Espacio de opinión de Canarias Ahora
El ADN y la (id)entidad
En lo personal, confieso que viví siempre preocupado por la posibilidad de que cualquier día, el que ha llegado ya, un equipo de científicos aguafiestas estableciera que la propensión de nuestros abuelos a la mezclilla genética acabó con la pureza de partida y se constatara la drástica reducción de lo que pudiéramos tener originariamente de bereberes. Temía yo una severa crisis de identidad. Sin embargo, no ha sido así porque a la nueva evidencia de que, en efecto, los aborígenes llegaron de ahí enfrente, se añade la no menor de que los aportes seculares de otras procedencias rebajaron a los bereberes sin que por ello dejemos de ser lo que somos, aunque no sepamos con exactitud en qué consiste la cosa.
Quiero decir que los canarios somos, al igual que los chinos o los australianos por citar casos lejanos, hijos de una situación geográfica y de una historia; y que si nos interesa saber de dónde venimos es para aclarar hacia donde vamos, asunto con el que poco tiene que ver la genética del “semos”, que también se dice.
El ADN éste, la Ciencia en definitiva, dice lo que hay pero no nos hace ni más ni menos africanos, españoles o europeos. Aunque me atreva a asegurar, fuera de toda duda, que pertenecemos a este planeta. Somos lo que comemos, como en el anuncio, y si seguimos sin precisarlo es porque, al intentar definirnos, recurrimos a factores exógenos, a referencias externas que aceptamos, rechazamos o procuramos combinar para que cuadren. Apenas reparamos en nuestra experiencia histórica, en la realidad cotidiana, en la inmediatez que dicen los ensayistas que añaden el concepto de “otredad”, que también ignoramos. A veces se recurre cual piedra filosofal a eso de que somos geográficamente africanos, culturalmente europeos y espiritualmente latinoamericanos; lo que queda bonito y hasta tranquiliza a quienes no se fatigan con el esfuerzo de andar distribuyendo nuestra identidad incógnita a retales por tres continentes; sin haber dado milagrosamente, gracias a Dios, con el modo de extenderla a los otros dos.
Nos “buscamos” fuera, no dentro de las islas, lo que resulta paradójico porque la tendencia al ombliguismo narcisista e isloteñista es fuerte; más en una isla que en las otras, también es verdad.
Esa incapacidad introspectiva hace, por ir a lo concreto, que sigamos sin ajustar una organización administrativa equilibrada y eficaz y nos limitemos a aceptar el modelo establecido para el resto de España. Hace, asimismo, que sigamos perdiendo el sentido de buena parte de nuestras singularidades, sin otra reacción conocida reciente que la protesta del presidente de CD Tenerife contra la imposición del horario peninsular a los partidos de su equipo en el Heliodoro; protesta con la que se solidarizó, para que no digan, el presidente de la UD Las Palmas, que no tiene, por cierto, menos apariencia de bereber sobrealimentado que su colega tinerfeño. O que en el Congreso de los Diputados no asome por ningún lado la identidad ni la entidad canaria, su cultura, su experiencia histórica de relación con otros pueblos, ni las veces que equipos isleños de fútbol disputaron la UEFA y un largo etcétera subsumido en la mera reclamación de dinero. Ya lo dijo, en su día, Xavier Arzallus, con un deje de desprecio hacia CC: a ésos se les contenta y votan lo que sea a cambio de dinero para un par de carreteras. Actitud que ha vuelto a aflorar en ocasión de los presupuestos 2010. El peso político de Canarias, pues, no es específico, de conocimiento y entendimiento por los demás de lo que somos (“semos”, ya saben), sino que depende del valor “comercial” que dé a sus votos la correlación de fuerzas resultante de las elecciones generales.
Así, ya en plan chiste desparramado, la misma indefinición hace que no se sepa bien si la promoción turística en Islandia de la ineféibol Rita Martín es para traer islandeses aquí o para llevar turistas canarios allá. De momento, los islandeses se han beneficiado del enralado alud de “embajadores” y su séquito de abrevadero y hasta es posible que el director del hotel en que se hospedan allá pase aquí las navidades con su familia.
En lo personal, confieso que viví siempre preocupado por la posibilidad de que cualquier día, el que ha llegado ya, un equipo de científicos aguafiestas estableciera que la propensión de nuestros abuelos a la mezclilla genética acabó con la pureza de partida y se constatara la drástica reducción de lo que pudiéramos tener originariamente de bereberes. Temía yo una severa crisis de identidad. Sin embargo, no ha sido así porque a la nueva evidencia de que, en efecto, los aborígenes llegaron de ahí enfrente, se añade la no menor de que los aportes seculares de otras procedencias rebajaron a los bereberes sin que por ello dejemos de ser lo que somos, aunque no sepamos con exactitud en qué consiste la cosa.
Quiero decir que los canarios somos, al igual que los chinos o los australianos por citar casos lejanos, hijos de una situación geográfica y de una historia; y que si nos interesa saber de dónde venimos es para aclarar hacia donde vamos, asunto con el que poco tiene que ver la genética del “semos”, que también se dice.