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Los valores del fútbol

Con el fútbol metido en asuntos tan banales como el villarato, la tableta abdominal de Cristiano Ronaldo o las aventuras extra maritales de John Terry, recordar la figura de Luis Molowny enaltece los valores de un juego tan apasionante como el balompié. Futbolista excelso según cuentas las crónicas, su leyenda se agigantó en los banquillos. Allí, al mando, cedió el protagonista y apostó por el talento de los jugadores, una fórmula que nunca le traicionó. Tan sencillo como poco habitual.

“Salgan a divertirse”. Bajo esa consigna, Molowny llevó a la UD Las Palmas a la cumbre: capaz de pelear, hasta la penúltima jornada de Liga, el título de campeón al Real Madrid en 1968 (el equipo amarillo finalizó tercero en la clasificación ese curso). Un año después, pero con una desventaja mayor de puntos (10), el conjunto grancanario alcanzó su tope histórico en Primera división: un subcampeonato que, junto a la final de Copa del Rey de 1978 perdida ante el FC Barcelona (3-1), se ha convertido en motivo de orgullo histórico para todos los aficionados amarillos.

Lejos del perfil de entrenadores estrella, en la carrera de Molowny como técnico siempre destacó la misma apuesta: el uso del talento para buscar la victoria. Cinco años después de proclamarse campeón de España -en categoría juvenil- con la Selección de Las Palmas (1962), el tinerfeño fue reclutado de nuevo por la UD Las Palmas para sustituir a Juan Ochoa en el banquillo y afrontar un reto casi imposible: lograr la permanencia en Primera división. No dudó en apostar por la misma fórmula y por la misma base de futbolistas, los diablillos amarillos, con los que un lustro antes había revolucionado el fútbol nacional.

No erró el tiro Molowny, que en 1967 logró que la UD Las Palmas se mantuviera en Primera división e iniciara, en los años posteriores, una etapa inolvidable. Apostó por futbolistas como Tonono, Guedes, Germán, Castellano, Martín, León o Gilberto. Y elevó el estilo de juego canario, de toque sutil y ritmo cadencioso, a los altares del fútbol español. Durante una década, en un tramo iniciado por el propio Molowny, la Unión Deportiva se convirtió en una alternativa para el Real Madrid, dominador absoluto de la época.

Cerrada su etapa en la UD Las Palmas en 1970, Molowny dirigió a la Selección española durante cuatro partidos antes de regresar al Real Madrid. En el club blanco, al que llegó como futbolista en 1946 por el empeño de Santiago Bernabéu tras leer, en La Vanguardia, el interés del Barça por hacerse con sus servicios (el presidente blanco mandó, en avión, a Joaquín Quincoces a Gran Canaria para cerrar su traspaso con el Marino CF), el técnico tinerfeño logró sus mayores éxitos.

“El balón, al amigo. Jueguen como saben”. Como entrenador del Real Madrid ganó tres Ligas, dos Copas y dos Copas de la UEFA. Pero además de los títulos, descubrió y asentó en el primer equipo blanco a futbolistas como Butragueño, Míchel o Sanchís. Hombre de la casa, solución de urgencia a cada relevo en el banquillo, Molowny siempre dio con la tecla para sosegar los ánimos en el Bernabéu y para ganar títulos. Aseguraba que su único trabajo, a nivel profesional, era colocar a los jugadores sobre el terreno de juego y que fuesen los propios futbolistas los que tomaran la iniciativa.

Defendía que el fútbol era de los futbolistas. Se va una leyenda, pero queda su legado. Hoy, en el día de su fallecimiento, su método debería ser ley. Esos valores siempre harán grande al fútbol.