El lunes anunciábamos que el alpinista catalán Ferran Latorre lograba alcanzar, sin oxígeno artificial, la cima del Makalu (8.463 metros) su décimo segundo ochomil. Tras más de 16 horas de subida Ferran consiguió coronar la cumbre a las 12:20 (hora local) acompañado por el austríaco Hans Wenzl, el indio Arjun Vajpai y el búlgaro Boyan Petrov.
Con esta cima, ya sólo le quedan dos para completar su proyecto personal CAT14x8000: el Nanga Parbat, que intentará coronar durante esta temporada de verano en Pakistán y el Everest, que atacará en la primavera de 2017.
Ferran Latorre descendía ayer hasta el campo base del Makalu y nos hacía llegar la crónica completa de está ascensión:
“El día antes de atacar la cumbre, mientras descansábamos al MakaluLha, el campo situado a 7500 metros, tenía ciertas dudas. Por un lado nos saltábamos un campamento, con lo que el ataque se hacía muy largo. En este sentido, había detractores que nos tomaban por locos y defensores que nos lo aconsejaban como mejor opción. El resto de dudas venían por la parte de las sensaciones. A esos 7500 metros de altura no acababa de encontrarme con plenitud de energía y notaba un poco la altura, con una serie de síntomas leves pero que me recordaban malos augurios vividos en el pasado.
Quizás eran los nervios o el miedo a volver a fallar. En ese mismo lugar, hacía dos años me di la vuelta por falta de energía, y contando los dos intentos al difícil Pilar Oeste, y descartando el año del terremoto, aquel era mi cuarto intento verdadero al Makalu.
Decidimos que el disparo de salida sería a las ocho de la tarde. Todos los conocidos que habían escalado el Makalu desde el C2 -Nacho Orviz, Jorge Egocheaga, Mike Horn- expresaban con el lenguaje no verbal a la perfección cuando se referían a las distancias. Así que decidimos salir pronto para tener cierto margen. De acuerdo, el desnivel no es muy importante, y sí es verdad que la distancia es algo larga, pero sobre todo hay que tener en cuenta el punto de partida. No es lo mismo empezar la ascensión desde el CB, fresco y bien descansado, que hacerlo después de haber hecho el esfuerzo de subir al MakaluLha y pasar muchas horas a 7500 metros. Con ello quiero decir que básicamente empiezas el ataque a la cima reventado y es uno de los factores que hacen difícil esta montaña.
Afortunadamente, después de los primeros pasos, las dudas se desvanecieron. Me encontraba francamente bien, y en cualquier caso mejor de lo que me esperaba. Al llegar al Campo 4, la gente empezaba salir hacia arriba, así que nos juntamos casi todos, por aquello de hacer piña.
La luna casi llena, convirtió las horas más duras de una ascensión, casi siempre sometidas a la monotonía de la oscuridad total, en un espectáculo que nunca olvidaré. La primera parte es totalmente glaciar. O sea que la luna siempre presente, convertía nuestra existencia en una versión interplanetaria, y caminar por aquel precioso manto de plata, uniforme y metálico, era como hacerlo en otro planeta. Con Hans varias veces repetíamos el típico y estúpido comentario del alucinado, pero al mismo tiempo tan inevitable. No podía dejar de tener la imagen de nuestra propia progresión desde fuera: el aire enrarecido, el frío y la insistencia tenaz de aquellos cuerpos errantes, bajo la iluminación solemne de aquella hipnótica esfera. Me cuesta creer que nunca más vuelva a tener la misma experiencia a 8000 metros de altura.
Se hizo de día. El sol se asomó por el horizonte dejando clara la ley del más fuerte. Afortunadamente para mí. Hacía ya un par de horas que el frío había eliminado de mi cuerpo cualquier atisbo de romanticismo lunar para pasar a la vulgaridad de los simples escalofríos. De verdad que pasé frío. Hasta ese punto, al pie del corredor de los franceses, a unos 8100 metros de altura, la ascensión creo que fue fulgurante, y creo que nunca me había encontrado tan fuerte en altura.
Pero la parte final del Makalu es más compleja de lo que pensaba. Se trata de un terreno mixto de dificultad básica pero nada evidente. Quiero decir con esto que el famoso corredor francés no tiene nada de corredor y se trata de ir subiendo por donde se intuye el mejor paso entre las rocas y la nieve. En este tramo, y sin yo saberlo, los sherpas de nuestra agencia habían decidido equiparlo con cuerda fija para asegurar la bajada. Aceptando su decisión, y siempre compartiendo su criterio y quedándome con ellos todo el tiempo, la ascensión se ralentizó radicalmente. Las horas fueron pasando sin darnos cuenta de ello, con esperas largas pero más bien intemporales, y todos nos conformamos a la lentitud, a cambio de más seguridad.
Por fin llegamos a la arista de la cima. Espectacular, preciosa, altiva y digna de una gran montaña como el Makalu y siempre secundada al fondo por la presencia del Everest y el Lhotse. No se puede pedir más. Al final de la arista intuía lo que tantas veces había visto en fotografías: el pre-cumbre o falsa cima como le dicen algunos. En ese punto el grupo se plantó como haciendo una pausa disimulada, o como esperando que alguien cogiera la iniciativa. Con Hans y Arjuna no teníamos ninguna duda: había que ir hasta la cima, que quedaba aún más allá de la falsa cumbre.
Cogí la iniciativa, y la verdad es que la escalada de la primera cumbre es muy impresionante, y ciertamente agotadora, porque además me hundía mucho en la nieve profunda. Y llegados al falsa cumbre es cuando llega la sorpresa. La arista continúa aún más allá, por un hilo precioso que culmina con una de las imágenes más icónicas de la historia del alpinismo: la cima puntiaguda y con el justo espacio para una persona, preciosa pirámide en miniatura para culminar el ochomil más espectacular del planeta. No me extraña que mucha gente se dé la vuelta y no se aventure hasta la verdadera cumbre. Sin ser difícil, la arista es muy aérea y es un poco delicada. Cualquier error es el último, y teniendo en cuenta que todo el mundo llega muy tocado físicamente, cualquier pequeña dificultad añadida puede ser la claudicación final. Incluso a escasos veinte o treinta metros, como es el caso.
Recorrí la arista con una lentitud conservadora, consciente yo también de que iba muy justo de fuerzas y de capacidades cognitivas, pero siempre con la compañía de Hans y del Arjuna, apenas detrás de mí, como si me protegieran. A dos metros de la cima, me paré para hacer una foto de aquella pequeña pirámide que tanto había soñado escalar, y que en otras ocasiones había sido el púlpito de Lionel Terray, Yannick Seigneur o Jordi Camprubí. Supongo que fue el reflejo inconsciente de querer tener una imagen, mi propia imagen, de esta cumbre virgen, de esta cumbre, de este lugar tan extraordinario del planeta, que se pasa 364 días al año viviendo en solitario.
Llegué el primero. Creo que en el fondo quería llegar el primero. No por nada. No por ninguna competición. No por poder decirlo. Creo que simplemente fue porque era el que la quería más que nadie. Porque quería estar solo unos instantes. Y ponerme como Terray o como Seigneur, o como mi querido Jordi.
Hans intuyó que yo deseaba ese momento para mí solo. Se esperó un rato y me hizo una preciosa fotografía. Después subió y nos abrazamos emocionados. Después vino Arjun, un momento de gran felicidad que Boyan, que venía algo rezagado, también inmortalizó.
Deshaciendo la arista iba saludando al resto de la gente que subía hacia la cima. Bajaba feliz. Mi vida había pasado por aquella pirámide, aquel punto telúrico y único del planeta, y sentía que algo del espíritu de Terray había entrado dentro de mí. Sin duda, el mejor regalo posible, era haberme encontrado con él“.