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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Nuestra relación de amor-odio con los elefantes

Elefante en el zoo de Cabárceno (Cantabria)

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Un día de 2018, Constanza, una amiga argentina de mi hermana, me contó que siendo una niña fue con su abuela a visitar el zoo de Mendoza. Mientras miraba al elefante, éste cogió con la trompa una piedra de su instalación y la lanzó con fuerza contra ella. La piedra pasó a solo unos centímetros de la cabeza de Constanza. Tuvo suerte. Ese día podía haber muerto, como lo hizo una niña de siete años en 2016 cuando un elefante del zoo de Rabat, en Marruecos, le lanzó una piedra que le impactó en la cabeza.

El comportamiento agresivo de algunos elefantes en cautividad puede ser una consecuencia de su falta de bienestar. Los elefantes son animales con personalidades individuales y con una memoria extraordinaria, lo que hace que algunos eventos les marquen de por vida, como haber sido separados de sus madres en la naturaleza, haber sido castigados física o mentalmente, cambiar de grupo social constantemente, etc. Hay que recordar que los elefantes en libertad viven en grupos muy estables, y por eso no es raro ver agresividad en grupos no estables (procedentes de diferentes familias) que se confinan en un espacio pequeño. La agresividad puede también estar inducida por dolor, algo que los elefantes cautivos suelen tener como consecuencia de problemas de dientes, pies o articulaciones.

La agresividad se puede dar entre elefantes, pero es la agresividad hacia personas, especialmente la que acaba con un fallecimiento como el que se ha producido en Cabárceno, la que ha atraído más la atención del público general. Estas muertes de personas provocadas por animales cautivos han sido una constante desde que los elefantes se han tenido en cautividad, y en la época actual se han producido en circos, en zoos, en empresas que ofrecen viajes a lomos de elefantes e incluso en santuarios y en centros de rescate. Las personas que trabajan con los elefantes (cuidadores, entrenadores…) son los más afectados por estas fatalidades, pero también han muerto personas que visitaban un zoo o un circo, personas que han entrado en los recintos envalentonadas o en estado de embriaguez, e incluso han muerto personas que simplemente paseaban por la calle y han tenido la mala suerte de toparse con un elefante que se había escapado de un circo. A diferencia de otros animales peligrosos en cautividad, los elefantes también pueden matar de forma totalmente involuntaria, aplastando a personas sin darse cuenta, aunque se ha visto que esto es muy raro.

Se tienen reportados más de 200 casos de elefantes cautivos que han matado a personas en la era moderna, aunque el número de muertes debe de ser bastante superior, pues no todos los casos se han podido recopilar. Ha habido elefantes que han matado a más de una persona, y en ocasiones incluso a más de tres. Además de todas estas muertes, hay que tener en cuenta las agresiones que no han acabado en muerte pero sí en contusiones, fracturas o incluso alguna incapacidad permanente. A diferencia de los tigres, que matan de forma rápida, los elefantes no son tan eficaces matando y por eso muchas de las personas que han logrado sobrevivir tenían lesiones muy importantes, como fracturas múltiples, fracturas de columna, laceraciones y rupturas de órganos internos o colapso de pulmones. Por ejemplo, entre 1987 y 2019, en Estados Unidos y Canadá hubo un mínimo de 103 incidentes con elefantes cautivos, lo que resultó en 20 personas muertas y 140 heridas. En Europa, antes de 1982, se tenían reportadas 49 muertes causadas por elefantes en zoológicos.

En 2006, Mauvin Gore y colaboradores publicaron un artículo analizando las muertes que se habían producido entre 1988 y 2003 por elefantes (asiáticos y africanos) en zoológicos acreditados de América, Europa, Asia y Oceanía (lo que representa realmente una proporción muy pequeña de todos los zoos del mundo). Para ese periodo los autores pudieron constatar 122 incidentes que acabaron con la muerte de 28 cuidadores y un visitante (una cifra de dos muertes al año). Sin embargo, el estudio evidenció que los zoos no reportaban los datos de forma sistemática (y eso que supuestamente eran los mejores zoos) y que por lo tanto el número de incidentes y muertes podría haber sido superior en los zoos analizados. Al igual que en tigres, que también atacan y matan a cuidadores de zoo, los ataques de elefantes también se daban con más frecuencia en cuidadores experimentados, lo que indica dos cosas: o bien que los cuidadores más experimentados se confían más o bien que el riesgo es inherente a tener elefantes, independientemente de lo que haga el cuidador. El hecho de que los animales más peligrosos, los machos en celo, apenas causen muertes es muy indicativo de que hay un exceso de confianza cuando se trabajaba con hembras, jóvenes y machos que no están en celo.

El estudio también mostró que los elefantes en un sistema de manejo de contacto libre producían muchas más muertes que cuando los animales se manejaban en contacto protegido. Aquí me extenderé un poco para explicar estos sistemas de manejo en cautividad. En el contacto libre no hay barreras entre el cuidador y el elefante. Este sistema cada vez se va utilizando menos porque suele necesitar el uso de un gancho y porque el riesgo para el cuidador es mucho mayor. Un gancho es un utensilio formado por un palo con una serie de punzones en forma de ancla en su punta; el cuidador utiliza el dolor producido por el gancho para que el elefante obedezca sus comandos. El contacto libre se suele utilizar actualmente en aquellos lugares donde se hace algún tipo de espectáculo o paseo con elefantes, lo que implica que ya pocos zoológicos avanzados lo utilizan; sin embargo, por poner un ejemplo, decenas de entrenadores de elefantes en Tailandia mueren cada año mientras utilizan este sistema de manejo. Por otro lado, el sistema de contacto protegido es aquel en el que siempre hay una barrera física entre el cuidador y el elefante.

Considerando el análisis adicional de otras fuentes de información, se puede observar que muchas de las muertes han ocurrido ya bien entrado el siglo XXI, e incluso en zoos que se consideran de estándares “altos”, como el de Chester, el de Londres, el de Viena o el de Pittsburgh (lo siento, entre los zoos “buenos” no se puede incluir el de Cabárceno). Algunos zoos, como el Port Lympne en Inglaterra y el Zoológico Matecaña (ahora Bioparque Ukumarí) en Colombia, han perdido más de un cuidador por ataques de elefante. Algunos casos anecdóticos son la muerte de un cuidador en el Zoológico Matecaña debido al ataque de un elefante que provenía de la Hacienda Nápoles (antigua propiedad de Pablo Escobar) o el de un elefante que en 2013 se escapó de un circo cerca de París y mató a un jubilado que estaba jugando a la petanca.

Sorprende ver la cantidad de veces que se ha movido a muchos de estos animales implicados en las agresiones. Algunos han sido capturados en la naturaleza y han estado en más de siete instalaciones diferentes, incluidos zoos, circos, centros de cría y santuarios. Un ejemplo es el macho Luka, que a principios de los 80 mató a dos cuidadores en el zoo de Belgrado y que ha pasado su vida por seis zoos diferentes, como por ejemplo Terra Natura (Benidorm), donde estuvo siete años; o el caso de la hembra Aja, que ha pasado por cuatro zoos diferentes, uno de los cuales fue Castillo de las Guardas (Sevilla), donde solo estuvo seis meses. Se ha visto que el constante movimiento de animales disminuye la esperanza de vida en elefantes cautivos, y parece lógico pensar que también disminuye su bienestar, pues no pueden formar lazos estables con otros elefantes.

También es interesante notar cómo el mundo del circo y el mundo de los zoológicos han estado colaborando estrechamente, sobre todo en los Estados Unidos, comprándose, vendiéndose o intercambiándose animales. Los zoos y los circos no tenían problema en comprar o alojar de forma casi inmediata a elefantes que habían matado a personas, y de la misma forma no veían problema en continuar el contacto libre con estos animales o incluso hacer números de circo a escasos metros de cientos de visitantes. Hoy en día sigue siendo frecuente que los elefantes (y otros animales) que matan a cuidadores de zoo se envíen lo más rápido posible a otro zoo, en parte como medida para evitar mala prensa a ese zoo: la opinión pública del sitio de origen empieza a olvidar la tragedia cuando el animal desaparece de su zona y la opinión pública del sitio de destino muchas veces ni siquiera llega a saber que ese elefante ha matado previamente a personas. Y no hace falta retroceder mucho en el tiempo para encontrar zoológicos “acreditados” que han sacrificado a un elefante después de un ataque.

El sacrificio de los elefantes que han matado a personas ha sido una constante durante toda la historia, aunque estas acciones son ahora mucho más infrecuentes. Cabe destacar el caso del elefante Baby Boo, nacido en 1900 en cautividad en Sri Lanka y que pasó por más de diez circos diferentes en Estados Unidos antes de acabar sus días en el zoo de San Diego, donde lo sacrificaron al poco tiempo debido a su “comportamiento homicida”. Y lo que se aplicaba con esos animales a principios y a mediados del siglo XX no era precisamente eutanasia.

La elefanta de circo Mary mató a su cuidador Walter Eldridge en 1916 en Tennessee (Estados Unidos) y como castigo le dispararon más de 25 veces, sin lograr el efecto deseado. Al ver que las armas no podían acabar con la elefanta, la llevaron hasta una estación de ferrocarril con grandes grúas y allí la ahorcaron ante 2500 personas (incluidos los niños del pueblo), que se habían acercado para ver el espectáculo. Sin embargo, la cadena que usaron para ahorcarla se rompió y Mary cayó al suelo, se rompió la pelvis y quedó inmovilizada por el dolor. Entonces utilizaron otra cadena más gruesa y esta vez sí que pudieron ahorcar a la elefanta, que tardó 10 minutos en morir. Resulta de interés comentar que el cuidador muerto había sido contratado el día anterior y no tenía ninguna experiencia con elefantes. El ataque se produjo después de que Eldridge la castigara y la golpeara con el gancho de entrenamiento, seguramente en una zona donde el animal tenía una infección dental.

La dificultad de matar a estos elefantes “asesinos” a principios de siglo XX se solventó muchas veces con el uso de veneno (cianuro), que se introducía en manzanas y zanahorias y se daba de comer al animal. Sin embargo, el caso de Topsy en 1903 fue excepcional. Topsy era un elefante asiático capturado en 1875 y llevado, como tantos otros, a Estados Unidos. Tras matar a tres personas, se decidió que había que acabar con su vida, y la horca parecía el medio más apropiado. Sin embargo, una asociación de defensa animal (American Society for the Prevention of Cruelty in Animals) protestó y entonces hubo que considerar otros métodos. Fue entonces cuando Thomas Edison sugirió electrocutarla y así de paso criticar los peligros de la corriente alterna (él abogaba por su invento, la corriente continua). Así pues, Topsy fue fulminada cuando le aplicaron más de 6000 voltios por todo su cuerpo, mientras unas 1500 personas lo presenciaban y Edison lo grababa para una película, y así de paso también intentaba promocionar uno de sus otros inventos, el cine. Previamente, Edison ya había electrocutado muchos otros animales (incluyendo un orangután) para desprestigiar a la corriente alterna. El video de la atroz muerte de Topsy, no apto para personas sensibles, puede encontrarse fácilmente en internet.

Otro caso similar aconteció en 1994 en Hawai (Estados Unidos), donde la elefanta africana Tyke mató a su entrenador en el circo de Hawthorne Corporation. Tyke era una elefanta capturada en 1973 en Mozambique y tenía un historial de ataques a personas; a pesar de ello, se siguió utilizando para hacer espectáculos en los circos. En una actuación, mató a su nuevo entrenador y se escapó por las calles de Honolulú, hiriendo a varias personas en su fuga y sembrando el pánico en la ciudad. Tuvo que ser abatida y recibió 87 tiros por parte de la policía. Inmediatamente el dueño del circo salió ante los medios de comunicación para explicar que en los 40 años que llevaba trabajando con elefantes, Tyke era la primera que había perdido el control. Aquel fue el inicio de las muchas mentiras que el lobby del circo propagó con insistencia. Además, cuando las organizaciones de defensa animal de Hawái forzaron a la ciudad a debatir la prohibición de espectáculos con animales salvajes en los circos, el lobby del circo, encabezado por Ringling Brothers, mandó a un detective a sueldo para organizar una campaña de apoyo al circo y de desprestigio de los grupos que se oponían a los circos. Esa campaña consistió en pagar a gente para manifestarse en favor de los circos; presionar a los políticos; introducir infiltrados en los grupos de defensa animal; y declarar en las comisiones que los elefantes se entrenaban solo con refuerzo positivo y que todo lo que se les hacía hacer eran comportamientos que ya realizan en la naturaleza.

El guion es prácticamente idéntico al que siguen utilizando hoy muchos zoológicos, especialmente los que realizan espectáculos con cetáceos. Otros argumentos que los circos esgrimieron y que son comunes a los utilizados por los zoológicos actuales incluyen que “el público debe elegir lo que quiere ver”, “los niños tendrán una vida miserable si no pueden disfrutar de los elefantes en un circo” o “el circo es una tradición centenaria que forma parte de la cultura”.

El mediático caso de Tyke mostró la forma de entrenar elefantes en los circos: a base de castigos y sometimiento. Los elefantes pasaban encadenados 22 horas al día y la tortura continuaba con los continuos viajes de los animales en camiones, trenes y barcos; de hecho, Tyke había realizado un viaje de cuatro días por barco desde Los Ángeles hasta Hawái. La presión del lobby del circo hizo que se perdiera la votación para prohibir los circos con animales salvajes en Hawái, pero lo cierto es que los circos con elefantes nunca más volvieron a pisar Honolulú. Desde entonces el número de ciudades que han prohibido el uso de animales en los circos no ha parado de crecer. Hawthorn Corporation fue multada por numerosas irregularidades en 2004 y tuvo que enviar los elefantes a un santuario. Ringling Brothers anunció su cierre en 2017, después de 146 años de actividad: no pudo hacer frente a las regulaciones respecto al trato de animales ni a los cambios en las preferencias de la gente, que había dejado de llenar sus espectáculos.

La predicción lógica es que las muertes producidas por elefantes de zoológico van a ir a menos, y curiosamente la presión externa es la que está provocando y seguirá provocando este ahorro en el número de víctimas humanas. El primer factor que explica esto es que la mayoría de zoológicos se han pasado o se están pasando a la forma de manejo de contacto protegido, lo que claramente disminuye (aunque no elimina) el riesgo de ataques. No hay que olvidar que han sido las críticas externas a los espectáculos con elefantes, al uso del gancho y al uso de cadenas lo que ha obligado a los zoos a buscar nuevos métodos de manejo. El segundo factor es que cada vez hay menos elefantes en zoológicos, debido también a la presión externa ejercida, que ha podido demostrar la falta de bienestar de estos animales en cautividad. Esto ha reducido el número de elefantes cautivos por dos vías. La primera, la de los zoológicos que ante las presiones han reflexionado y han decidido dejar de mantener a estos animales. La segunda, la de los zoológicos que, ante las medidas más restrictivas que recomendaban las asociaciones de zoológicos, se veían incapaces de poder cumplirlas y decidían deshacerse de los elefantes para poder continuar siendo acreditadas. Y el tercer factor es que cada vez es más difícil que los zoos puedan obtener animales capturados de la naturaleza debido también a esa presión externa. Como los elefantes en los últimos 4000 años no han sido capaces de reproducirse en cautividad lo suficiente para formar poblaciones autosostenibles (y la época moderna y el presente no son excepciones), sin una entrada constante de animales capturados de la naturaleza las poblaciones en los zoológicos tenderán poco a poco a la extinción.

De hecho, la poca sostenibilidad de las poblaciones de elefantes en cautividad es algo que lleva preocupando a los zoos desde hace tiempo. En los zoos siempre han muerto más elefantes de los que nacían, y con la llegada del siglo XXI capturar elefantes de la naturaleza para llevarlos a los zoos se volvió mucho más difícil. Por ello, el número de elefantes en los zoos europeos y norteamericanos no ha dejado de descender desde el año 2000. El número de nacimientos es tan bajo que los zoos ya han calculado que si no se siguen capturando animales de la naturaleza ya no quedarán elefantes en los zoos para 2060. Es por esto que las asociaciones de zoológicos se han lanzado a la desesperada a poblar con sus miembros los grupos de trabajo que sobre el elefante está haciendo la convención CITES, que regula el comercio internacional de fauna. Y por supuesto, la opinión de todas estas personas asociadas a los zoológicos es que se debería continuar capturando animales de la naturaleza para llevarlos a los zoos. La excusa proporcionada -que los elefantes en África sufren mucho debido a la caza furtiva- es tan ruin como falsa: se ha demostrado que un elefante en cautividad vive menos que un elefante que sufre furtivismo, y mucho menos que un elefante que no sufre furtivismo.

La muerte reciente de un cuidador de elefantes en el zoo de Cabárceno es un hecho desgraciado que no debe alegrar a nadie. Los cuidadores han pasado de héroes a villanos en pocos años a causa de la presión social y de la mala prensa que han generado los zoos. Yo he tenido la oportunidad de trabajar con muchos cuidadores y bajo ningún concepto les colocaría el apelativo de villanos. Pero desde luego tampoco son héroes. Algunos han visto morir a un compañero atacado por una orca y al día siguiente han tenido que tirarse al agua para trabajar con ese mismo animal. Eso no los convierte en héroes. Un héroe se habría replanteado el mantenimiento de los animales en zoológicos y habría reclamado en público el fin de la cautividad de elefantes, orcas, delfines, tigres, loros y un largo etcétera. Yo no quiero que ningún cuidador vuelva a morir por un elefante cautivo, y por eso pido que se deje de mantener a estos animales en cautividad. Y sobre todo pido que se deje de capturarlos de la naturaleza para hacerles pasar un vida penosa, en lo físico y en lo psicológico, en los zoológicos.

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