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¿Y si los animales nos cobraran por usar sus estampados?

5 de junio de 2021 06:00 h

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¿Tienes una camiseta como la de esta foto? ¿Una falda, quizás? ¿Unos leggins, una funda de móvil, una mascarilla, unos zapatos, un bolso, un cinturón? Si la respuesta es sí, este artículo es para ti. Si la respuesta es no, quédate igualmente porque en un futuro podría haber un motivo no estético para abonarse a los estampados de animales. Empecemos con un poco de contexto.

La ONU lo tiene claro: la industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta. Lo afirma a sabiendas de que la reinvención constante de la moda es una condición necesaria para su buena salud –una característica que, por cierto, comparte con el sistema económico que la sostiene: el capitalismo–. Y, si algo saben hacer los dos, es adaptarse a los nuevos tiempos.

Han pasado un par de años desde que la ONU lanzara esa acusación fundada y los esfuerzos de la industria para disimular su contribución a la destrucción del planeta han sido notables. Con el lavado de cara del fashion pact, las grandes marcas se abren al uso –todavía residual– de materiales que exigen menos agua, a los algodones ecológicos y al reciclaje de telas, todo bien sazonado con una generosa dosis de marketing ‘ecofriendly’ que, por supuesto, se pueden permitir fortunas como las de Amancio Ortega y compañía.

Desde luego que a esta operación de blanqueamiento se le ven las costuras. No sin trabas de todo tipo, periodistas y oenegés continúan destapando las atrocidades de unas multinacionales a las que nunca ha interesado nada más que la maximización de los beneficios. Me refiero a un sinfín de historias terribles: violencia contra trabajadoras en la India, explotación a menores de edad en el sudeste asiático, trato a las mujeres “como en campos de concentración” en Sudamérica, y un silencio aterrador ante sucesos como el reciente caso de explotación clandestina en Tánger, del que nos enteramos porque murieron docenas de personas electrocutadas.  

El rey va desnudo y no hay telas en el mundo para tapar las vergüenzas que veremos en el juicio que acaba de empezar en Francia, en la que los titanes Inditex, Uniqlo, Sketchers y SMCP se sientan en el banquillo acusados de haberse beneficiado del trabajo forzoso del pueblo uigur y, por lo tanto, de ser cómplices de los crímenes cometidos contra esta minoría china de religión musulmana.

En definitiva, este green washing de manual no es otra cosa que la apropiación parcial de lo que siempre han hecho las pequeñas marcas que trabajan con talleres de proximidad o de comercio justo –que deberían ser los verdaderos referentes– y que demuestran, una vez más, la infinita capacidad del capitalismo de adaptarse o, al menos, de simularlo.

Pues bien, habiendo hecho un poco de contexto sobre la industria textil, veamos qué proponen la investigadora Caroline Good y sus colegas en un curioso e interesante artículo publicado en Journal for Nature Conservation.

El animal print: una oportunidad

“El estampado de leopardo –el rey del animal print– es un diseño de moda que prolifera con un atractivo perpetuo en los mercados. Pero, a medida que ha ido aumentando la demanda de textiles que reproducen el patrón del leopardo, más de un 75% de los leopardos mismos han desaparecido”.

Así empieza este estudio que cuantifica el interés de la moda en el estampado de leopardo para evaluar si su popularidad refleja un interés en la vida de los animales que viven en libertad, y si esto ha contribuido –o tiene el potencial de contribuir– a la conservación de estos grandes mamíferos.

Esta conexión se documenta y cuantifica cruzando los datos de Internet generados por los usuarios, los medios editoriales tradicionales y las tendencias en Instagram. Como se podía intuir, el big data sugiere poca correlación entre el interés por el estampado de leopardo y la preocupación por los leopardos en sí. A mi modo de ver, se infiere que, aunque tu funda del móvil sea un estampado de leopardo, lleves unos shorts de rayas de cebra y un bolso que imita la piel de cocodrilo, eso no estaría relacionado con que te importe demasiado la vida de dichos animales.

Llegados a este punto las investigadoras cogen carrerilla y afirman que “en este contexto (…) se presenta un desafío y una gran oportunidad potencial, si pudieran conectarse [el interés por el estampado y por la conservación del animal] de modo que la relación se convierta en mutuamente beneficiosa”.

He aquí por qué empezábamos el artículo hablando de la adaptabilidad de la industria para asumir algunos discursos y hacer bandera de casusas que ni le van ni le vienen –a no ser, claro está, que puedan sacar tajada–. Hemos visto a las grandes marcas asumir parcialmente tesis de cuestión racial, de género y de salud y con la boca pequeña podemos decir que sí, que no deja de ser un éxito que una parte de la gran industria haya más o menos asumido que no hace falta despellejar animales para ser creativos.

Así que aprovechando el historial ‘cosas-friendly’ de las grandes marcas del textil, las autoras del estudio les proponen que hagan algo más que evitar el uso de pieles y plumas. Quieren que se grave los estampados de leopardo para financiar la conservación de estos animales a través de “un esquema de pago por derechos de uso con fines comerciales”. En lenguaje menos técnico, proponen que una parte del precio de los productos que usan estampados de leopardo vaya destinado a la conservación de los leopardos.

Si vamos de nuevo a los referentes, podemos deducir que lo que propone el equipo de Good es algo parecido al merchandising de las organizaciones animalistas. Por un lado los compras por su valor como bien de consumo –un simpático delantal con una gallina que dice: ‘No me toques los huevos’– pero también porque sabes que una parte del precio de ese producto irá destinado al bienestar –el auténtico bienestar– de los animales del santuario donde lo compras como, por ejemplo, la gallina que inspira ese mismo delantal.   

No es nada descabellado. En Alemania se debate si hay que subir el IVA a la carne para reducir su consumo y con ese dinero financiar medidas sobre “bienestar animal”. En el fondo el problema es el de siempre: la protección de los animales no es en ningún caso una cuestión prioritaria para la administración y su financiación pública es insuficiente y, estaremos de acuerdo, debe aumentarse.  

Por eso, un sistema parecido al que proponen estas investigadoras podría ser una buena forma –siempre complementaria– de financiar la conservación de especies en peligro de extinción por la acción humana –caza furtiva, invasión de hábitats, etc.–.

No me corresponde a mí opinar sobre quién o cómo se debería administrar la recaudación del “canon leopardo”. Me limito a decir que se debería exigir total transparencia y seguir presionando a la industria y a los gobiernos para que muevan ficha.

Porque, en resumen, las preguntas clave para sacar adelante el plan del estudio son dos: ¿Está dispuesta la industria a asumir ahora un papel “wildlife friendly”? Yo creo que sí. Y tú, ¿pagarías –tal vez algo más– por un estampado de leopardo si eso contribuye a la conservación de la especie? Seguramente sí, aunque solo sea para que cuando tus nietos y nietas fisgoneen tu armario, encuentren una blusa de estampado de leopardo y te pregunten qué son esas manchas, no tengas que decir que imitan la piel de un animal extinto que se llamaba leopardo.

Nota: Este autor se reserva su opinión respecto a lo bonitos o feos que son los estampados e imitaciones de pieles de animales. Eso sí, ofrece su máximo rechazo al uso de pieles reales y a aquellas personas que, si se lo pudieran permitir, optarían por la versión real antes que por la imitación.

¿Tienes una camiseta como la de esta foto? ¿Una falda, quizás? ¿Unos leggins, una funda de móvil, una mascarilla, unos zapatos, un bolso, un cinturón? Si la respuesta es sí, este artículo es para ti. Si la respuesta es no, quédate igualmente porque en un futuro podría haber un motivo no estético para abonarse a los estampados de animales. Empecemos con un poco de contexto.

La ONU lo tiene claro: la industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta. Lo afirma a sabiendas de que la reinvención constante de la moda es una condición necesaria para su buena salud –una característica que, por cierto, comparte con el sistema económico que la sostiene: el capitalismo–. Y, si algo saben hacer los dos, es adaptarse a los nuevos tiempos.