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Affaire de lawfare

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No deja de ser paradójico que los que insultan y aplauden los insultos de los suyos sean a la vez los que más se quejan de las presuntas ofensas de los demás. Resulta extraño ver a Ayuso afear a Óscar Puente sus supuestos ultrajes a ella, a su novio, a su familia y a todo su equipo de la policía patriótica, mística y espiritual.

Por cierto, ayer fue sorprendido el número dos de Ayuso hablando con Alberto González en la barra de un bar del pueblo de Barajas. Alfonso Serrano dijo que fue casual y se lo encontró por ahí como cuando yo salgo de casa y me encuentro al vecino del tercero en el bar de la esquina o en La Garriga comprando un bocadillo de tortilla.

Fue precisamente Serrano el que denunció la empresa con la que trabaja la pareja de Ayuso sin saber que este se ganaba las cuantiosas comisiones por la venta de mascarillas en la pandemia con esa extraña entidad. Justicia poética, lo llaman. 

Ayuso quiso golpear a los amigos de Koldo pero el boomerang regresó a su ámbito y vapuleó en la nuca al hombre con el que vive en un piso de un millón de euros y con el que pasea en Maserati por toda la comunidad con la seguridad de que no va a toparse nunca con su exnovio.  Ya se sabe que una de las cosas buenas que tiene Madrid, además de las cervezas con berberechos, es que difícilmente te encontrarás con tu antiguo novio o novia. Si te fijas, la misma gente que aplaude a Milei, el insultador oficial de Argentina y a la sazón presidente de su república, y por este orden, es la que luego se siente injuriada bajo una fina piel de melocotón cuando insultos mucho menores le llegan por parte de sus rivales. 

La presidenta de la Comunidad está nerviosa desde que se conoció que la persona con la que vive y de la que usted me habla había cometido tres delitos en plena convivencia. En Semana Santa se supo que Alberto González delinquió tres veces, según reconoció por escrito su propio abogado, igual que Pedro negó tres veces a Jesucristo antes de que cantara el gallo. 

Es curioso que los mismos fieles que responsabilizan a Dios de todo lo bueno que ocurre en el mundo, nunca le echan la culpa cuando lo que pasa es malo. Así es fácil jugar a ser Dios, apostando siempre a caballo ganador. No conozco a ningún feligrés o penitente que haya culpado a Dios de las lluvias que cayeron en Sevilla esta Semana Santa y que imposibilitaron que salieran a la calle varias procesiones. Aunque la verdadera procesión siempre vaya por dentro. 

Ayuso es también la insultadora oficial de Madrid, además de la presidenta de su comunidad, por ese orden también, y por eso extraña tanto su susceptibilidad. Es como si Milei se cabreara porque alguien le llamara boludo. Es lo mínimo que se le puede llamar a este sujeto impresentable, aunque ya se ocupará alguien de que se vuelva a presentar en los siguientes comicios. 

La presidenta de la Comunidad afirma que Pedro Sánchez ha puesto a Óscar Puente como ministro de Transportes solo para insultarla, como si no tuviese otra cosa más importante que hacer en su departamento. El problema de esta mujer es que es muy mediocre pero ella se cree una superwoman. Claro que la culpa no la tiene ella sino quienes la animan a enfrentarse cara a cara al presidente del Gobierno de España porque ni Feijóo ni Cuca ni Tellado ni su tía Corín se atreven con el Superman madrileño que nació con estrella y es capaz de ganar a sus enemigos hasta muerto, como el Cid Campeador. 

Los seguidores y hooligans de Ayuso tratan de defenderla acusando a sus rivales de machismo, olvidando que fue la propia Ayuso y la plana mayor del PP y Vox las que acusan al presidente de España por cosas que supuestamente le atribuyen a su mujer y además acusaron a la expresidenta de la Generalitat Valenciana Mónica Oltra por algo que había hecho su ex pareja. Cuando se produjeron los hechos delictivos ni siquiera vivían juntos bajo un mismo techo, como sí ocurre actualmente con Ayuso y González cuando este último cometió al menos tres delitos que reconoce. 

Oltra ha sido absuelta esta misma semana de aquellas graves acusaciones sin argumentos utilizadas torticeramente por la oposición para hurtarle el cargo de vicepresidenta valenciana y obligarla a renunciar a su reelección. Ya Oltra advirtió en su momento que aquello era una infamia que iba a ser recordada en los anaqueles de la historia judicial española. Un claro caso de lawfare. Una instrumentalización política de la justicia. Un acoso judicial de libro. 

La derechona actuó en Valencia de una forma similar al PP canario liderado por José Manuel Soria cuando se inventó acusaciones falsas contra la jueza Victoria Rosell después de que esta aceptara encabezar la lista de Podemos en unas elecciones generales de la década pasada. Aquel caso, en el que también intervino el juez corrupto y condenado Salvador Alba, fue otro claro affaire de lawfare. Un escándalo político judicial al que la derecha le puso sordina.

El que no reconozca que en España hay acoso judicial y politización de la justicia es tonto o se llama Miguel Ángel Rodríguez.

No deja de ser paradójico que los que insultan y aplauden los insultos de los suyos sean a la vez los que más se quejan de las presuntas ofensas de los demás. Resulta extraño ver a Ayuso afear a Óscar Puente sus supuestos ultrajes a ella, a su novio, a su familia y a todo su equipo de la policía patriótica, mística y espiritual.

Por cierto, ayer fue sorprendido el número dos de Ayuso hablando con Alberto González en la barra de un bar del pueblo de Barajas. Alfonso Serrano dijo que fue casual y se lo encontró por ahí como cuando yo salgo de casa y me encuentro al vecino del tercero en el bar de la esquina o en La Garriga comprando un bocadillo de tortilla.