Espacio de opinión de Canarias Ahora
Alerta global por las sequías
Crisis democrática en Corea del Sur, desmoronamiento del Gobierno de nuestra vecina Francia, el estallido de una revuelta en Siria para sorpresa de muchos, la situación de Gaza y el Líbano frente a los ataques israelíes, los conflictos de Ucrania o Sudán, los mensajes de Trump previos a su llegada de nuevo a la Casa Blanca...
Estos días en los que el mundo vive sacudido por la actualidad internacional, cuando ocurren tantas cosas y de tanta intensidad, tenemos que asumir con cierta resignación que no haya prácticamente reflejo en los medios de comunicación de una COP sectorial, la COP16 de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), que se está llevando a cabo en Riad, Arabia Saudí. La iniciativa reúne a más de 30.000 participantes y que es la más grande e inclusiva en la historia de la convención.
En ella hay algunos (muy poquitos) periodistas españoles peleando por que sus crónicas sean leídas, como Gloria Pallarès, ganadora de nuestro IV Premio Saliou Traoré de periodismo en español sobre África y colaboradora de Casa África.
El enfoque principal de esta cumbre es la respuesta mundial a la sequía, un fenómeno que ha aumentado en frecuencia e intensidad en las últimas décadas, concretamente un 29% desde el año 2000, y que va camino de afectar a 3 de cada 4 personas en el mundo en 2050. Las sequías son, sin duda, uno de los peligros más costosos, peligrosos y mortales para nuestro planeta.
Pero es fundamental que entendamos qué es una sequía, porque las sequías son mucho más que la falta de lluvia, son también la consecuencia de cómo el ser humano maltrata a la tierra: con deforestación, con prácticas agrícolas insostenibles, con sobrepastoreo...
Una tierra sana absorbe y retiene el agua. Una tierra degradada se convierte en estéril, no absorbe bien el agua, lo que genera también un impacto enorme cuando llueve mucho, con inundaciones que estamos empezando a ver de forma cíclica. Nigeria podría ser un caso para demostrarlo.
Naciones Unidas sostiene que los impactos de las sequías producidas por la actividad humana están empezando a manifestarse. Una de cada cuatro tormentas de arena y polvo (que también cada vez ocurren con más frecuencia) ya puede achacarse a la actividad humana.
Y una sequía, además, es un fenómeno que no solo afecta a un espacio concreto. El mundo está interconectado, es global. Para ponerles un ejemplo: una sequía en el centro de Europa que suponga la bajada del nivel de agua del Rin produce un bloqueo del grano que sale de Ucrania hacia el continente africano.
Es por ello que hay que ver el fenómeno de las sequías y la degradación de la tierra como algo mucho más allá de una cuestión medioambiental: estamos hablando de seguridad alimentaria, seguridad humana y desarrollo sostenible.
¿Cómo va el mundo a ser capaz de alimentar a 10.000 millones de personas en 2050? Al ritmo de crecimiento demográfico que tiene el continente africano, éste tendrá más jóvenes que la población total del continente europeo.
La sequía y la degradación de la tierra generan, como un castillo de naipes que se derriba, consecuencias en todos los ámbitos: destruyen empleos, tienen efectos en la salud pública, generan o exacerban conflictos y conllevan desplazamientos de población a gran escala.
Mientras la demanda de agua dulce no para de crecer en el mundo (se prevé que la demanda crezca en un 40% en 2030, el mundo pierde 100 millones de hectáreas de tierras sanas ¡cada año! Porque la degradación del suelo afecta a la mayoría de los ecosistemas, muchos de ellos cruciales. Los suelos regulan el clima, protegen la biodiversidad, mantienen los sistemas hídricos y suministran recursos vitales como alimentos y materias primas.
En África esa degradación va más rápido que la media mundial. Un 40% de las tierras del globo terráqueo ya están degradadas, y en nuestro continente vecino, por ejemplo, las tierras de pastoreo (un 43% del continente) son especialmente vulnerables al impacto de las sequías. Y es ante este escenario, en el que África está alzando la voz advirtiendo que el impacto está siendo extraordinario, en el que cobra tanta importancia lo que consiga negociarse en el marco de esta COP16.
Los africanos buscan compromisos vinculantes y mecanismos de financiación claros para abordar las luchas contra la desertificación y la degradación de la tierra. Exigen un marco legal, institucional y de gobernanza basado en las Naciones Unidas, así como mecanismos de financiación específicos. África ha destacado la necesidad de acelerar la implementación de programas contra la desertificación y de gestión de la tierra para revertir la degradación y restaurar los equilibrios ecológicos. El coste de la degradación de la tierra afecta todos los ámbitos de la vida, incrementando el precio de los alimentos, los recargos energéticos inesperados y la tensión dentro de las comunidades.
El problema, para plantearlo de forma cruda, es que la comunidad internacional no ha dado señales últimamente de tomarse toda la problemática del cambio climático con seriedad. Y en el contexto global, con Trump de nuevo en la Casa Blanca y la guerra fría por el liderazgo planetario y el control de los recursos, no parece que sea fácil que las grandes potencias cumplan los compromisos mínimos marcados para frenar las pesimistas previsiones de incremento del calentamiento global que, por encima de todo, afectarán con más gravedad a los países menos preparados para la adaptación, entre ellos los africanos.
La reciente COP29, celebrada hace tan solo un mes en Bakú, Azerbaiyán, fue una decepción para los países africanos en términos de financiación climática, que criticaron la falta de apoyo financiero adecuado por parte de los países desarrollados, algo que dificulta los esfuerzos para proteger a los más vulnerables y obstaculiza una transición justa y sostenible en las regiones en desarrollo.
Consideran que el objetivo de financiación climática de 300.000 millones de dólares para 2035 es engañoso y critican la falta de voluntad política para dejar de subvencionar la contaminación y trasladar los recursos a lo que ellos califican como una acción climática real.
Así que la decepción expresada en la COP29 subraya la importancia de que los países africanos aboguen por objetivos de financiación climática mejorados en esta COP16 de Desertificación.
Es crucial que esta conferencia se traduzca en compromisos concretos y financiación efectiva para abordar la crisis de desertificación que afecta gravemente al continente y que, entre otras cosas, conlleva recargos energéticos inesperados, aumenta la tensión dentro de las comunidades y genera inflación, incrementando el precio de los alimentos.
Me consuela algo pensar que nuestro país, España, está dando la cara en este ámbito. Una de las iniciativas más aplaudidas estos días en Riad ha sido la puesta de largo de la Alianza Internacional para la Resiliencia a la Sequía (IDRA), una iniciativa conjunta liderada por España y Senegal que se lanzó en la COP27 de 2022. Esta alianza, que cuenta con el apoyo de más de 70 miembros, incluyendo la Unión Europea, Estados Unidos, China y Turquía, busca promover la gestión proactiva de la sequía a nivel global.
Un elemento central de la IDRA es el Observatorio Internacional de Resiliencia a la Sequía (IDRO), una plataforma mundial de datos basada en inteligencia artificial para la gestión de las sequías. Esta herramienta, que estará operativa en un año, permitirá a los países compartir información y tomar decisiones más eficaces para combatir este fenómeno.
Creo que es importante el mensaje que estamos dando a nivel global, liderando una iniciativa con una base tecnológica de primer nivel con uno de los países africanos más afectados por este fenómeno: Senegal. Termino este artículo unas pocas horas después de asistir en Madrid a la presentación por parte del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de la nueva estrategia española para África 2025-2028, en la que la lucha contra el cambio climático juega un papel esencial.
Estaremos atentos, pues, a si los países más desarrollados arriman el hombro y se consiguen resultados importantes para los países africanos contra la desertificación. Ojalá sea así, y que le prestemos al impacto de las sequías y a todo lo relacionado con el cambio climático la atención que merece.
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