europeas implicaban con frecuencia imponer un sufrimiento mucho mayor a los animales por beneficios humanos más triviales, y ha dejado una percepción en gran parte del mundo de que la preocupación por los animales es una cortina de humo que los grupos dominantes utilizan para justificar la marginación y estigmatización de los pueblos y las culturas no occidentales.

Desafortunadamente, esto no es sólo un fenómeno histórico. Incluso hoy vemos ejemplos de grupos de derechas que luchan contra el sacrificio ritual, no porque se preocupen por los animales sino porque quieren hacer perjudicar la vida de los musulmanes. El movimiento de defensa de los animales debe tener mucho cuidado con esto. Ningún grupo étnico o religioso debe estar inmune a la crítica por la forma en la que tratan a los animales, pero la crítica nunca debe formularse de una manera que se base en o reproduzca los estereotipos colonialistas de culturas civilizadas frente a culturas bárbaras. Y la mejor manera de asegurar esto es enfocar nuestras energías en las prácticas del grupo dominante. En todas las democracias occidentales, la gran mayoría de los daños injustos que se causa a los animales son cometidos por la mayoría, dentro de las instituciones convencionales, como granjas, laboratorios y zoológicos. En otras palabras, la verdadera tensión insuperable a la que nos enfrentamos es entre los intereses no humanos y las prácticas de la mayoría.

 

El pasado día 5 usted ofreció una charla en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) titulada Derechos de los animales. El fin de la supremacía humana. ¿Puede exponer brevemente sus argumentos?Derechos de los animales. El fin de la supremacía humana

Para muchas personas, la idea de “derechos humanos” está ligada a afirmaciones de supremacismo humano: se nos deben estos derechos básicos precisamente porque los seres humanos son superiores a los animales. De hecho, eso se afirmó de manera bastante explícita cuando la ONU adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948. Pero existe una tradición alternativa que defiende los derechos humanos sin ningún compromiso con la supremacía humana. Desde esta visión alternativa, debemos tener derechos humanos porque somos sujetos encarnados vulnerables, y en la medida en que los animales también son sujetos encarnados vulnerables también pueden merecer tales derechos básicos. En mi charla, trato de trazar la batalla entre estas dos formas enfrentadas de entender los derechos humanos, desde 1948 hasta hoy. También sostengo que la visión alternativa es mejor, no solo para los animales, sino también para los seres humanos. Existen cada vez más evidencias de que vincular los derechos humanos con las ideologías del supremacismo humano en realidad empeora, en lugar de mitigar, los prejuicios hacia los grupos humanos marginados.

¿En qué está usted trabajando en este momento y cuáles considera que son los temas más importantes en los que enfocarse quienes quieran seguir una carrera académica en la teoría de los derechos de los animales? De igual modo, ¿cuáles cree que son las áreas más apremiantes en las que enfocar el activismo en defensa de los animales?

¡Hay tantos temas en los que debemos trabajar! Por ejemplo, a medida que los humanos se apoderan más y más del planeta, hay cada vez menos espacios donde los animales salvajes pueden evitar el contacto humano, y así cada vez más animales se están convirtiendo en animales “liminales” que viven entre nosotros, en lugar de animales “verdaderamente salvajes” viviendo en la naturaleza apartados de los seres humanos. Esta amplia y creciente categoría de animales no domesticados que sin embargo viven entre nosotros plantea muchas preguntas que no están siendo bien abordadas por las teorías tradicionales, que generalmente operan en función de una dicotomía simplista entre animales “salvajes” y animales “domesticados”. Estos animales liminales a menudo se ven como “plagas” que no tienen lugar entre nosotros, por lo que son sometidos a exterminio. Necesitamos, por el contrario, desarrollar nuevos modelos de convivencia. Así que ese es un vasto terreno que necesita de exploración intelectual real, así como de estrategias prácticas de activismo.

Sin embargo, como la mayoría de los activistas por los animales, Sue y yo diríamos que un tema central para el movimiento sigue siendo el tratamiento de los animales de granja, ya que sufren la mayor parte de la opresión humana. Y así, en nuestro trabajo, tratamos de pensar más en lo que la justicia requiere de nosotros en nuestra relación con los animales de granja y, en particular, qué tipo de relaciones (si las hay) quieren tener estos animales con nosotros en un futuro más allá de la ganadería. También estamos interesados en el papel que los santuarios de animales de granja pueden jugar como lugares para explorar estas nuevas relaciones y para construir una verdadera “comunidad multi-especie”. Todavía tenemos mucho que aprender sobre cómo los animales quieren relacionarse con nosotros, si es que realmente lo quieren, y los santuarios son de los pocos lugares donde podemos hacer esta pregunta.

Zoópolis es probablemente una de las más deseables apuestas de traducción a la lengua castellana sobre temática animalista. El libro constituye el primer intento sistemático de transferir el debate sobre la consideración moral de los demás animales a un marco estrictamente político. Esto no implica, al contrario de lo que pueda parecer, una ruptura con la teoría de los derechos animales tal y como se ha hecho hasta el momento. Kymlicka y Donaldson aceptan la premisa básica del planteamiento de los derechos de los animales como una extensión natural del concepto de igualdad moral entre individuos. Los animales no humanos, en función de su condición sintiente, deben ser reconocidos como titulares de ciertos derechos inviolables.

Sin embargo, les autores consideran que este planteamiento ha sido, en gran parte, ineficaz, permaneciendo a día de hoy injustificadamente marginal en el ámbito político. Esta es la razón por la que necesitamos “una teoría ampliada sobre los derechos de los animales” que, reconociendo, como hasta ahora, los derechos básicos universales de todos los animales sintientes -en particular, “a no ser poseído, asesinado, confinado, torturado o separado de la propia familia”-, añada a la ecuación la existencia de deberes positivos hacia los individuos de las demás especies. En particular, deberes de cuidados, alojamiento o reciprocidad acorde a las relaciones generadas entre humanos y no humanos. La propuesta política de Zoópolis es, así, mediante la teoría de la ciudadanía, diseñar un mapa antiespecista que, en función de coordenadas geográficas e históricas, acomode derechos y responsabilidades diferenciados hacia los no humanos, desde los que se encuentran bajo cuidado humano hasta los que viven distantes e independientes en el medio salvaje. En la práctica, ampliar los derechos animales vía la teoría de la ciudadanía conlleva el reconocimiento de ciudadania para los animales domesticados, cuasi-ciudadania para los animales liminales y soberanía para los animales salvajes.