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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Ahora son piolines

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Las manifestaciones de la ultraderecha y la derecha ultra, que se hace imposible distinguirlas, evidencian que su apelación a la ley y el orden y a la defensa de la Constitución se refiere, realmente, a su empeño en imponer su ley, su orden y su Constitución.

Escuchar a los manifestantes llamar piolines a los miembros de la UIP, los antiguos antidisturbios, y a uno de ellos gritar repetidamente “Piolines, os tenían que haber tirado al mar en Barcelona”, revela que su amor por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no es más que amor interesado.

Ahora se enfadan con la misma policía a la que jaleaban con el grito indecente de a por ellos, porque en su delirio las porras, las balas de goma y los gases están al servicio de su idea caduca y rancia de España.

Me costó muchas discusiones con gente de mi entorno, con parte de mi propia familia, mi crítica dura a quienes comprendían durante el gobierno del Partido Popular la violencia en algunas manifestaciones y nunca acepté que se normalizaran los escraches.

Mi argumento, entonces y ahora, es que la convivencia, que tan fácilmente damos por supuesta, no es más que un estado de equilibrio inestable que se mantiene en la medida en que se respete toda una serie de límites, empezando por los verbales.

Las turbas que se han congregado frente a las sedes del Partido Socialista, y que esta noche han intentado acceder al Congreso, actúan movidas por el delirio creado por quienes afirman, conscientes de que mienten, que se rompe España, que se pone fin al estado de derecho y que muere la democracia.

No. Lo único que se rompe es la falsa unidad en torno al débil liderazgo de Feijóo, a lo que se pone fin es a un sueño demoscópico que terminó en pesadilla todavía no procesada y lo único que muere es su oportunidad de gobernar aupado por Vox.

Por encima de los gritos de “la Constitución destruye la nación” se escucha el eco ominoso de José María Aznar exigiendo que “el que pueda actuar, que actúe”, después de afirmar con la gravedad impostada a la que nos tiene acostumbrados, que “el candidato Sánchez es un peligro para la democracia constitucional española”.

Y ya sabemos que cuando el cruzado de Valladolid toca la corneta, llamando a zafarrancho de combate, Génova responde de inmediato, no sea que les lance a Ayuso para disciplinarlos.

Ante esa exigencia, Feijóo advierte de que “no nos van a silenciar, no nos van a callar y no nos van a parar”, quitándose el disfraz de hombre de estado, secundado por su portavoz, el moderado Borja Sémper, que se pronuncia sobre las manifestaciones con un indecente “es normal que la gente esté indignada”, después de defender la libertad de manifestación.

Parafraseando al propio Aznar, los verdaderos responsables de estas concentraciones violentas no están en desiertos remotos ni en montañas lejanas. Están en la calle Génova.

Las manifestaciones de la ultraderecha y la derecha ultra, que se hace imposible distinguirlas, evidencian que su apelación a la ley y el orden y a la defensa de la Constitución se refiere, realmente, a su empeño en imponer su ley, su orden y su Constitución.

Escuchar a los manifestantes llamar piolines a los miembros de la UIP, los antiguos antidisturbios, y a uno de ellos gritar repetidamente “Piolines, os tenían que haber tirado al mar en Barcelona”, revela que su amor por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no es más que amor interesado.