Dinamarca es un país invocado a todas horas por la izquierda socialdemócrata como ejemplo de eso y de lo otro: una educación pública envidiable, unos medios de comunicación respetados, a la vanguardia en emisiones cero y con un PIB per cápita que dobla el español. Paradójicamente, tiene una política migratoria que firmaría encantada nuestra extrema derecha y unas costumbres bárbaras como el grind, una especie de ritual en el que cada verano adultos y niños matan a miles de delfines en las playas de las islas Feroe.
De hecho, las fisuras del país modélico se ensanchan cuando miramos de cerca la cuestión animal. De tradición pesquera y de frío extremo, en el último siglo Dinamarca se ha hecho fuerte en la infame industria peletera. Es –o, mejor dicho, ha sido– líder mundial de producción de piel de visón. Tiene más de mil granjas en las que han vivido hasta hace poco 17 millones de visones, animales que criaba exclusivamente para confeccionar abrigos y complementos de lujo, muy preciados entre las mujeres adineradas de China.
Pero lo que ha pasado en 'El noviembre danés' daría para una trama de Borgen o para un capítulo de Rick y Morty: decisiones hitlerianas, visones zombis, científicos impulsivos y dimisiones que desestabilizan un país poco acostumbrado al caos.
Veamos cómo el #minkgate –de mink, visón en danés– ha puesto al Gobierno contras las cuerdas y nos ha dejado un histórico ejemplo de especismo banal: un holocausto de visones “por error”. Palabras de la todavía primera ministra, Mette Frederiksen.
Humano infecta a visón, visón infecta a humano
Hay 1.139 granjas de visones en Dinamarca, la mayoría en la región de Jutlandia Septentrional. La intrínseca crueldad de la industria peletera, paradigma de la violencia estructural que sustenta el capitalismo tardío, es la verdadera raíz de este problema.
Un reportaje de SWI, la televisión pública suiza, nos permite saber cómo es la vida de los visones en cautividad: enjaulados en 0,3 metros cuadrados, sin pisar suelo, y las hembras con mejor piel obligadas a procrear para que la máquina no pare. No hay que ser un lince para hacerse una idea de cómo son las condiciones de hacinamiento e insalubridad si se han detectado visones contagiados en más de 200 granjas danesas. Y si, como denuncian periodistas y activistas, los ganaderos no permiten que se grabe en el interior de las granjas.
Según la OMS, lo que ha pasado con los visones es esto: un granjero se contagia en primer lugar –se lo pasa un amigo, un familiar o un compañero de trabajo–. Después le pasa el SARS-CoV-2 a uno de los mustélidos que custodia. El visón se infecta y puede, como los humanos, mostrar o no síntomas. El coronavirus muta en el cuerpo del visón y éste infecta de vuelta a otro granjero.
No es el único mamífero que ha dado positivo en la prueba del SARS-CoV-2. Humanos a parte, ha habido casos en perros y gatos –el 4% de una muestra italiana dio positivo– y grandes felinos como leones o la tigresa Nadia del zoo de Nueva York también se infectaron. No cundió el caos. Los estudios científicos fueron tajantes en cuanto al papel transmisor de perros y gatos y los grandes felinos tampoco mostraron síntomas preocupantes. Y bueno, si lo miramos con un enfoque antropocentrista, digamos que si un león infectado se escapa del zoo la menor de nuestras preocupaciones será si nos contagia de COVID.
El caso es que, pese a que el coronavirus –como todos los virus– muta con el tiempo, el instituto de investigación científica Statens Serum manifestó su preocupación por una cepa relacionada con la mutación originada en el virus que detectaron en visones. Dijeron que había 12 personas infectadas que parecían “menos sensibles a los anticuerpos”, de lo que dedujeron que “se podría poner en riesgo la eficacia de una futura vacuna si la mutación se expande a escala internacional”.
La OMS pidió cautela ese mismo día: “Se requieren más estudios científicos y de laboratorio para verificar las conclusiones preliminares notificadas y para comprender las posibles repercusiones de tales conclusiones por lo que respecta a los medios de diagnóstico, los tratamientos y las vacunas en proceso de desarrollo”. No fueron los únicos.
La científica principal de la OMS, Soumya Swaminathan, pedía “no adelantar conclusiones sobre si esta mutación tendría un impacto en la vacuna”. Asentía su colega, la epidemióloga Marysa Peyre: “Lo que es ocurre es preocupante, pero no tenemos aún la foto completa de la situación”.
Hace unos días, en una carta publicada en la revista Science, tres científicas de Dinamarca, China y Malasia apuntaban a la raíz del problema. Bruselas toma nota: “Urge monitorizar, limitar y cuando sea posible, prohibir la producción de visones”. El Gobierno se puso nervioso con las especulaciones sobre si habría un ‘corona danés’ –Jutlandia, la nueva Wuhan– y optó por una solución con consecuencias fatales.
Humano mata visón
5 de noviembre de 2020. La primera ministra danesa se dirige a sus ciudadanos con el rostro serio y la mirada ensombrecida. Empieza la rueda de prensa telemática en la que Mette Frederiksen, la persona más joven a llegar a lo más alto del ejecutivo danés, pronunciará una frase que la perseguirá hasta el fin de su carrera: “Es necesario matar a todos los visones de Dinamarca”. 17 millones. No fueron más porque no había.
Mette Frederiksen optó por emular a Margaret Thatcher y no a Angela Merkel. Se precipitó y escogió una medida drástica –e incorregible una vez ejecutada– y se equivocó creyendo que la raíz del problema eran los visones y no las granjas, que hubieran tenido que estar cerradas como hicieron en su día una larga lista de países europeos. No busquen a España en esa lista.
Los días siguientes, la policía y el ejército danés fueron granja por granja matando visones, como los soldados de Herodes yendo casa por casa matando a bebés el día de los Santos Inocentes.
Como suele ocurrir en estos casos, el Gobierno prometió una ayuda extra a los granjeros que mataran ellos mismos a los visones. Lo de siempre: pagar con dinero público la masacre de animales por problemas creados por actividades especistas. Ocurre cuando hay que matar vacas porque hay demasiada leche en el mercado –crisis de ‘lagos de leche’, 1974– o cuando los animales cautivos en granjas enferman –crisis de las vacas locas, 1996; crisis de la gripe aviar, 2004–.
Esta vez, sin embargo, no había una ley que permitiera la matanza indiscriminada e inminente de visones. Pero se hizo igual. Y la oposición, impulsada por el grito en el cielo que pusieron las entidades animalistas, rompió la tregua que tenía con el ejecutivo de Frederiksen desde marzo –sí, hay países en los que la oposición ha colaborado con el Gobierno en la gestión del COVID. No busquen a España en esa lista–.
Y como la orden era ilegal pero se llevó a cabo igualmente, pues nada, dimitió el ministro de agricultura tras admitir el error –no busquen a España, etc.– y salió la primera ministra en televisión pidiendo perdón, lágrimas incluidas, tras visitar una granja ya sin visones. Dejo aquí la transcripción de su sorprendente discurso:
“Tenemos dos generaciones de excelentes granjeros de visones, padre e hijo que, en un plazo muy corto, han visto como todo el trabajo de una vida se ha hecho añicos y eso ha sido emocionalmente muy duro para ellos [se seca las lágrimas]. Como decía a los granjeros, hemos hecho un buen acuerdo de indemnización. Ellos y todos los criadores de visones recordarán que no hemos tomado esta decisión por su culpa, que no han sido malos granjeros, al contrario, son los mejores del mundo. Ha sido culpa del coronavirus. No es culpa de los granjeros que esta profesión pueda desaparecer”.
Ni una sola mención a las primerísimas víctimas de la masacre, los visones, que han pagado con su vida la incompetencia del Gobierno. Ni una sola mención a su dolor, ni a su injusta e inmoral matanza. “La culpa ha sido del coronavirus”, decía, tras salir de una granja en la que ni tan siquiera hubo visones infectados. Todos sanos, y todos muertos. Supongo que todo se reduce a dinero y a que los granjeros votan y los visones no.
Una breve reflexión sobre la impermeabilidad del discurso especista. Resulta decepcionante que el país esté inmerso en una polémica que se centra en términos legalistas –si había o no había una ley que permitiera la matanza indiscriminada de animales– y se evite el debate moral, lo trascendental: ¿fue correcto matar tantísimos visones –la inmensa mayoría sanos– para potencialmente salvar a otros, a los humanos? ¿Se estudiaron alternativas a la matanza que tuvieran en cuenta los intereses de los visones? ¿Se debía tomar una medida tan irrevocable como una masacre que afecta 17 millones de animales basada en la exigua evidencia científica disponible?
Antes que el Gobierno pudiera dar respuesta a estas preguntas, las fosas comunes para visones ya estaban llenas de cadáveres. El ‘corona danés’ ya no era un peligro.
La metáfora final: 'visones zombis'
Ahora que la oposición pide la cabeza de Frederiken, el Gobierno danés quiere pasar página lo más rápido posible, pero su propia incompetencia no se lo está poniendo fácil. Miles de cadáveres de estos mustélidos están saliendo de nuevo a la superficie, en una finísima metáfora que pone en evidencia que las cosas se han hecho muy, pero que muy mal.
Los ‘visones zombis’ de los que habla la prensa han retratado –de nuevo– a un gobierno superado por el #minkgate. Masacrar 17 millones de visones nunca debió ser la solución porque nunca fue una buena idea y jamás debería suceder de nuevo.
El ‘Noviembre danés’ fue, ni más ni menos, un terrible ejercicio de especismo banal que pasará a la Historia. Y como no aprendemos nada, me temo que se repetirá.
Nota sobre los ‘visones zombis’: La ciencia tiene una decepcionante respuesta para explicar por qué los mustélidos han vuelto de sus tumbas. Los gases de la ingente cantidad de cadáveres en descomposición empujan hacia arriba los restos mortales de los visones. La venganza tendrá que esperar.
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