El activismo por los los derechos de los animales no es una lucha cualquiera, sobre todo cuando se convierte en una amenaza real para los poderes públicos y financieros del primer mundo. Este pulso, bien conocido por los activistas por los derechos de los animales, ha ido sufriendo una escalada de vigilancia y represión que en muchas ocasiones ha cruzado la línea roja de las libertades civiles y los derechos humanos.
Ningún otro país ha vivido esta persecución peor que los Estados Unidos forjados tras los ataques del 11S, con un plan perfecto para acabar con la libertad de expresión, las voces críticas y los movimientos ciudadanos antisistema. Esta denuncia es la que Dennis Henry Hennelly y Casey Suchan, los co-directores de The Animal People, The Animal Peoplequerían hacernos llegar con su documental, sobre todo porque se trata de una amenaza vigente y activa más allá de sus fronteras (en 2011, 25 activistas de las organizaciones Igualdad Animal y Equanimal fueron imputados en España por “ecoterrorismo”, un delito que ni siquiera existe en el ordenamiento jurídico español, y que llevó a varios de ellos a prisión preventiva, aunque todos fueron absueltos en 2015, tras un procedimiento plagado de irregularidades denominado Operación Trócola).
La película documenta y pone en contexto histórico la verdadera historia del grupo Stop Huntingdon Animal Cruelty (SHAC) y cómo, tras realizar una campaña internacional en contra de la extrema crueldad utilizada en los experimentos con animales de los laboratorios Huntingdon Life Sciences, empezaron a ser vigilados e investigados por el FBI, para ser finalmente acusados y encarcelados gracias a la Ley de Terrorismo contra Empresas Animales de 2006 (Animal Enterprises Terrorism Act).
Esto sucedió en Estados Unidos en plena resaca del 11S pero, ¿cómo acabó un grupo de activistas en la lista de terroristas más buscados? El documental, que ha contado con el apoyo explícito de Joaquin Phoenix como productor ejecutivo, explica cronológicamente los hechos que llevaron a la represión de uno de los grupos activistas más vinculados a la acción directa y a técnicas de señalamiento que hoy conocemos como escraches. Desde el inicio de la cinta se aprecia que la producción se ha cuidado para construir un rompecabezas político, en forma de thriller, que además aporta documentos visuales y sonoros que nunca antes se habían desvelado.
Una grabación realizada por un agente especial del FBI acompaña los primeros segundos de los títulos de crédito: la conversación telefónica con uno de los integrantes más conocidos del SHAC, el norteamericano Kevin Kjonaas. Junto a Jake Conroy, y otros protagonistas de este drama real, el arranque del documental nos sumerge en la persecución, acusación y encarcelación de un grupo que, sin duda, se hizo demasiado fuerte e influyente en el despunte de Internet, como herramienta catalizadora de acciones y presión política frente a la omnipotente industria de la experimentación farmacéutica con animales. Tal y como resume Lauren Gazzola, fundadora y componente de SHAC que también acabó en la cárcel, “las corporaciones pueden hacer lo que quieran en esta sociedad, y nosotros desafiamos el derecho a existir de estas empresas”.
Ahora más que nunca
¿Por qué nos llega ahora esta historia documental? El movimiento de liberación animal ha vivido distintos ciclos y debates en torno a las estrategias de acción directa, el lobby político o incluso los procesos de representación ciudadana, a través de organizaciones netamente antiespecistas y de partidos animalistas. Es probable que las acciones de liberación de animales cuenten entre los casos que en mayor número se han traducido en acusaciones y riesgo de cárcel, tanto en España como en todo el mundo.
Pero desde que Internet explotara, con sus herramientas de comunicación y comunidades interconectadas, la vigilancia y represión de los activistas se han intensificado, por lo que la narración documental del famoso caso de los SHAC7 puede ayudar a recordar la vigencia y sacrificio de estos episodios, a la luz de la censura y persecución que ya se está llevando a cabo en redes como Facebook, Twitter o Instagram. Incluso a la hora de producir películas documentales como The Animal People.
No conviene olvidar que este documental ha necesitado diez años de trabajo para concluirse y poder estrenarse en canales comerciales como Netflix y Amazon (y que, sin embargo, no puede verse en España, pero está disponible para alquiler y compra en Vimeo On Demand a nivel mundial). Tanto para quienes ya conocían esta historia (que el propio Jake Conroy presentó en Madrid, en septiembre de 2015) como para los recién llegados al antiespecismo, el documental ha reabierto temas y un debate que los propios involucrados han recibido con satisfacción.
Según unas declaraciones de Joss Harper (uno de los activistas encarcelados) a la cineasta Nicole Russin-McFarland, a su paso por el Austin Film Festival, “el retrato que se hace de nosotros es justo, es la película que me hubiera gustado hacer, sobre todo en la parte que tiene que ver con el material que se filmó de incógnito y que fue el origen de las protestas, que no pudimos mostrar al jurado para explicar nuestras acciones”. Esa parte de redención y restitución fue uno de los motores que impulsaron a varios productores a asociarse para hacer realidad esta película, como explica uno de ellos, Mikko Alane: “Para nosotros es un documental sobre la verdad y lo que la verdad significa, porque los acusados en este caso fueron retratados por el Estado de una manera tan negativa que no tuvieron la oportunidad de presentarse de otra forma. La película nos da la oportunidad de convertirnos en jurado y analizar una información que los miembros del propio jurado no tuvieron”.
Los creadores de The Animal People no se han prodigado en entrevistas, pero en varias ocasiones han querido subrayar que, más allá de su interés personal por los derechos de los animales (que ya mostraron en el largometraje de ficción Bold Native), esta es una historia sobre nuestros derechos fundamentales como democracia, en Estados Unidos y en cualquier parte. “Los acusados no infringieron ninguna ley”, ha dicho Casey Suchan, “lo que hicieron fue organizar protestas, que es una de las bases de nuestra democracia”. Poder expresar libremente nuestra opinión, poder organizarnos libremente para protestar y hacerlo de forma visible y contundente es la base de cualquier movimiento ciudadano, y este documental nos avisa de que lo que ha pasado una vez puede volver a pasar. Hay que estar alerta.
El activismo por los los derechos de los animales no es una lucha cualquiera, sobre todo cuando se convierte en una amenaza real para los poderes públicos y financieros del primer mundo. Este pulso, bien conocido por los activistas por los derechos de los animales, ha ido sufriendo una escalada de vigilancia y represión que en muchas ocasiones ha cruzado la línea roja de las libertades civiles y los derechos humanos.
Ningún otro país ha vivido esta persecución peor que los Estados Unidos forjados tras los ataques del 11S, con un plan perfecto para acabar con la libertad de expresión, las voces críticas y los movimientos ciudadanos antisistema. Esta denuncia es la que Dennis Henry Hennelly y Casey Suchan, los co-directores de The Animal People, The Animal Peoplequerían hacernos llegar con su documental, sobre todo porque se trata de una amenaza vigente y activa más allá de sus fronteras (en 2011, 25 activistas de las organizaciones Igualdad Animal y Equanimal fueron imputados en España por “ecoterrorismo”, un delito que ni siquiera existe en el ordenamiento jurídico español, y que llevó a varios de ellos a prisión preventiva, aunque todos fueron absueltos en 2015, tras un procedimiento plagado de irregularidades denominado Operación Trócola).