“A mí se me arrebató la cámara cuando estaba grabando el conflicto. Los y las vecinas de Cazalilla arrinconaron a periodistas y activistas. Les amenazaron y golpearon. A mí también. Me exigieron que dejara de grabar. Como no lo hice, me arrebataron la cámara y la estallaron a conciencia contra el suelo. Creo que el individuo incluso pisoteó el aparato”.
Quien así habla es una joven periodista de TVAnimalista que prefiere mantener el anonimato. Tiene sus razones:
“Quiero insistir en la acción cruel de maltrato animal no humano, no tanto en la represión a medios y activistas. Una cámara es sólo un objeto reemplazable. Quiero que el debate se redirija a lo importante: a los daños ocasionados a la pava, a la que han zarandeado, despeñado desde las alturas, arrancado plumas, golpeado, asustado y posiblemente lesionado interna y externamente. Eso que sepamos, si es que sigue viva, porque no lo sabemos a ciencia cierta. A mí me han roto una cámara, a la pava le harán la vida imposible el resto del tiempo que le quede, si es que le queda”.
En esta era de la información, cuando más que nunca disponemos de herramientas y canales para saber bastante de lo que pasa, y actuar en consecuencia, sucede sin embargo que estamos acostumbradas a que las noticias se lancen y se olviden. Así como se lanzó el 3 de febrero una pava viva desde el campanario de la iglesia Santa María Magdalena, en Cazalilla (Jaén), voló la noticia. Como la pava al suelo, cayó a plomo sobre la conciencia de la sobremesa.
Y se olvidó.
Nadie ha vuelto a hablar de la pava de Cazalilla. Nadie se ha preguntado qué ha sido de ella, dónde se encuentra, en qué condiciones quedó tras ser tirada al vacío desde lo más alto de la torre de una iglesia que destaca “por su volumetría y altura”, como orgullosamente explica la web de su Ayuntamiento.
Los del pueblo aseguran que quien coge a la pava del suelo se la lleva a su casa y “la cuida”. Pero -más allá de la perversa contradicción que supone defenestrar a alguien para luego cuidarlo- lo cierto es que de la pava nada se ha vuelto a saber.
El pueblo de Cazalilla se burla así de todas las personas legítimamente preocupadas por un animal maltratado. Al igual que se burla de la Ley Andaluza de Protección Animal, que prohíbe la utilización de animales en fiestas y espectáculos si con ello “sufren” o son sometidos a “tratamientos antinaturales” o “malos tratos”.
No hay que ser un animalista radical (como nos califican a quienes estamos hartas de soportar el radical maltrato al que son sometidos los animales en España) para darse cuenta de que coger a la fuerza a una pava, llevarla de cualquier manera entre un gentío vociferante, exhibirla ante la caterva desde los ventanucos de la torre, arrancarle plumas para mostrarlas como tristes trofeos y lanzarla al vacío, le provoca sufrimiento. No lo decimos los animalistas radicales: en 2004 lo determinó un informe técnico-científico, ratificado en 2006, del Departamento de Sanidad de la Junta de Andalucía, que muy radical no creo que sea.
De la pava no se ha vuelto a saber, como nada más se supo de sus agresores y de los agresores de quienes fueron a defenderla. Un grupo de animalistas viajó ese día a Cazalilla para alzar la voz que la pava no tiene. Y sucedieron varias cosas. Algunas (aunque no todas las que se debiera) llamaron mucho la atención de los telediarios.
Y se olvidaron.
Sucedió que los activistas fueron intimidados y acorralados en un callejón por una muchedumbre desafiante. Sucedió que los amenazaron con cuchillos. “Me lanzaron vasos de cristal a la cabeza”, cuenta Fran Díaz. A Griselda Barranco, que lo que lanzaba era consignas pacíficas con un megáfono, la empujaron e insultaron.
“Parece que en este país agredir a activistas pacíficos no es un delito”, dice Óscar del Castillo (Gladiadores por la Paz), a quien varias personas del pueblo dejaron la cara morada a puñetazos. “Quiero hacer un llamamiento a políticos, jueces, fiscales y policías para que empiecen a protegernos, porque, aunque suene muy fuerte, un día a alguno nos van a matar. Nos van a matar de una pedrada, de una paliza o a saber de qué manera… Por eso pedimos, por favor, que quien está en el poder y puede cambiar esto luche por cambiarlo, como hacemos nosotros”.
Óscar del Castillo destaca el hecho de que antes y durante el lanzamiento de la pava no hubiera policía visible, pues habría tenido que impedir su lanzamiento. Cuando activistas y periodistas comenzaron a ser agredidos, aparecieron varios agentes de paisano, que no habían intervenido en ningún momento para rescatar al animal de las manazas de su maltratador, aunque sí tuvieron tiempo de exigir la documentación a los pacifistas. “A los activistas nos salvaron de las agresiones, pero por la pava y por la legalidad no hicieron nada”.
Cuando apareció la Guardia Civil y Fran Díaz les preguntó por qué no impedían un festejo prohibido en el que se maltrata a un animal, los guardias se desentendieron alegando que para eso estaba el Seprona. El Seprona no estaba.
Cada año desde 2004, la Asociación Nacional para la Protección y el Bienestar de los Animales (ANPBA) interpone una denuncia administrativa contra quien lanza a la pava. El pasado octubre de 2014, y atendiendo a su última denuncia, la Secretaría General Provincial de Agricultura, Pesca y Desarrollo Rural en Jaén impuso a la persona que lanzó a la pava en febrero de 2013 una multa de 2.001 euros por una infracción MUY GRAVE de la Ley de Protección Animal.
Aunque ANPBA valora positivamente la imposición de la sanción, considera insuficiente la cuantía, pues no logra imponer un carácter disuasorio: el artículo 131 de la Ley 30/1992 de Procedimiento Administrativo dispone que, al establecer las cuantías de las sanciones, las Administraciones deberán prever que el hecho de que cometer una infracción no resulte más beneficioso al infractor que cumplir con la legalidad.
Acaso si la multa fuera de 30.000 euros, máxima para una infracción muy grave, a los solidarios cazalillenses no les saldrían tan bien las cuentas de su infamia. Pues cada año la pava es lanzada por una persona distinta y cada año el pueblo hace una colecta para pagar la multa. Un pueblo unido para maltratar. Un pueblo unido para mofarse de la Justicia.
Todo ello sucede con la connivencia de los curas de la parroquia, del Obispado de Jaén y de Juan Balbín Garrido, alcalde del municipio, del PSOE, desde hace 19 años. En una entrevista a El País que no tiene desperdicio, a Balbín le cabe la desvergüenza de insinuar que él mismo colabora con la multa que pagan anualmente los vecinos.
El alcalde asegura, con enorme cinismo, que no tiene manera de saber quién lanza a la pava. Pero la periodista del TVAnimalista lo desmiente: “Es mentira, como afirman o muestran diferentes medios, que quien tira a la pava no muestra su cara. Afirmo tajantemente que desde mi posición y mi cámara [la que le destrozaron] se veía perfectamente la cara del lanzador, tenía imágenes de él. De hecho, no era la única, Tras los Muros también lo ha documentado”. PACMA ha denunciado al alcalde por un presunto delito de prevaricación.
¿Va a hacer algo contundente la Administración contra los vecinos de Cazalilla y sus cómplices? ¿Van a perseguir las fuerzas del orden a los agresores de los activistas y al agresor de la periodista, perfectamente indentificado en las grabaciones y visto en las pantallas de toda España?
Y, por encima de todo, ¿dónde, cómo y con quién está la pava maltratada?