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África en el juego de la geopolítica

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Hace pocos días, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó el llamado ‘Pacto para el Futuro’, una acción que el secretario general de la organización, Antonio Guterres, describió como “un momento histórico” porque permitirá “un paso adelante hacia un multilateralismo en red más eficaz y sostenible”.  

En los pasillos de Naciones Unidas se ha trabajado intensamente durante más de nueve meses para encontrar los máximos consensos posibles, y si bien el documento (un acuerdo de 42 páginas en el que se esbozan 56 acciones en ámbitos que van desde el nuclear, el climático, el digital y los derechos humanos) no fue sometido a votación en la Asamblea, se sabe que cuenta con el apoyo de la mayor parte de las naciones del mundo, exceptuando Rusia y algunos países como Bielorrusia, Irán, Corea del Norte o Eritrea. 

En África, 54 países rechazaron enmiendas rusas para frenar el diálogo alrededor de este documento, algo quizás favorecido por la posibilidad de que pronto podría consolidarse un segundo asiento fijo para África en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Las Naciones Unidas, y por lo tanto el multilateralismo, están en horas bajas: Ucrania, Gaza o Líbano son testigos. El derecho a veto en ese Consejo de Seguridad convierte en chiste cualquier iniciativa seria de parar los conflictos en el mundo. El presidente sudafricano Cyril Ramaphosa, reivindicó la reforma del organismo para conseguir que sea realmente funcional y democrático, además de exigir para el continente un merecido papel central en la resolución de conflictos y la geopolítica moderna.  

Así que por todas partes se oyen apelaciones al multilateralismo, cuya definición básica, para entendernos, es cuando más de tres países se ponen de acuerdo para caminar juntos hacia un objetivo determinado, en un contexto en el que la geopolítica del mundo sigue funcionando, respirando y mutando como cualquier organismo vivo. También en África. 

Hoy les invito a un recorrido, casi esquemático, por cómo están las grandes potencias trabajando su relación con África. Sin duda poner en conjunto estas visiones puede ayudar a la comprensión de lo que ya he escrito en diversas ocasiones: que África no es solo el futuro (demográfica y económicamente hablando) del planeta, sino que ya está en el centro de la disputa geopolítica global.

China

A principios de septiembre, más de cincuenta líderes africanos (cifra récord) viajaron para encontrarse con el presidente Xi Jinping en una nueva Cumbre del Foro de Cooperación China-África (FOCAC), la gran reunión chinoafricana que empezó a celebrarse en el año 2000. 

Como en cada una de las ediciones anteriores, el presidente Xi anunció un paquete significativo de ayuda financiera, delineando también las principales áreas de cooperación futura: 51.000 millones de dólares en préstamos, inversiones y asistencia para África durante los próximos tres años. Aunque esta cifra supera los 40.000 millones comprometidos en 2021, sigue siendo inferior a los 60.000 millones prometidos en 2015 y 2018.  

Los africanos, además, acudieron a la cita con un mensaje: hay que equilibrar la balanza comercial. En 2023, las exportaciones chinas a África alcanzaron los 170.000 millones de dólares, mientras que las importaciones desde el continente fueron de 100.000 millones, una diferencia significativa que no ocultaron presidentes como el sudafricano Ramaphosa a su llegada a Pekín. Mientras que China envía productos manufacturados, maquinaria agrícola e industrial, así como vehículos, sus importaciones desde África se concentran principalmente en materias primas (petróleo, gas, metales y minerales).  

China sigue estando presente en iniciativas como el ‘Road and Belt’, la modernizada Ruta de la Seda, y la construcción de grandes infraestructuras.  

Rusia

La presencia de Rusia en África no es nueva. Ya estaban en lugares como Angola en plena guerra fría y apoyaron la lucha por las independencias de la década de 1960, pero quizás es ahora cuando más relevancia se está dando a su acción en el continente. Con casi todo el mundo cuestionando su invasión en Ucrania, los rusos encuentran en África, especialmente en los países del Sahel, un punto desde el que conseguir recursos minerales y económicos y, a la vez, tensionar y preocupar a los europeos.  

Su apoyo a las juntas golpistas militares de países como Mali, Níger o Burkina Faso o su penetración en regímenes como el de República Centroafricana, con un modelo de negocio que intercambia seguridad por recursos mineros, por ejemplo, han supuesto una sacudida al mapa geopolítico africano. Sus promesas de cooperación con tecnología satelital o nuclear, todavía en el aire, deslumbran a gobiernos que se apartaron de Occidente y los eligieron socios en estos últimos años. 

La Unión Europea

En Europa seguimos batallando, en mi opinión, por entender cómo enfocar la relación y encaje con nuestros amigos y vecinos africanos. Individualmente, cada país está haciendo sus esfuerzos: Italia con el Plan Mattei, Francia reposicionándose tras la salida de los países del Sahel, Dinamarca con una fuerte apuesta o ahora España, trabajando en una nueva estrategia propia que conoceremos muy próximamente.  

El factor migratorio ahora y la herencia colonial siguen siendo cuestiones que influyen en la relación con los gobiernos e incluso las sociedades civiles africanas. En términos geopolíticos, Europa ha puesto un nombre a sus aspiraciones de influencia: el Global Gateway.  

La empresa es tan grande y sus objetivos tan ambiciosos que merecen uno, incluso varios artículos aparte. No solo amenazo con ello, sino que les adelanto que desde Casa África pronto traeremos a Canarias a sus responsables para que nos expliquen en qué consiste el Global Gateway, de qué fondos dispone y cómo podemos desde el Archipiélago ejercer de puente con ellos.  

Estados Unidos

Queda poco para las elecciones norteamericanas, pero antes de irse, Joe Biden pisará África (concretamente Angola) por primera vez en su mandato. Un claro gesto hacia el continente que repara, al menos un poco, el hecho de que el anterior presidente, Donald Trump, no solo no lo hiciera ni una sola vez, sino que además dejase para la historia esa frase robada por un micrófono abierto en la que calificaba a los países africanos de ‘agujeros de mierda’.  

Ante la abrumadora presencia china y la preocupante influencia rusa en el Sahel, son muchas las voces que en Estados Unidos han reclamado un verdadero esfuerzo diplomático y económico en el continente. La elección de Angola no es baladí: los americanos van fuertes con un proyecto estratégico clave para la geopolítica de la energía, el corredor de Lobito, una línea de tren que unirá el puerto angoleño de Lobito (en el Atlántico) con la ciudad de Kolwezi, en la República Democrática del Congo. El objetivo: el tránsito de minerales estratégicos para los mercados norteamericano y europeo, algo clave para reducir la dependencia con China de los llamados minerales críticos (litio, níquel, cobalto, grafito, manganeso o tierras raras).  

Turquía

Los turcos llevan ya unos años con el objetivo muy claro de incrementar su presencia e influencia en África. En las dos últimas décadas, Turquía ha casi cuadruplicado el número de sus embajadas en África: de 12 en 2002 a 44 en 2022. Su aerolínea de bandera, Turkish Airlines, conecta Estambul con 62 destinos africanos. A su vez, logró reciprocidad diplomática:  38 países africanos han establecido embajadas en Ankara. Todo ello se refleja en los volúmenes comerciales, que pasaron de 5.400 millones de dólares en 2003 a más de 41.000 millones en 2022 (aunque bajaran un poco, a 37.000 millones, el pasado 2023). 

En 2011, por ejemplo, el presidente Erdogan fue el primer líder internacional que se atrevió a poner pie en Somalia en 20 años. Ahora Turquía tiene en Mogadiscio una base militar y acuerdos de explotación de petróleo y gas. Es, además, el cuarto proveedor armamentístico del África subsahariana: helicópteros y, sobretodo, los famosos drones Bayraktar han sido vendidos a muchos países africanos.  

Y, por último, los turcos también pisan fuerte en la construcción de infraestructuras (más de 1.800 proyectos en los últimos 20 años, entre ellos la modernización de los trenes de Tanzania, por ejemplo). Un esfuerzo relevante, pero obviamente aún muy por detrás de chinos y rusos.  

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