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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

“La nueva mutación”: raíces espirituales de la Vegan Society

Donald Watson leyendo el primer número de The Vegan News, sesenta años después

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Un grupo de personas decide promover al abandono de todos los productos de origen animal en el último año de la Segunda Guerra Mundial. Aún se desconoce la vitamina B12 y no se recuerda un recetario en el país que sea exclusivamente vegetal. Lo que sí existen son ataques de los nazis y un severo racionamiento. Cuando todo el mundo pasa hambre y penurias, este colectivo se reúne para formalizar su compromiso con una dieta aún más restrictiva, inconcebiblemente restrictiva para los estándares normales de esa cultura. ¿Qué los llevó a hacerlo?

Los motivos del pionero colectivo de veganos occidentales, la Vegan Society de Reino Unido, son difíciles de penetrar, aun con toda la información de que hoy disponemos. Por un lado, han sido recortados, consciente o inconscientemente, por generaciones posteriores (como los zapatos de aparente cuero de la foto de boda de Donald Watson y Dorothy Morgan), al no encajar con la idea que esas generaciones se hacían del veganismo. Por otra parte, los mismos protagonistas censuraban algunos de sus compromisos e inquietudes personales, con el objetivo de crear una plataforma lo más amplia e inclusiva posible.

Es, pues, imposible reconstruir en detalle los idearios de las figuras clave de la primera Vegan Society. Sin embargo, hay suficiente en el registro público como para concluir que las motivaciones difieren bastante de las que se volverán comunes en el veganismo a partir de los años ochenta. No se puede enfatizar esto lo suficiente: el veganismo, en sus orígenes, tiene poco que ver con el activismo animalista, así como el activismo animalista evitará durante largo tiempo atender al reto del veganismo (y en parte sigue evitándolo, en 2024). El veganismo conformaba, en sus primeras generaciones, una cosmovisión total, con una profunda conciencia ecosocial, un fondo espiritual y una clara perspectiva histórica.

Roger Yates, que estudió la sociología del movimiento, sugiere que la Vegan Society fue establecida, no a pesar de la guerra, sino en respuesta a ella, al percatarse sus fundadores de que “la historia reciente había revelado alguna forma de involución de la humanidad”. Los documentos más tempranos de la Sociedad muestran una preocupación por el progreso evolutivo humano, tanto físico como mental. Los alimentos de origen animal son considerados un obstáculo para dicho progreso: la primera página de la primera revista que publicaron, The Vegan News, se pregunta si “como resultado de eliminar todas las vibraciones animales de nuestra dieta, podemos descubrir el camino no sólo a la construcción de células realmente sanas, sino también a un grado de intuición y percepción psíquica desconocidas en el presente”. El primer manifiesto del grupo (1944) afirma con rotundidad que, “si se erradicara la maldición de la explotación [animal], influencias espirituales, que operan para el bien, desarrollarían condiciones que asegurarían un mayor grado de felicidad y prosperidad para todos”.

Donald Watson es hoy el más recordado de los fundadores de la Sociedad, principal encargado de la organización y la escritura en sus primeros años. Watson prefería una presentación objetiva del vegetarianismo, que evitara credos, idiosincrasias personales y “afirmaciones exageradas” para centrarse en creencias compartidas y hechos científicos aceptados. Sin embargo, un persistente interés ocultista se transparenta en los años por venir. En el primer número de The Vegan, de 1946, Watson afirma haber recibido de una especie de radiestesista “alguna evidencia de que se pueden desarrollar poderes ocultos [en una dieta] sin leche”. Dichos “poderes ocultos” continuaron siendo centrales para su visión del veganismo. En una entrevista de senectud [1] afirmaba que los alimentos se pueden convertir “en iluminación espiritual”, sugiriendo “los avances espirituales que tendrá en la vida humana el veganismo a largo plazo: entiéndase no a lo largo de años o incluso décadas, sino de generaciones”. Un año antes de su muerte en 2005, Watson reiteraba su interés vitalicio en “cultivar 'los poderes latentes en el Hombre’” (frase de corte teosófico) y se preguntaba, en línea con aquel manifiesto de 1944, “si alimentarse largo tiempo de comida libre de culpa puede convertir nuestros cuerpos en mejores ‘sets receptores’ para cualquier sabiduría que esté en el ambiente”.

Donald Watson definía así el primer círculo vegano: “No éramos religiosos en ningún sentido ortodoxo, pero sí aceptábamos que nuestra conciencia no podría haber surgido si el universo consistiera únicamente en roca, líquido, gas y espacio”. Es decir, eran todos espiritualistas, en sentido amplio, y lo demuestran casi todos aquellos que han dejado escritos. Un matrimonio crucial en el núcleo primitivo fueron los Henderson. G. Allan Henderson coincidía con Watson en que el estilo de vida vegano produce “un alzamiento espiritual”, con “mayor energía física e incrementada actividad mental”. Su esposa Fay (Jones de soltera) presentaba el veganismo, en un artículo de 1947 sobre los “Valores veganos”, como una forma de respetar “el flujo rítmico de las formas divinas”: si los humanos regresan a su natural herbivorismo, restaurando el orden de la vida que “emana de la Fuente Divina”, se convierten en “un canal de servicio través del cual pueden operar las fuerzas del bien”. (Donald Watson, en la época, rechazaba las ideas emanantistas o panteístas, favoreciendo “la teoría ortodoxa de un dios personal”).

El recuerdo del primer veganismo fue meticulosamente podado para eliminar sus conexiones con el esoterismo, la teosofía, el frugivorismo o la naturopatía. Una descripción de la primera reunión de la Vegan Society incluye, como “observadora interesada”, a la rusa Barbara Moore (Anna Cherkasova), futura respiracionista que llegó a predecir de sí misma que viviría 150 años y tendría su primer hijo a los 100 (murió a los 73). Por su parte, la primera publicación del grupo vegano proclamaba —y muchos miembros siguieron creyendo durante décadas— “que la anatomía del hombre es incuestionablemente frugívora”. Todavía en 1968, la mayoría de los veganos parecen ser “seguidores de la Sanación Natural”.

Algunos observadores atribuyen a Leslie J. Cross una primera ruptura con este trasfondo colindante con la espiritualidad y las terapias alternativas. Tales serían, simplemente, las excentricidades que rodeaban a la escena vegetariana en la época, y Cross, quien empezó a distanciar al veganismo de ellas. Cross es el más importante de los pensadores veganos tempranos, además del primero sistemático, responsable de expandir la definición de veganismo hasta cubrir todas las formas de explotación animal. Su artículo en dos partes de 1949, “In Search of Veganism”, supone un primer momento histórico de autorreflexión vegana.

Ahora bien: ¿por qué no explotar a otros seres sintientes? Se ha escrito mucho sobre las diferencias entre Cross y Watson, pero se suele emplear una versión simplificada y anacrónica de sus idearios, que ignora que ambos eran, ante todo, veganos “espirituales”. El énfasis de Cross en la explotación animal no responde a argumentos utilitarios o deontológicos, como los estilados en el último medio siglo, sino a una concepción de progreso evolutivo inherente a los veganos de su generación: la crueldad institucionalizada contra los animales “está destinada a regresar constantemente como un bumerán sobre la propia cabeza de la humanidad”, avivando la naturaleza inferior del hombre que apresa su alma. En estas coordenadas se sitúa “el verdadero e indeleble significado del veganismo”.

Cross escribió esa frase rompedora, legendaria: “El veganismo no es tanto bienestar como liberación”. La coda es menos conocida: “para las criaturas y para la mente y el corazón del hombre”. Los lácteos son, como sabemos, “productos del dolor, el sufrimiento y una interferencia abominable en la ley del amor”, pero ignorar esto también obstruye “nuestra propia evolución espiritual”. En un llamado a la “emancipación animal”, Cross atribuye algunas enfermedades humanas a “alimentos que tienen una base inmoral”. Como Watson, creía en “las propiedades no físicas, vibracionales de la comida”. La adopción del veganismo traerá “un inmenso cambio de corazón y mente en la mayoría de hombres y mujeres”, a resultas del cual el ser humano abandonará “mucho de lo que en su naturaleza es burdo” y obtendrá “beneficios que hoy por su propia volición miope se niega a sí mismo”. Concluye Cross: “Estamos en los estadios muy iniciales de la nueva mutación”.

Leslie Cross parece ser un puente entre un primer veganismo más lindante con la espiritualidad (era de origen cuáquero) y el activismo abolicionista de décadas posteriores. Pero incluso este autor tan en sintonía con el animalismo actual —y justamente celebrado por ello— no perdía de vista una concepción amplia del destino de la humanidad y su posición en el universo. La transición a un veganismo más político no fue suave: durante varias décadas, los activistas por los animales se desentendieron del veganismo y las Sociedades veganas (británica y estadounidense) se cuidaron de adentrarse en terreno activista. Y antes de esta síntesis final y tardía vendrán el ecologismo, el seguimiento de nuevas técnicas de producción de alimentos y una generación de líderes y editores que elaborarán cosmologías veganas ocultistas, formalizando de manera esotérica aquellas intuiciones iniciales sobre el orden moral del mundo.

[1] Pese a que la opinión más extendida en la época era que morirían pronto, sucedió al contrario para muchos de los miembros tempranos de la Vegan Society cuyas fechas conocemos (y que mantuvieron la dieta hasta el final): Donald Watson falleció a los 95 años, Catherine Nimmo a los 97, Mary Bryniak a los 91, Mable Cluer a un mes de los 104.

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