- En el anterior artículo, Esguinces de tobillo (I Parte), vimos que el esguince de tobillo es una de las patologías más frecuentes del sistema musculoesquelético y que solo en Estados Unidos afecta a más de 23.000 personas al día. De hecho, el 75% de todas las lesiones de tobillo son esguinces.
Los esguinces tienen un tratamiento a primera vista relativamente sencillo. El esguince, y en relación a su gravedad, provocará inflamación, impotencia funcional, edema, hematoma periarticular, etc. El tratamiento siempre estará encaminado a recuperar la fuerza y funcionalidad de la articulación, reducir la inflamación y edema, lograr el completo recorrido articular, etc. La inmovilización con escayola de yeso u otra medida ortopédica no es ni mucho menos suficiente para lograr una solución correcta al problema al igual que no sólo se trata de recuperar la fuerza y movilidad del tobillo.
Cuando sufrimos un esguince, la musculatura, los ligamentos, tendones, cápsula incluso el hueso, a nivel superficial, se ven afectados, pero existen unos elementos no menos importantes que nunca se deben descuidar en el tratamiento de un esguince, los receptores, que conducen de formas distintas las sensaciones a nivel piel, hueso, músculo y tendones.
Estos receptores darán información del estado de estiramiento de un músculo, del esfuerzo desarrollado, de la temperatura, presión, tacto, dolor, etc. Cuando este sistema se altera, y esto ocurre siempre en las patologías ortopédicotraumáticas, no podemos responder a las solicitaciones de los movimientos de forma fiable.
Cualquier persona que tenga un tobillo con un historial de esguince de repetición notará como su tobillo no responde de forma segura a distintos movimientos o solicitaciones. Es llamativa la forma tan clara como esta persona nos indica con precisión cuándo y cómo falla su tobillo en ciertos movimientos. Posiblemente sus receptores no recibieron un trabajo suficiente para lograr regular su función.
LOS PROPIOCEPTORES
No todo es lograr la fuerza, en estos casos la musculatura se encuentra en perfecto estado, incluso por encima de los parámetros normales como respuesta al tratamiento de recuperación, lo que falla es la capacidad de contracción y las repuestas de estabilidad correctas, esto es, si el sistema de recepción se ve alterado, si los propioceptores han sufrido un detrimento de su capacidad, la articulación no regula de forma fiable estas.
El trabajo de entrenamiento de un gesto tiene como base principal, el perfeccionamiento de estos receptores, esto es, un jugador de tenis o de golf, mejorará su técnica a base de repetir un gesto. Los encargados de lograr este éxito son los propioceptores, porque son éstos los que modulan y rigen la velocidad, grado de estiramiento, fuerza, tensión….
Si entendemos esta premisa, entenderemos que ante un esguince y la consecuente alteración de los propioceptores el tratamiento no finaliza si no regulamos de forma correcta su función.
Lo bueno es saber que estos receptores no se destruyen al sufrir una lesión, lo que ha ocurrido es que posiblemente “no recuerden cual era la misión que debían realizar, o por lo menos no saben realizarla con la precisión con la que la realizaban. Una pequeña pérdida de memoria temporal”. Sólo necesitan que alguien les recuerde cual es la misión por la que están allí.
Tenemos que tener en cuenta que en articulaciones desprotegidas muscularmente como es el caso del tobillo, la dependencia de la articulación con los receptores, es mayor que en otras articulaciones donde la musculatura, que posee sus propios receptores, se ve más protegida o al menos tiene otros recursos para lograr regular su función.
El trabajo propioceptivo es ineludible en la recuperación de cualquier tipo de lesión. El ejemplo más válido para explicar su importancia lo tenemos en el mero hecho de justificar su trabajo como mero aprendizaje por repetición, esto es, cuanto más repetimos un gesto, más lo perfeccionamos, lo automatizamos. Recordar el esfuerzo que nos supuso aprender a montar en bicicleta, o la primera vez que cogimos una raqueta.
Cuanto más técnico sea un gesto, más trabajo de coordinación y aprendizaje conlleva. Un boxeador no aumentará sólo la eficacia de su golpe potenciando la musculatura del brazo, exigirá una coordinación del gesto que le permita relajar una musculatura para lograr su estiramiento mientras la musculatura principal tiene la velocidad y contracción suficiente. El fallo ante un esguince es de base, no queremos perfeccionar un gesto determinado, tenemos que enseñar de nuevo o “resetear” los propioceptores para hacerlos hábiles.
Los trabajos propioceptivos son relativamente sencillos, la dificultad la encontramos en las compensaciones o trucos que utiliza el individuo para evitar su activación. La precisión con la que se puede llegar a trabajar es muy fina, esto justifica que si logramos un grado de perfección tal en relación a un gesto o capacidad de trabajo, cualquier variación del mismo echa por tierra el trabajo logrado. Lo podemos ver en casos como saltadores, tenistas, golfistas, etc., que han logrado perfeccionar un gesto que al cambiar algún parámetro de ese gesto puede provocar un detrimento de la calidad del golpe.
Recordad también cómo nuestro organismo se adapta a ciertas formas de actuar frente a una actividad deportiva en detrimento de nuevas actuaciones en otra disciplina, esto es, si has llevado una moto de montaña, será más difícil tu adaptación a usar un quad, a la inversa si has llevado una moto de agua, te facilitará tu adaptación. Nuestro organismo se adapta y se perfecciona en relación a lo que le exijamos.