Los 300
El estado febril que viven el CD Tenerife y el tinerfeñismo viene muy bien para demostrar la utilidad de las redes sociales como herramienta para combatir el alcoholismo. Ponen en peligro esa figura tan nuestra del nota que se apoya sobre un codo en la barra mientras aguanta una garimba y pega a pontificar de esto y aquello, pero puede que saque de la bebida —o modere su consumo— a algunos de los que han cambiado el bar de la esquina por el uso compulsivo de alguna de las redes de lo que ha venido en llamarse social media. La cosa comenzó a comienzos del siglo con los foros, luego llegó Facebook y de últimas tenemos Twitter, un espacio que le puede al analfabetismo y al corrector ortográfico, en el que deponen excrecencias literarias y gráficas de cualquier asunto opinable, esto es de todos.
El CD Tenerife y su pequeño universo no es ajeno al éxito de Twitter. Gentes de toda condición —las más anónimas, las menos a calzón quitado— apuntan a culpables, proponen soluciones, insultan (mucho), insinúan (aún más) y, ya puestos, montan campañas de boicot. La referida a Miguel Concepción es todo un clásico sobre el que poco más se puede esperar: el presidente se irá cuando venda sus acciones, cuando le retiren el apoyo los que le sostienen o cuando se forme una nueva mayoría accionarial en la junta general. Vamos, lo que viene siendo habitual en cualquier sociedad mercantil.
La novedad en las campañas ad personam en el planeta birria la tuvimos esta semana con el pretendido intento de vaciar el Heliodoro ante el Tenerife-Albacete. Ideada desde el universo unga-unga, acompañada por la propia federación de peñas del club y jaleada por quienes confunden Twitter con el cayado de un pastor, pretendió, con escaso éxito, apuntar al presidente haciendo un vacío a los futbolistas. El éxito de la prueba se tradujo en 300 espectadores menos que en la cita anterior. Trescientos espartanos —así se sentirá alguno si le suena de algo la batalla de las Termópilas— que una hora después del 4-2 al Albacete debían andar atados de nuevo a la cerveza, mientras la red la ocupaban quienes les echaban en cara el fracaso del llamamiento. Trescientos irredentos y un chamán cambiando el paso para cantar la apuesta por la cantera de Rubén Baraja —la que no hizo López Garai, dicho sea— y los 301 partidos con gol de Suso, gloria bendita, oiga. Y olé.
El estado febril que viven el CD Tenerife y el tinerfeñismo viene muy bien para demostrar la utilidad de las redes sociales como herramienta para combatir el alcoholismo. Ponen en peligro esa figura tan nuestra del nota que se apoya sobre un codo en la barra mientras aguanta una garimba y pega a pontificar de esto y aquello, pero puede que saque de la bebida —o modere su consumo— a algunos de los que han cambiado el bar de la esquina por el uso compulsivo de alguna de las redes de lo que ha venido en llamarse social media. La cosa comenzó a comienzos del siglo con los foros, luego llegó Facebook y de últimas tenemos Twitter, un espacio que le puede al analfabetismo y al corrector ortográfico, en el que deponen excrecencias literarias y gráficas de cualquier asunto opinable, esto es de todos.
El CD Tenerife y su pequeño universo no es ajeno al éxito de Twitter. Gentes de toda condición —las más anónimas, las menos a calzón quitado— apuntan a culpables, proponen soluciones, insultan (mucho), insinúan (aún más) y, ya puestos, montan campañas de boicot. La referida a Miguel Concepción es todo un clásico sobre el que poco más se puede esperar: el presidente se irá cuando venda sus acciones, cuando le retiren el apoyo los que le sostienen o cuando se forme una nueva mayoría accionarial en la junta general. Vamos, lo que viene siendo habitual en cualquier sociedad mercantil.