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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

La sensibilidad no nace, se hace

Ojo nohumano y humano

Barbijaputa

Hace años, mi concepto de las personas que no consumían animales era muy diferente al que es hoy. Recuerdo pensar que se trataba de gente extremadamente sensible, incapaces por naturaleza de desvincular un filete del animal del que provenía.

Para mí aquello era marciano, porque a mí siempre me habían descrito como una persona sensible, y si yo era efectivamente sensible, ¿cómo no tendrían que ser entonces esas personas que comían sólo verde? Pues hechas casi de otro material. Ni me planteaba seguir su ejemplo, jamás lo hice. Nos diferenciaba algo más allá de la voluntad: nos distanciaba la biología y, en definitiva, no se podía luchar contra eso.

Por supuesto, mi información sobre el tema era nula. Ni siquiera diferenciaba lo que llamaban entonces “ovolacteovegetariano” de “vegetariano”. Marcianadas de nuevo. ¿Huevo sí pero carne no pero leche sí pero peces no? En mi opinión aquello rozaba ya el delirio.

Un día, porque siempre hay un primer día de muchos que vendrán luego en cualquier despertar, alguien puso una semilla en mi cabeza. Y fue en Twitter. Andaba yo protestando contra la tauromaquia, lamentándome porque Izquierda Unida (aún Podemos no existía) no llevaba en su programa abolir esa práctica, sino simplemente dejar de subvencionarla con dinero público hasta hacerla desaparecer. Me parecía TAN injusto. Yo quería que propusieran su abolición. Mientras, me metía entre pecho y espalda tremendos filetes de buey, poco hechos, con sangrencita, que es como me gustaba a mí la carne.

Entonces alguien, no recuerdo quién, me preguntó: “¿Eres vegana?” Yo no veía relación alguna entre mi reclamación antitaurina y aquella pregunta. Ninguna es ninguna. ¿Qué tiene que ver eso? No soy vegana. Algo así respondí. Aquella persona me explicó que la tauromaquia sólo era otro tipo de abuso, y que mi alimentación estaba llena de sufrimiento animal.

Algo quedó en mí aquel día. Seguí comiendo carne, por supuesto. Sin culpa, sin nada. Simplemente fue una conversación a la que volvería una y otra vez, a lo largo de mi proceso de conciencia sobre este tema.

Leí algunas cosas de forma casual sobre la industria cárnica, escuché algo en la radio sobre que las sufragistas eran veganas, pregunté cuando tenía oportunidad a gente vegetariana sobre su alimentación y sus motivos para hacerlo. Cosas esporádicas, semillas salpicándome de vez en cuando, a lo largo del tiempo. El feminismo y la opresión a las mujeres hizo que entrara de lleno en el antiespecismo y la opresión sobre el resto de animales. Pasé de leer sobre el tema cuando me lo encontraba a buscar información y documentarme voluntariamente. Y seguía comiendo carne.

Temía que jamás fuera a dejar de consumir animales, que me faltara la sensibilidad y la empatía necesarias. Pero algo había cambiado: ya tenía la suficiente información como para darme cuenta de que prefería tener esa supuesta “sensibilidad extra” a no tenerla, prefería no disfrutar con la carne que disfrutar como lo hacía.

Los meses o años que duró mi proceso no los conté, pasa un poco como con la conciencia feminista. ¿Cuándo te diste cuenta de que tenías perspectiva de género? No hay un día, no hay un momento en el que ves la luz. Es un aprendizaje constante y no se le puede poner fecha.

Lo que sí sé es que paulatinamente fui entendiendo que no me separaba nada biológico, ninguna aptitud me diferenciaba de las personas que optaban por una alimentación sin animales. Entendía también que en el pasado me había separado la falta de información, y luego tan solo el egoísmo: ese saber conscientemente que no me hacían falta los animales para mantener una dieta perfectamente sana, pero aún así gustarme su sabor.

Poco a poco, fui sensibilizándome más y más, porque cuando empiezas a indagar ya no hay marcha atrás, es como ponerte las gafas moradas. Pero cuando decidí que podría prescindir del placer y la comodidad de la alimentación omnívora, me puse a mí misma la excusa de “no hay opciones fuera de casa para mantener este tipo de decisión sobre mi alimentación”. A resistencia no me ganaba nadie, el problema luego eran los bares y sus nulas opciones sin sufrimiento animal.

Pero el proceso seguía adelante en mi cabeza, y la contradicción no se sostenía ya dentro de mí. Cada vez se me hacía más difícil hacer la compra sin culpa. Cada paquete de pavo cocido o lata de atún que incluía en el carrito me revolvía más. Las excusas que me había construido me sonaban tan hipócritas que, casi por puro egoísmo, por vivir en paz, dejé de comprar todas esas cosas en el supermercado.

Tampoco quería pedirlo ya en lo bares. No quería cadáveres -porque así lo veo ahora- en mi plato. No quería pagar para que mataran animales para mí. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que la sensibilidad no te nace, la haces. Aquella frase de Simone de Beauvoir sobre las mujeres servía para describir muchas otras formas de opresión y de creación de conciencia sobre dichas opresiones.

Desde mi punto de vista, las feministas tenemos que luchar por nuestra liberación, pero, por pura coherencia, no ejercer opresión sobre otros seres sintientes. Nadie duda de que el sujeto del feminismo debe ser únicamente la mujer, nadie dice (a pesar de lo que he leído por ahí a veces) que el feminismo deba incluir “a la vaca” como sujeto del feminismo. Estas son lecturas reaccionarias de lo que significa el antiespecismo. Simplemente se trata de ser coherente, y de la misma forma que no queremos ser abusadas y oprimidas, tenemos que querer lo mismo para el resto de animales, aunque no sean humanos como nosotras. Porque nosotras somos animales también, con voz, pero animales con capacidad de sufrir y sentir como el resto.

Los animales jamás harán su propia revolución, tenemos que hacerla por ellos. Que no nos expliquen más que con chillidos en el matadero que están sufriendo, no significa que su causa no tenga legitimidad. Y depende de todas y de todos que las grandes industrias que fuerzan sistemáticamente embarazos y partos de las hembras para que nos den la carne de sus crías, entre otra multitud de formas de abuso, paren. Paren de abusar, de enriquecerse, de contaminar, de contribuir masivamente al cambio climático.

La sensibilidad puede o no nacer dentro de un individuo, pero hacerla crecer es perfectamente posible, y es nuestra responsabilidad.

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