Espacio de opinión de Canarias Ahora
Alguien se ha lanzado desde el techo de cristal
Cuando llegué al apartamento, Guillermo había dejado, hace horas, un mensaje en el contestador. No hacía falta ni que se presentara, conocía esa voz al dedillo desde hace años. Lo volví a escuchar una vez más mientras me desplomaba en el sillón. Lancé las llaves en la mesita que mi hermana había comprado en un mercadillo de segunda mano. Siempre odié esa mesita pero al menos le daba algo de alegría a la casa. Estoy agotada. Volví a escuchar el mensaje una vez más. Lo cierto es que Guillermo adquiría un tono cada vez más desagradable, en cada repetición. Bah, ya está. Paso. Click.
Me acordé ahora de lo que me comentó mi hermana Virginia el otro día. Ella siempre ha sentido devoción por la literatura. Mientras yo golfeaba y salía con mis novios y mis novias, ella siempre se quedaba en casa y disfrutaba en soledad de sus libros y de las cosas que escribía pero que nunca enseñaba. Virginia siempre ha sido un bicho raro, sin demasiado interés por las cosas banales. Ella, en todo, siempre tiene que ir hasta el fondo del asunto. Retuerce a cualquiera hasta que extrae lo que quiere conseguir. El «¿Qué tal estás? bien», con ella no vale. Te preguntará hasta que finalmente digas que no estás del todo bien. Es un poco pesada.
Mi hermana me explicó una teoría. La del «ingenio torturado». Siempre ha sido un poco sádica en sus titulares, ya se lo he dicho. Es periodista, por cierto. Me habló de escritoras de las que, en mi pajolera vida he escuchado hablar, y de cómo el talento que tenían, que las hacía brillar entre la multitud, entre los hombres, las había torturado y machacado hasta el suicidio.
Mi hermana Virginia piensa que si se hubiera aceptado el talento femenino, tal y como venía, desde el principio, sin distinciones, ni prejuicios, ni complejos, quizá el suicidio de todas esas mujeres, que brillaban en la literatura y en la poesía, nunca hubieran sucedido. Me dijo unos cuantos nombres que ya no recuerdo. «Tenían que lidiar con la culpa de ser como eran a la misma vez que no podían parar de ser de esa manera, porque no se puede. Es inconcebible que una escritora reprima lo que es». Oh, señor, tenían que ver la pasión con la que me estaba contando esto. ¡Menuda es!
¿Sabes quién era Virginia Woolf? — me preguntó.
¡Qué voy a saber yo, si me quedé en los libros de Kika superbruja!
Pues Virginia Woolf tiene una frase super conocida que dice que la vida es un sueño pero que es el despertar el que nos mata — respondió con su repelencia habitual.
¿Qué me quieres decir con eso, Vir?
¿No lo entiendes? Virginia Woolf era una de las mejores escritoras de su época; su vida tenía que ver con lo que escribía y cuando ya no pudo hacerlo, todo dejó de cobrar sentido. Despertó en un mundo cruel, a punto de desembocar en una guerra, se llenó de piedras los bolsillos de su abrigo y se dejó ahogar en el río. Y así hay un millón de historias. ¿Por qué es tan dramático para una mujer poseer el talento de la literatura?
Mi hermana venía a decir que cuando una mujer tan brillante se suicida, entonces…parece que ya no tiene enemigos. Como que nadie pone en tela de juicio su talento porque ya no puede mejorarlo. Cuando ya no hay vuelta atrás, cuando ya una mujer no puede volver a escribir, cuando ya es demasiado tarde, es cuando la sociedad parece estar preparada para decir que es una escritora maravillosa.
« ¿Estás pensando en suicidarte o…», le pregunté asustada. No se imaginan lo dramática que puede llegar a ser mi hermana. « ¡No mujer!», me interrumpió riéndose.
Lo que quiero decir es que hoy Virginia Woolf o Perkins Gilman pueden ser todas esas mujeres rebosantes de talento que te encuentras en una oficina de mierda ocho horas, a la que no dejan hablar en una reunión porque tiene un tono de voz un poco más agudo o que terminan agotadas de intentar trabajar en algo que les apasiona mientras les condenan a funciones «de chicas». « Virginia, te importaría llamar a este número y pedirle equis cosa»; «Virginia seremos doce para comer», «Virginia hay que dejar lista la sala para la entrevista con…», así está mi jefe todo el día. ¿Sabes qué me dijo el otro día cuando le propuse escribir otro tipo de reportajes que no fueran sobre quesos? — imita la voz de su jefe a la perfección. Creo que por eso sé reconocerla. — ‘¿Virginia, tú sabes que ya has llegado a tu techo, verdad?’
¡No te creo!
Te lo juro, Marta. Me mandó a otro maldito evento de quesos tan pancho mientras escuché un ‘bonitas medias’, al cerrar la puerta.
Y las dos nos partimos de la risa aunque había algo muy triste en todo aquello. En fin. Realmente estoy agotada. Me prometí no volver a escuchar el mensaje del contestador pero va, solo una vez más.
«Tiene un mensaje de voz. Recibido hoy a las 05:57 minutos»
Eh… Virginia, soy yo, Guillermo. Esta es la tercera vez que te llamo. A pesar de la discusión de anoche… no es muy inteligente evitarme ¿no crees? Soy tu jefe, eso no lo olvides. Estoy yendo para la redacción. Me han llamado de la policía hace un rato. Se ha suicidado una mujer. Por lo visto, se ha lanzado desde el tejado de la estación de guaguas. Nadie sabe cómo consiguió llegar hasta allí pero rompió una de las partes del cristal para acceder al techo, y se lanzó. Necesito que vayas y te enteres de qué ha pasado, por qué lo ha hecho y cómo ha quedado el cuerpo. Ah… bueno, y quién era, claro. Por favor, llámame cuando escuches este mensaje. Virginia, eh… deja de ser testaruda. Es tu oportunidad de demostrar que te mereces este puesto. Eso era lo que querías ¿no? Escribir historias. Pues demuestra que vales para algo más que para cubrir eventos sobre quesos.
Marco el número.
¡Virginia! ¿Dónde demonios estabas metida? ¿Tienes algún avance? ¡Te necesitamos en redacción YA!
No soy Virginia.
Eh… pero este… este es su número. ¿Con quién hablo?
Soy Marta, la hermana. — Y un sollozo que hasta ahora no se me había escapado, se me escapó.
Cuando llegué al apartamento, Guillermo había dejado, hace horas, un mensaje en el contestador. No hacía falta ni que se presentara, conocía esa voz al dedillo desde hace años. Lo volví a escuchar una vez más mientras me desplomaba en el sillón. Lancé las llaves en la mesita que mi hermana había comprado en un mercadillo de segunda mano. Siempre odié esa mesita pero al menos le daba algo de alegría a la casa. Estoy agotada. Volví a escuchar el mensaje una vez más. Lo cierto es que Guillermo adquiría un tono cada vez más desagradable, en cada repetición. Bah, ya está. Paso. Click.
Me acordé ahora de lo que me comentó mi hermana Virginia el otro día. Ella siempre ha sentido devoción por la literatura. Mientras yo golfeaba y salía con mis novios y mis novias, ella siempre se quedaba en casa y disfrutaba en soledad de sus libros y de las cosas que escribía pero que nunca enseñaba. Virginia siempre ha sido un bicho raro, sin demasiado interés por las cosas banales. Ella, en todo, siempre tiene que ir hasta el fondo del asunto. Retuerce a cualquiera hasta que extrae lo que quiere conseguir. El «¿Qué tal estás? bien», con ella no vale. Te preguntará hasta que finalmente digas que no estás del todo bien. Es un poco pesada.