Icra se ha quedado parada en mitad del andén del Metro. Mira al frente tranquila, muy quieta, esperando la llegada del convoy. Cuando el tren entra en la estación, Icra avanza despacio y se sube con suavidad al vagón para que Ángeles, su dueña, pueda hacer lo mismo junto a ella sin tropezarse. Una vez dentro, se tumba a su lado.
Icra es una preciosa labradora negra y su misión es servir de guía a Ángeles, invidente desde la adolescencia por una enfermedad. Llevan juntas ocho años. “Es una perra buenísima. La quiero mucho y ella también parece que está a gusto conmigo. Nos hemos adaptado muy bien la una a la otra”, cuenta Ángeles. Su perra nació y fue adiestrada en la Fundación ONCE del Perro Guía (FOPG) únicamente con la finalidad de servir de lazarillo a personas ciegas o con grave discapacidad visual. Como Icra, en la Fundación se ‘gradúa’ anualmente un centenar de perros para esta labor tan especial y delicada.
Las razas elegidas son labradores, golden retrevier o pastores alemanes, “por su equilibrio temperamental”, según explica la organización en su web. Todos de pura raza y seleccionados genéticamente en el propio centro, en donde existen “perreras de crianza” y adiestradores especializados que preparan a los animales a partir del año -edad en la que ya se les considera aptos para el aprendizaje- con el objetivo de que puedan ser entregados posteriormente a sus futuros dueños.
Un millar de personas en España con ceguera
En la actualidad, según la Fundación ONCE, hay un millar de personas con ceguera o grave discapacidad visual que utilizan perro-guía “como auxiliar de movilidad”. La mayoría de esos perros sale de la propia Fundación, que tiene prácticamente la exclusividad en España. Pero en algunos casos también proceden de dos escuelas norteamericanas con las que esta organización nacional tiene suscritos conciertos: 'Leader Dogs For The Blind', en Rochester; y 'Guiding Eyes for the Blind', en Nueva York.
Sin embargo, en nuestro país hay otros centros especializados en el adiestramiento de perros para asistencia a personas con discapacidad, como AEPA, una asociación de ámbito madrileño “sin ánimo de lucro” que, según informan, “educa perros para entregarlos gratuitamente a personas son discapacidades físicas y/o auditivas”. No a invidentes.
Uno de los requisitos que piden a cambio es hacerse socio por 40 euros anuales para ayudar en los gastos del centro, en donde la preparación de cada perro “ronda los 6.000 euros”. Y también “trabajar para conseguir la aprobación de leyes de libre acceso a la Comunidad de Madrid”, añaden en su web. Los responsables de AEPA afirman que, antes de entregar a un perro a una persona con discapacidad, “nos aseguramos de que el solicitante realmente necesita un perro para mejorar su calidad de vida y que en el futuro mantendrá las condiciones del perro, peleará por sus derechos y por los de las personas usuarias que le seguirán”. Por eso, añaden, “nuestro proceso de selección es un poco más largo y riguroso”.
Otra de las asociaciones que trabajan en el adiestramiento de perros es Bocalán, en donde canalizan estas enseñanzas para que los animales sirvan como terapia a niños autistas, personas mayores o afectadas por sordera o tetraplejias.
La vida del cachorro hasta que empieza el adiestramiento
Un perro guía o de asistencia no empieza su entrenamiento hasta que ha cumplido su primer año de vida. ¿Qué pasa hasta ese momento?. Durante ese tiempo, que es fundamental para su desarrollo y sociabilidad, los perros -con dos meses y debidamente vacunados- son acogidos por familias o por aquellas personas que voluntariamente lo solicitan.
La ONCE denomina “Familias Cuidadoras” a los voluntarios que adoptan provisionalmente “a un reproductor”. Estas familias deben firmar antes un contrato y comprometerse a cumplir una serie de requisitos. Unos “supervisores” realizan una primera visita a los domicilios, en la que valoran aspectos tales como cuántos miembros hay en la familia, disponibilidad, localización y entorno. Una de las recomendaciones que les hacen es no dejar al animal solo más de dos horas diarias y llevarlo al centro para revisiones veterinarias semanalmente o cuando lo crean necesario.
“La escuela –aclaran- proporciona la comida del perro, los cuidados veterinarios y una magnífica residencia canina para las vacaciones”.
A los doce meses, el cachorro ya puede comenzar su adiestramiento, motivo por el cual vuelve de nuevo a la Fundación, en donde pasará a pernoctar en una perrera. La FOPG entrena alrededor de 100 perros anuales, que serán adjudicados a discapacitados visuales, pero el objetivo que se marcan es “superar las 120 unidades”. No les cobran nada pero pueden dar aportaciones anuales voluntarias para sostener los gastos.
Según los profesionales consultados por El caballo de Nietzsche, el regreso del cachorro a la Fundación al cumplir el año es uno de los momentos más traumáticos, tanto para los miembros de la familia que le ha cuidado esos meses como para el propio animal, que de repente pasa de ser el ‘niño mimado’ de la casa a vivir en un entorno para él desconocido y con nuevas costumbres.
“Mis hijos se encariñaron mucho con Braun. El día que lo devolvimos a la Fundación fue un drama, a pesar de que desde el principios asumimos y sabíamos que iba a ser así”, cuenta Cristina, madre de cuatro niños con los que Braun –el labrador color chocolate de la ONCE que acogieron- bajaba a diario al parque. No obstante, la Fundación puntualiza en su web que quienes lo deseen serán informados posteriormente “de la evolución del cachorro”, podrán ir a visitarle y también serán “invitados a conocer a la persona a la que guiará durante los próximos años”.
Laura S., etóloga y especializada en el comportamiento de los animales, es rotunda en este punto. “No me convence el sistema, la verdad. No veo nada positivo esos cambios”, opina. Esta profesional -que prefiere guardar el anonimato argumentando que “este es un tema muy delicado”-, explica que, por un lado, entiende la gran labor que hacen los perros guías. Pero, por otro, cree que no son perros felices porque, para que hagan bien su trabajo, se les “inhibe” de todos sus instintos.
El adiestramiento
El proceso de adiestramiento de estos perros es largo y requiere mucha paciencia. Para algunos profesionales, incluso excesivamente duro. De hecho, no todos los perros superan la prueba.
En algunos casos, según desvelan personas que conocen el método de aprendizaje, se usa collares de castigo. “Eso genera estrés en los perros”, afirma Laura S.. En su opinión, la enseñanza se debe basar “únicamente, en el refuerzo positivo”.
Una idea que refuerza Andrea López, una de las profesionales del centro Bocalán. Según explica, el adiestramiento que ellos emplean “no es en absoluto duro para el animal ni supone sufrimiento”. “Si fuera así –asegura- no desarrollaríamos estos proyectos. Y si hay algún perro en concreto que vemos que es demasiado sensible, por ejemplo, ante la presencia de estímulos del ambiente, como ruidos o hacinamiento en ciudad, o ante otras personas o perros, no se selecciona como perro de asistencia o terapia”.
“El entrenamiento que llevamos a cabo está basado en refuerzos positivos, como el juego o la comida. El perro responde a los comportamientos porque sabe que va a ser recompensado por ello. Si no disfruta del trabajo, no tendría sentido que fuese un perro de asistencia o terapia”, afirma Andrea.
Un adiestramiento puede durar aproximadamente dos años. La propia Fundación imparte los cursos destinados a que la llamada “Unidad Funcional”, formada por la persona ciega y el perro guía, “consiga su máxima adaptación y eficacia”. “Estos cursos pueden realizarse en régimen residencial, domiciliario o mixto, según las características del futuro usuario y sus necesidades”. Si durante ese tiempo alguno de esos animales no es considerado válido, se dará en adopción.
En la web de la Fundación se reconoce que “la formación de un instructor de movilidad con perro guía es compleja”. Y también se explica que “el trabajo de un perro guía es una de las labores más complicadas que se le puede pedir a un animal”. “Pensemos -añaden- que, de manera natural, los perros tienen una serie de instintos, como el de caza, guarda y protección”. “Un buen perro guía tiene que tener estos instintos minimizados para realizar bien su labor”, concluyen.
Los animales deben aprender “a cruzar las calles en línea recta, evitar obstáculos, marcar puertas, escaleras o bordillos, añadiendo dificultad a su trabajo según progresa en los logros conseguidos. Siempre con cariño y paciencia, y reforzando la labor bien hecha con premios, que pueden consistir desde una caricia en el cuello, una palabra de halago e incluso una bolita de pienso”.
Pero a continuación reconocen que “el castigo también se utiliza a veces pero no se usa la violencia física. Un simple tirón de correa acompañado de un enérgico ¡NO! es suficiente para que el perro sepa que hay alguna cosa que ha hecho mal. Luego se repite el ejercicio premiándole cuando el objetivo se haya conseguido”.
Una vez completado el aprendizaje, cuando el instructor determina que su perro está listo, el siguiente paso es buscar al solicitante más adecuado. Para ello “se analizan y tienen en cuenta factores como la velocidad de paso, el peso, la altura y la iniciativa, entre otras muchas otras características, tanto del perro como de la persona y su entorno, para lograr una compenetración perfecta en la unidad ”perro-usuario“. Finalizado el entrenamiento y el periodo de adaptación a su nuevo dueño, los perros guía pasan a convivir las 24 horas con ellos. La simbiosis entre el invidente y el perro debe ser total.
Javier Moreno, co-fundador de la organización Igualdad Animal, cuestiona también la vida de los perros guía. “Sufren cuando son separados de la familia adoptiva que tienen durante su primer año. Y podemos decir sin ninguna duda que no tendrán un vida plena y feliz, como otros perros, por el hecho de estár privados de multitud de estímulos y su autonomía está completamente coartada”, asegura. “Alternativas tecnológicas que ya están en desarrollo, como los perros guía robot y de asistencia humana, son soluciones viables y necesarias para dejar atrás un uso de animales, que siempre, de una forma u otra, acaba dañándolos”.
Deberes y derechos
La ley permite y ampara el derecho de los perros guía a entrar en establecimientos y transportes públicos. Quien impida el paso a uno de estos perros puede ser sancionado con una importante cuantía económica. Cada Comunidad Autónoma ha regulado los derechos y obligaciones en esta materia.
También hay normas que la gente debe conocer y que en la web de la Fundación ONCE se explican:
Nunca se debe distraer a un perro guía cuando está trabajando.
Nunca se debe ofrecer comida.
Nadie debe sentir temor ante un perro guía: son animales dóciles y muy bien educados.
No deje suelto a su perro cuando se acerque a una persona con discapacidad visual con su perro guía. Los perros se saludan, con mayor o menor efusividad, y pueden provocar algún accidente.
Nunca toque el arnés de un perro guía. Sólo debe hacerlo el usuario.
La salud de un perro guía es excelente y su control veterinario exhaustivo.
Una vida laboral limitada
Pero la ‘vida laboral’ de un perro guía es limitada. En el mejor de los casos, su trabajo finaliza entre los ocho y diez años. La jubilación les llega cuando merman las condiciones físicas del animal para desarrollar sus funciones.
Entonces, es el momento de decidir qué hacer con él. Las opciones son quedarse con su dueño o volver a la Fundación, a la espera de que pueda ser nuevamente adoptado hasta el final de su vida. Esta última opción supone para el animal un nuevo desgarro, según los etólogos. “Quizás el peor”, afirman los expertos.
Rosa, una activista por los derechos de los animales, relata el caso de Panda, una perra de catorce años, cruce de labrador y golden, que adoptó después de jubilarse como perro guía. “Me advirtieron de que Panda había regresado al centro con múltiples patologías, algunas agudas. Tenía otitis, conjuntivitis, una infección muy avanzada, causada por garrapatas, y dermatitis, de las que estaba siendo ya tratada”, explica. “El personal de la Fundación había hecho un magnífico trabajo, la verdad. Incluso la mantenían con ellos en las oficinas para no dejarla en el chenil”, añade Rosa. Nada más verla, no lo dudó. Se llevó a casa a Panda.
Al recoger la cartilla supo que la perra procedía de Murcia, en donde había servido de lazarillo a un invidente prácticamente todos esos años. La crisis ha provocado que la vida laboral de estos perros se alargue más de lo normal, según le confesaron.
Gracias a sus cuidados, Panda superó las infecciones en un par de meses. Pero lo peor estaba por llegar porque luego descubrió que además de la displasia, lógica por la edad, la perrita tenía un cáncer óseo. “Con todo el dolor de mi corazón, tuve que ayudarla con eutanasia porque sufría mucho. Pero los cuatro meses que estuvo a mi lado no los olvidaré jamás. Le enseñé a ‘desobedecer’ y fue feliz”, relata, emocionada, Rosa.
“Yo no lo dudé. Me quedé con Morita hasta que se puso muy enferma y la tuve que ”dormir“. Tenía más de trece años”, explica Marcelino, ciego de nacimiento, mientras acaricia a su nueva compañera, Estela, una labradora negra de seis años. El animal permanece tumbado dentro de la cabina de venta de cupones mientras Marcelino atiende al público. “Como es negra, a ésta también la he terminado llamando Morita. Es buena como guía, pero no tanto como mi otra Morita, que fue entrenada en Estados Unidos”, reconoce este invidente que opina que la enseñanza norteamericana es “mucho más completa”. Él mismo viajó hasta Estados Unidos y permaneció un mes en el centro hasta que se adaptó a su lazarillo.
Pese a saber la gran labor que hacen esos perros y lo nobles que son, Marcelino reconoce que son animales que no disfrutan de la misma libertad que sus otros congéneres. Sus juegos son limitados porque, entre otras cosas, prácticamente están trabajando las 24 horas del día.
“Se adaptan porque están adiestrados precisamente para ese tipo de vida. A mí no me gusta ser ciego pero tampoco me gustaría ser un perro guía”, se le escapa a Marcelino.