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Abstenciones

El primero de los tópicos insiste, falazmente, en que votar es una obligación. No es verdad: el voto es un derecho ?al menos, en este país- y los derechos se ejercen o no, según las convicciones o lo que le salga de las narices al ciudadano.

Otro lugar común, éste fomentado por sociólogos y politólogos, es llamar al hecho de ni acercarse a las urnas “abstención pasiva”, en tanto que denominan “abstención activa” al voto en blanco. Las palabras nunca son inocentes y, a veces, tratan de cargar de negatividad lo que, en realidad, no tiene por qué serlo. Lo que tildan de abstención pasiva también podría calificarse, según los casos y los motivos de los electores que pasan de los comicios, de abstención consciente, de abstención ácrata y hasta de abstención cabreada.

A lo anterior hay que añadir una pregunta que cada cual responde como la da la gana: ¿A quién beneficia la abstención? Hay teorías para todos los gustos. Lo que está claro es que perjudica a todo el mundo, porque todos los partidos en liza llaman a sus simpatizantes a participar al cien por cien. Parece obvio que a quien daña directamente el abstencionismo es al sistema mismo, porque refleja el desinterés y el hartazgo de la población ante el proceso o la pobreza de las ofertas electorales. A menos votos, en cualquier caso, menos legitimación del poder surgido de las urnas. En realidad, digan lo que digan los hipotéticos expertos, es imposible saber a quien perjudica o beneficia (en cuanto a los resultados finales) la abstención, porque la única manera de saberlo sería averiguar a quién habrían votado los electores que se abstuvieron de elegir papeleta alguna.

La otra bobada extendida y admitida por casi todo el país es que la abstención ?la que llaman pasiva- beneficia al partido más votado. En absoluto. Lo que beneficia a los partidos más votados, cuando se aplica la caprichosa Ley D´Hont, es la famosa abstención activa. Porque los votos no depositados, no cuentan para nada, naturalmente, en tanto que los votos en blanco son válidos, entran en la aritmética del reparto de escaños, engordan el bipartidismo e impiden la aparición en la escena legislativa de nuevos partidos emergentes.

José H. Chela

El primero de los tópicos insiste, falazmente, en que votar es una obligación. No es verdad: el voto es un derecho ?al menos, en este país- y los derechos se ejercen o no, según las convicciones o lo que le salga de las narices al ciudadano.

Otro lugar común, éste fomentado por sociólogos y politólogos, es llamar al hecho de ni acercarse a las urnas “abstención pasiva”, en tanto que denominan “abstención activa” al voto en blanco. Las palabras nunca son inocentes y, a veces, tratan de cargar de negatividad lo que, en realidad, no tiene por qué serlo. Lo que tildan de abstención pasiva también podría calificarse, según los casos y los motivos de los electores que pasan de los comicios, de abstención consciente, de abstención ácrata y hasta de abstención cabreada.