Tendría gracia si no fuera una desgracia. La educación pública de nuestro país, pudiendo ser motivo de orgullo, es causa de pitorreo. Las familias miramos mal y desconfiamos de lo que sucede en los coles, los profesores y personal de los colegios elevan el órdago contra los padres y madres, acusándonos como poco de inconscientes, pero todos unidos despotricamos contra gobiernos y políticos. ¿Alguien se sorprende? Por supuesto que no: la sociedad muestra su fuerza y vitalidad en el sistema educativo, retratando nuestras debilidades y fisuras mejor que cualquier otro aspecto de nuestras vidas. Pongo en antecedentes porque hoy vengo a hablar del veto parental (sinceramente, lo del “pin parental” no lo termino de pillar).
Según el profesor tutor de mi hijo, “esto del pin es una cosa que está de moda” y, por si no quedaba claro, también llamó “moda” al acoso escolar, porque, según esta persona, “antes pasaba y no le dábamos importancia, y ahora solo se habla de esto” (refiriéndose al acoso). Cierto que este enseñante es un clásico, tan anclado en la nostalgia que despacha a nuestros chavales deberes diarios de mates y lengua que llegan a consumir dos horas de su tiempo de ocio en casa. Hablando de modas, en ese grupo en WhatsApp de familias del cole (que tanto juego da a los monologuistas) se ha puesto en boga decir que nada de exigir al enseñante cosas en grupo. De esa manera, mientras yo resoplaba en una esquina para no saltar el primero (uno ya tiene cierta reputación), las familias le reían los chascarrillos y nadie protestó. Los domingos por la tarde, eso sí, el grupito arde de consultas y agobios por los deberes del finde acumulados.
Resulta que en esa reunión de padres se nos explicó que las sesiones extraordinarias de educación afectiva-sexual que nuestros hijos e hijas tienen en el colegio van muy bien, que los chavales tienen mucha curiosidad y preguntan muchas cosas divertidas, y que la monitora no les adoctrina sobre nada sino que más bien les deja preguntar a ellos. A lo que este enseñante añadió que a él no le preocupa mucho ceder horas de la asignatura de Valores porque le parece una tontería, pero que si fueran horas de Matemáticas y Lengua entonces sí que se iba a cabrear.
Cada colegio es una isla y, a pesar de ser colegios públicos, cada caso viene hoy en día marcado por la comunidad autónoma en la que se encuentra, el barrio, el perfil social de las familias, la plantilla de enseñantes, el espíritu del AMPA del centro, el carácter de la dirección del colegio, y así sucesivamente con una cantidad de variables muy considerable. Tanto, que algunos de estos centros parecen privados, por lo mucho que puede empeorar o mejorar la calidad de enseñanza que reciba tu hijo o hija.
A ello no ha contribuido que cada color de gobierno español se empeñe en dejar como recuerdo de su paso por el poder una nueva reforma educativa, olvidando que determinadas cuestiones son y deberían ser piedras intocables de nuestra sociedad global, nacional, local y personal. Bastaría, en caso de duda, remitirnos a la Constitución Española, a la Declaración Universal de los Derechos humanos y a la Declaración de los Derechos del Niño, esta última quizás la más olvidada por representantes y partidos políticos, que siguen viendo la ordenación social de la infancia de arriba abajo y no a la altura de los ojos, de tú a tú.
Proteger y vetar no son la misma cosa, de la misma forma que opinar y censurar no lo son (sin ánimo de equiparar las primeras con las segundas). A menudo nos toca a padres y madres elegir, lo que puede sin duda incluir un “no”. Nos pasamos una parte de nuestra vida diciendo a nuestros hijos lo que no se puede hacer, una parte menor lo que se debe hacer y quizás una parte insignificante explicando por qué algunas cosas son importantes y debemos obedecer. Pero, ¿a qué debemos obedecer? ¿Dónde queda la esencial capacidad del ser humano para rebelarse frente a la injusticia, la opresión, el abuso? ¿Hay que decir que sí a todo?
Este aspecto filosófico, humanista a ultranza, de lo que supone aceptar y no aceptar en nuestras vidas, habría sido maravilloso debatirlo si no hubiera venido capitaneado a la contra por ciertos bullies de la política española, bien alejados de la capacidad transformadora de la conversación, aupados sin remedio en el vicio español del grito. Los valores y materias de lo que se aprende en las escuelas han llevado mucho trabajo y consenso, saltándonos a la ligera cuestiones como que la materia de Religión (católica y optativa) siga existiendo en las aulas, a pesar de que la Constitución española no suscribe ninguna creencia religiosa. ¿Tan difícil sería dejar solamente una Historia de la Religión para quinto y sexto de Primaria?
El caso es que cuando se introdujo la llamada LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa 8/2013), y se concretó después en cada comunidad autónoma, los textos brindaron al sol con buenas intenciones y nadie llamó a filas sobre su interpretación. En el caso de Madrid (con perdón, es donde vivo), el Decreto 89/2014, de 24 de julio, del Consejo de Gobierno, por el que se establecía para la Comunidad de Madrid el Currículo de la Educación Primaria, incorporaba entre varios buenismos las siguientes palabras en el Artículo 4 (referido a los Objetivos de la Etapa Primaria), en su apartado D: “conocer, comprender y respetar las diferencias culturales y personales, la igualdad de derechos y oportunidades para todas las personas y la no discriminación de personas con discapacidad”; y en su apartado L: “conocer y valorar los animales y plantas y adoptar modos de comportamiento que favorezcan su cuidado”. Comprenderán, estando en el espacio en el que estamos, que lo que sí merece nuestra atención es el segundo apartado. A ello vamos.
Saltan ahora la alarma y el desconcierto entre algunos sectores porque se trabajen y contextualicen aspectos sinceros y reales de la identidad sexual, el conocimiento de los cuerpos e incluso la erótica de niños y jóvenes en los cursos finales de la Educación Primaria (cuando ya se venía ampliando esta materia, en gran parte por una demanda mayoritaria de las familias). Salta de forma injustificada e inaceptable la posibilidad de que las familias puedan vetar la asistencia de sus hijos a esas lecciones y charlas, que son y deben ser parte de su formación ciudadana para conocer y respetar la diversidad social, sexual y de pensamiento, de acuerdo con lo que marca nuestra Constitución (¿para cuándo una asignatura exclusiva sobre la Constitución en la segunda etapa de Primaria y la ESO?).
Se argumenta que si los valores religiosos de una familia chocan con esa idea de la diversidad sexual se debe contar con la capacidad de vetar esos contenidos, o al menos si esos contenidos confrontan sus valores morales en familia. Y ha habido quien se ha atrevido a poner como ejemplo la tauromaquia, porque si se impartiera en los colegios podría herir la sensibilidad y los valores de quienes están en contra. Mal ejemplo, puesto que la infancia española (en algunas familias) es obligada a asistir a corridas de toros y becerradas, es adoctrinada en casa y en algunas aulas sobre esta mal llamada expresión cultural, y todo ello se hace saltándose la recomendación explícita y en contra del Comité de los Derechos del Niño de la ONU, institución que jamás ha recomendado (ni lo hará) que no se explique y forme a los niños y niñas españoles en diversidad y afectividad sexual.
Ahora bien, ¿debemos las familias seguir aceptando el adoctrinamiento y engaño que sufren los niños y niñas sobre la sociedad especista en la que les obligamos a crecer? ¿Nos convierte a los padres y madres antiespecistas en furiosos talibanes a la altura de los ultras de Vox?
En Ciencias Naturales se elude la cuestión, y en las lecciones sobre agricultura se miente y manipula a los estudiantes en la explicación de la crianza y ejecución de los animales de granja, manteniendo la mentira de que son felices y se convierten en filetes y beicon por arte de magia. En Valores no se toca el tema ni por asomo, ni siquiera en lo que tiene que ver con la diversidad moral alrededor del veganismo, sin explicar desde el respeto y la tolerancia, perpetuando y consintiendo en muchas ocasiones la burla y acoso de aquellos niños que procedan de familias veganas (la inocente pregunta de si tu padre solo come lechugas). En los comedores no hay alternativa posible para niños y niñas veganas, y mientras que las alergias se aceptan (lógicamente) hasta el infinito, la diversidad moral es una línea roja y se excluyen adaptaciones del menú de comedor.
Y yo pregunto, ¿no es ésta una forma grave de discriminación social a familias, niños y niñas por el mero hecho de que ser antiespecista y vegano no es una religión? La respuesta mayoritaria es que te lo lleves a casa a comer.
En el proceso de transformación que muchos colegios están viviendo hacia una alimentación sana y diversa, hemos tenido que escuchar, por parte de profesorado, empleados y familias, reproches de que los comedores se estaban convirtiendo en veganos, por el simple hecho de cumplir y supervisar las cuotas de verduras que marca la ley (eliminando los fingers de pollo, las croquetas, las hamburguesas o las pizzas). Se escucha en ocasiones que el colegio no puede sustituir las casas, y que los veganos pueden serlo en casa, las verduras se comen en casa y el antiespecismo (añadamos el feminismo, el antimachismo, el ecologismo o el anticapitalismo) se practica en casa. Dirán algunos que se debe hacer igual que con el rezo, sea católico, budista o musulmán. Pero es que no es lo mismo.
Es inaceptable vetar las materias y contenidos que, tanto por ley como por Constitución (nuestra ley de leyes), deben conocerse y ojalá cumplirse. La sexualidad, la diversidad e identidad sociales y sexuales, la libertad de expresión, la libertad de culto deben respetarse, aprenderse y defenderse en los colegios. No cabe veto alguno. Pero ya va siendo hora de que tanto el antiespecismo como el veganismo (uno de sus brazos transformadores y vivenciales) salgan de la opresión cultural que sufren en las aulas.
La infancia debe conocer exactamente lo que hace la industria ganadera, la pesca, la caza, la tauromaquia, la industria textil de pieles animales, los festejos de maltrato animal, y todo aquello que tiene que ver con la responsabilidad humana ética, que ha caído sobre nuestros hombros por el mero hecho de ser animales sintientes y pensantes, a la hora de proteger y salvar no solamente el planeta sino los habitantes que lo pueblan en aplastante mayoría: los animales no humanos.
Existen profesores que, casi en un acto de heroísmo, proponen sesiones y contenidos específicos sobre maltrato animal, crueldad en las fiestas o corridas de toros (como nos consta tanto a Aula Animal como a Santa Fiesta, a través de las sesiones educativas que se han llevado a cabo en varios institutos). ¿Podemos, esta minoría creciente, aceptar el adoctrinamiento de nuestros hijos (veganos o aún no veganos -por respetar su capacidad de elección en sintonía con su crecimiento-) en valores falsos que chocan de raíz con nuestra forma de vida? Sin embargo, lo hacemos, y no deberíamos.
Si somos capaces de hablar de reciclaje y cambio climático, de realizar talleres en clase, de debatir sobre energías renovables y sobre el ejemplo de Greta Thunberg, ¿por qué no se explican las razones por las que esta heroína es vegana?
Vetar no es, casi nunca, bueno. La conversación, y más aún la negociación, nos hace grandes, ilustres, sin límites en la capacidad para alterar nuestro destino y hacerlo mejor. No vetaremos, pues, pero ha llegado la hora de hablar y contar la verdad en los colegios. Atrévanse. Nuestros hijos son el presente, y nuestro presente lo merece.