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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Comparaciones odiosas

La evidencia de que el curso recién acabado ha sido el peor en la última etapa en Segunda División A del CD Tenerife invita a recordar cómo se desarrolló la 2013-2014, temporada que abre esta serie, un curso poco valorado entre sibaritas y birrias de nueva generación. Pero un curso, al cabo, decisivo para entender que lo que ha venido después tiene el mérito relativizado por la mejora de las condiciones económicas. Consigues fichajes de más calidad, ya sea porque más dinero te asegura más talento, o cuando menos, porque te permite repetir la práctica del prueba y error.

En 2013, el representativo ascendió en Hospitalet por el camino rápido y dos meses después volvió a competir en el que es su sitio natural, mal que les pese a los que reducen la historia tinerfeñista a sus estadías en Primera. Lo hizo renovando media plantilla y, condicionado por un presupuesto limitado, tirando de la vuelta de un canterano de lujo (Ricardo) y de un grupo de desconocidos en el que un trío de abnegados (Raúl Cámara, Carlos Ruiz y Aitor Sanz) puso un sello inolvidable de honradez y eficacia, como luego se vio.

El desarrollo fue una campaña con recorrido de montaña rusa: un comienzo negro, un punto de inflexión con el cambio de portero en Ponferrada (décima jornada), una racha de ocho citas sin derrotas y una serie final de siete tropiezos que sacaron al Tenerife de los puestos de promoción para dejarlo undécimo con 54 puntos, a cuatro del descenso. Como quiera que al sanedrín le supo a poco, corre desde entonces la especie de que fue una temporada “para olvidar”, dos palabras recurrentes para medir las cosas en términos de blanco o negro.

Convendría recordar, ahora que hemos despedido antes de tiempo a Cámara, que aquella 2013-2014 significó también la proyección al fútbol profesional de Bruno, Roberto, Alberto, Nano, Cristo Martín y Ayoze Pérez. Unos meses después, aún con Cervera al frente, lo harían Jorge, Carlos Abad, Cristo Díaz y Cristo González. Luego, un melancólico e irregular goteo de debutantes sin oportunidad de hallarles, o crearles, valor. Podría ser, así, que en el cambio de tendencia que significó el despido de Cervera y su método tengamos una de las explicaciones a lo de ahora, donde las sesudas analíticas no contemplan, por lo que se ve, la variable cantera.

La evidencia de que el curso recién acabado ha sido el peor en la última etapa en Segunda División A del CD Tenerife invita a recordar cómo se desarrolló la 2013-2014, temporada que abre esta serie, un curso poco valorado entre sibaritas y birrias de nueva generación. Pero un curso, al cabo, decisivo para entender que lo que ha venido después tiene el mérito relativizado por la mejora de las condiciones económicas. Consigues fichajes de más calidad, ya sea porque más dinero te asegura más talento, o cuando menos, porque te permite repetir la práctica del prueba y error.

En 2013, el representativo ascendió en Hospitalet por el camino rápido y dos meses después volvió a competir en el que es su sitio natural, mal que les pese a los que reducen la historia tinerfeñista a sus estadías en Primera. Lo hizo renovando media plantilla y, condicionado por un presupuesto limitado, tirando de la vuelta de un canterano de lujo (Ricardo) y de un grupo de desconocidos en el que un trío de abnegados (Raúl Cámara, Carlos Ruiz y Aitor Sanz) puso un sello inolvidable de honradez y eficacia, como luego se vio.