Luna nueva
“Lo bueno de esto es lo malo que se está poniendo”. Compañeros coetáneos atribuyen la frase a Alfonso García Ramos, entonces director del desaparecido periódico La Tarde, para resumir su opinión en los días de la agonía de Francisco Franco en 1975. La Tarde sufría aquel noviembre la ira del censor, pero García Ramos —algunos de cuyos artículos de la sección Pico de águilas siguen siendo, medio siglo después, de una insultante actualidad— veía el vaso medio lleno, adivinando el tiempo nuevo que se abriría a la democracia.
García Ramos nos dejó una novela impagable sobre las islas de la posguerra (Guad) y, supongo que, sin quererlo, una máxima (“Lo bueno de esto…) —puede que apropiada de otro autor— que bien valdría como lema de trabajo para quienes intuyen que este es su momento para provocar un cambio en la dirección del CD Tenerife. A lo malo contribuye, con puntualidad repetida, otro otoño gris al que se llega con la sensación de que la temporada solo reservará la lucha por una permanencia agónica, mientras ponemos en cuestión la capacidad del entrenador y la valía de la plantilla. Pronto, cuando le retiren la bula quienes lo pasearon como una suerte de nuevo Monchi, incluiremos en el debate al director deportivo, al que la falta de kilometraje le ha salvado de la comparación con Alfonso Serrano.
Lo bueno para los enemigos de Concepción es lo enunciado, un equipo con crédito menguante que ya empieza a perder partidos por hechos atribuibles a la fatalidad: una lesión en el calentamiento, otra durante el juego, una tarjeta roja y esa ocasión que hasta el tipo más torpe haría gol. Nada nuevo en las historias del fútbol alrededor de los equipos tocados por la desgracia, un “Si esto o si lo otro” que no mueve el resultado, pero reconforta la penitencia.
Lo bueno para unos es, sí, lo malo que se está poniendo. Lo malo para el tinerfeñismo es lo poco en claro que se adivina tras el movimiento de unos y la desmemoria de aquellos. Otro concurso de egos ensuciando las esquinas en el que se mezclan las eternas cuentas pendientes sin reparar en la mano que mece la cuna. Tantos mirando al dedo mientras se esconde una invisible luna nueva.
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