El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
Amanda Romero, concejala de Más Madrid en el Ayuntamiento de Madrid, reflexiona en este artículo sobre la propuesta que defendió ante el Pleno y la respuesta que recibió por parte de un concejal de Vox
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Diciembre 2022
“¿Con la que está cayendo en España y usted trae una proposición sobre pequeñitos animalitos huerfanitos?”.
Así me respondió un concejal de Vox al llevar al pleno del Ayuntamiento de Madrid una iniciativa para habilitar puntos de recogida y recuperación de fauna autóctona y amenazada en época de cría. Una propuesta para impulsar la protección animal, el patrimonio natural y la biodiversidad. Y para, además, ofrecer un servicio de cercanía a toda la gente que ahora, al encontrarse una cría o pollo de una especie autóctona, tiene que buscarse la vida para llegar al centro de recuperación de GREFA, ubicado a unos 40 minutos en coche o más de una hora en transporte público.
Tan lamentable como el rechazo de la propuesta con los votos en contra de PP, Cs y Vox fue el propio debate, interferido por un paternalismo, una condescendencia y una infantilización repugnantes por parte de los grupos de la derecha y que ha generado una ola de indignación en las redes sociales.
No faltaron los clásicos: cuestionamiento, risotadas, uso ridículo de diminutivos, acusaciones de falta de rigor, seriedad y criterio para distinguir lo realmente importante. Y, por supuesto, un absoluto desprecio hacia los animales, como si solo fueran parte del atrezzo que decora la ciudad.
Esto que ocurrió en el pleno no es una anécdota, sino la réplica de una dinámica social antigua. Tan antigua como el machismo. Porque, si esta propuesta la hubiera defendido cualquiera de mis compañeros, no se habría escuchado un solo diminutivo en la sala. Basta imaginarlo para comprender que, simplemente, nunca sucedería.
No es casual que la mayoría de los insultos antianimalistas sean esencialmente insultos machistas: locas de los gatos, peluchistas, traumatizadas (por Disney en general y por Bambi en particular), madres frustradas, sensiblonas, raritas, blandas, solitarias y acomplejadas. “Es que a ella le gustan mucho los animalitos” es el meme más repetido para neutralizar cualquier atisbo de activismo o politización de la cuestión de los animales.
El movimiento animalista está formado en más de un 80% por mujeres, cifra sin parangón y que no tiene equivalente en ningún otro tipo de voluntariado asimilable, como el de las organizaciones ecologistas o de acción social. Se trata de una relación realmente excepcional: las activistas, voluntarias, gestoras de refugios y santuarios, pensadoras, autoras, comunicadoras, creadoras de contenido, rescatistas y voces de este movimiento somos de forma abrumadoramente mayoritaria mujeres, como bien analiza el estudio realizado por Isabel Balza y Francisco Garrido sobre los vínculos entre el animalismo y el feminismo.
Alicia Puleo señala que ya feministas pioneras como Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft condenaban la violencia ejercida sobre los animales. Por no hablar también de los fuertes lazos existentes entre el movimiento sufragista y las primeras organizaciones animalistas, especialmente en la lucha contra la vivisección, y la destacada presencia de mujeres en la fundación de las primeras organizaciones animalistas en todo el mundo.
La infantilización, ridiculización y cuestionamiento de la defensa de los animales son un reflejo fiel de las lógicas patriarcales que llegan hasta nuestros días.
Los hombres que defienden a los animales son también menos hombres para los modelos de masculinidad hegemónica. Muchos de los ritos de paso hacia la masculinidad adulta desde la infancia tienen que ver con maltratar, humillar o matar animales. La caza, los festejos taurinos, patear a ese gato callejero, lanzar piedras a los pájaros en la plaza, tirar un petardo al perro abandonado. Demostrar desprecio, ejercer fuerza, poder y violencia contra otros que no se pueden defender. Pero, sobre todo, hacer explícita la indiferencia al dolor, ser duro e invulnerable, hacer callo ante la crueldad. Territorio clásico para la peor masculinidad, esa que a base de presión social ha enfrentado a los hombres con su empatía, su sensibilidad y su propio rechazo a la violencia.
Todo para entrenarlos, con enorme sufrimiento, en lo de ser “hombres de verdad”. Los animales son ese último entre los últimos sobre el que practicar.
Dice la filósofa y profesora en la Universidad de París-Est-Marne-La-Vallée Corine Pelluchon que “la cuestión animal es crucial y seguirá siéndolo: es importante en sí misma y porque los animales sufren, pero también porque la violencia que ejercemos sobre ellos revela el desprecio que sentimos hacia unos seres que consideramos inferiores a nosotros, o que sencillamente son distintos de nosotros”.
Concebir la realidad humana como algo independiente y ajeno al medio ambiente y a la comunidad (también animal) que la contiene es un error manifiestamente peligroso. De hecho es el error de pensamiento que nos ha traído precisamente aquí, a los límites del colapso para la vida en la Tierra.
Es profundamente político revisar nuestra relación con los animales y aceptar el retrato que nos devuelve: hemos construido toda una civilización sobre la explotación de las demás especies y del planeta entero. Para abordar con éxito los retos del siglo XXI y hacer frente a la crisis ecológica será también imprescindible que aprendamos a convivir con el resto de los animales.
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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
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