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Se acabó el miedo por Borja Henríquez Lucendo

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Soria se encontraba en una situación soñada, dominaba el Ayuntamiento con Pepa Luzardo como marioneta, el puerto con José Manuel Arnáiz como títere, la Consejería de Industria, entre otras, con su hermano Luis en el Consejo de Gobierno. El Cabildo era suyo absolutamente,y presumía de ser el virrey dominando la provincia de Las Palmas, ya que con Adán Martín tenía pactado ese obsceno reparto territorial de poder que dio lugar a la legislatura de mayor corrupción de la historia de Canarias.El miedo se podía oler en el ambiente. Nadie le resollaba al cacique Soria. La prensa local gastaba ríos de tinta en difundir sus comentarios y, por el contrario, las réplicas de sus adversarios solamente ocupaban media columna en una página perdida de esos diarios. Quien se oponía acababa en los juzgados con una querella manipulada de un modo que algunos magistrados deberían explicar alguna vez.Pero el poder pudo con él. Se rodeó de Mauricios, Adanes, Esquíveles, Germanes y demás oportunistas sociales, al tiempo que su ego crecía y crecía proporcionalmente a lo que sus intereses se distanciaban de los del pueblo. Aquella figura que años antes llenaba portadas y portadas de prensa local como solución definitiva de la corrupción y de los malos gobiernos, comenzaba a ocupar esas mismas portadas por casos eólicos, viajes del salmón, negocios del gas y lo que muy bien fue llamado por este medio como el clan de la avaricia, ese tandem Mauricio-Soria que tanto daño ha hecho a mucha gente, pero especialmente a Gran Canaria, y tanto han enriquecido a unos pocos, empezando por ellos mismos.Por eso cuando, un día tal como hoy me levanto y abro los ojos, veo que ya no hay miedo, ya no hay temor, ya no hay beneplácito de la prensa local y, además, ese tándem desaparece del escenario politico. Se acabaron los amigos, se acabaron los negocios, se acabaron ellos dos y su mayor error, no saber torear los vientos y despertar la tormenta.

Borja Henríquez Lucendo

Soria se encontraba en una situación soñada, dominaba el Ayuntamiento con Pepa Luzardo como marioneta, el puerto con José Manuel Arnáiz como títere, la Consejería de Industria, entre otras, con su hermano Luis en el Consejo de Gobierno. El Cabildo era suyo absolutamente,y presumía de ser el virrey dominando la provincia de Las Palmas, ya que con Adán Martín tenía pactado ese obsceno reparto territorial de poder que dio lugar a la legislatura de mayor corrupción de la historia de Canarias.El miedo se podía oler en el ambiente. Nadie le resollaba al cacique Soria. La prensa local gastaba ríos de tinta en difundir sus comentarios y, por el contrario, las réplicas de sus adversarios solamente ocupaban media columna en una página perdida de esos diarios. Quien se oponía acababa en los juzgados con una querella manipulada de un modo que algunos magistrados deberían explicar alguna vez.Pero el poder pudo con él. Se rodeó de Mauricios, Adanes, Esquíveles, Germanes y demás oportunistas sociales, al tiempo que su ego crecía y crecía proporcionalmente a lo que sus intereses se distanciaban de los del pueblo. Aquella figura que años antes llenaba portadas y portadas de prensa local como solución definitiva de la corrupción y de los malos gobiernos, comenzaba a ocupar esas mismas portadas por casos eólicos, viajes del salmón, negocios del gas y lo que muy bien fue llamado por este medio como el clan de la avaricia, ese tandem Mauricio-Soria que tanto daño ha hecho a mucha gente, pero especialmente a Gran Canaria, y tanto han enriquecido a unos pocos, empezando por ellos mismos.Por eso cuando, un día tal como hoy me levanto y abro los ojos, veo que ya no hay miedo, ya no hay temor, ya no hay beneplácito de la prensa local y, además, ese tándem desaparece del escenario politico. Se acabaron los amigos, se acabaron los negocios, se acabaron ellos dos y su mayor error, no saber torear los vientos y despertar la tormenta.

Borja Henríquez Lucendo