Pocas veces habrán gritado los aficionados blanquiazules un gol con tanta fuerza como aquel que marcó Hugo Morales en Leganés. Lo gritaron con el alma los jugadores, los técnicos y los más de dos mil valientes que estuvieron en el Nuevo Butarque rodeados por los seguidores más ultras del Atlético de Madrid. Y también los miles y miles de aficionados que siguieron en la Isla la retransmisión del partido a través de la radio o la televisión. No fue un grito de felicidad, de alegría o de placer. En aquel sonido infinito había rabia, pasión, desahogo… En realidad, más que una celebración, fue una liberación.
Porque el Tenerife 00-01 había hecho una temporada ejemplar. Había superado un traumático cambio de entrenador un día antes de iniciar el curso, una pretemporada irregular, unos inicios titubeantes y una racha adversa de lesiones. Y con una plantilla llena de cedidos y retales que casi nadie quería se había colocado en la zona noble de la clasificación en una campaña en la que los tres ascensos a Primera División parecían adjudicados antes de iniciarse la competición. En concreto, a Atlético de Madrid, Sevilla y Betis, tres trasatlánticos del fútbol español que, por accidente, habían caído a Segunda División.
Una vez convertido en candidato, el grupo dirigido por Rafa Benítez soportó la presión de ser un invitado inesperado a la fiesta. Y también ataques grotescos de sujetos como Jesús Gil o Manuel Ruiz de Lopera. Y en las vísperas de la cita de Leganés sobrevivió al 'caso Barata'. Pudo con todo. Merecía subir sí o sí. Pero a falta de veinte minutos para acabar la competición veía que el ascenso se le escapaba como agua que se escurre entre las manos. Debía ganar al Leganés y no lo hacía. El rival, es cierto, no pasaba del centro del campo. Pero el Tenerife no acertaba. Y tampoco tenía suerte: Marioni y Dani tiraron al larguero en la primera mitad.
¿¿Algo más? Sí. El árbitro se comió un penalti (por mano) de un jugador local tras el descanso. Pero el tiempo pasaba y el gol no llegaba. Para entonces, Benítez ya había roto la 'pizarra' y olvidado la prudencia: jugaba con cuatro delanteros (Simutenkov, Mista, Marioni y Luis García) y Hugo Morales de enganche. Pero el tiempo pasaba y el gol no llegaba. Hasta que a Mista le hicieron una falta intrascendente a treinta metros de la portería rival. La lógica invitaba a golpeó con rosca hacia el área en busca de alguna cabeza salvadora. A nada más. Era una falta de peligro cero. Pero Hugo Morales apostó por un imposible.
Hugo tocó en corto para Curro Torres, esperó la devolución, le pegó abajo con el interior y con el alma y convirtió aquel balón en un 'Jabulani', en un objeto con vida propia que fue haciendo 'eses' hasta encontrar la red de la portería de Raúl. Luego, enloqueció Hugo y mandó a callar al Frente Atlético. Y enloquecieron sus compañeros, titulares y suplentes. Y enloquecieron los dos mil valientes que estaban en el Nuevo Butarque. Y enloquecieron los miles de tinerfeños que se quedaron en la Isla y celebraron aquel gol con un grito infinito. Cuenta la leyenda que ese día algunos vieron sonreír a Benítez. No hay pruebas.
(*) Capítulo del libro ‘El CD Tenerife en 366 historias. Relatos de un siglo’, del que son autores los periodistas Juan Galarza y Luis Padilla, publicado por AyB Editorial.