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Alianza NC + CC: cuando se normaliza la política basura
Hace menos de una semana, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) presentaba su último sociobarómetro. El sondeo arrojó un dato alarmante: el 45,3% de los españoles identifica a los políticos y a la política como el segundo mayor problema del país, solo por detrás del desempleo (60%) y a gran distancia del tercero, donde empatan las dificultades económicas y la corrupción.
El sociobarómetro no deja lugar a dudas: la credibilidad de los políticos ha caído en picado desde septiembre de 2018, cuando ya era llamativo que el 19% de los encuestados señalara a los políticos como uno de los grandes escollos con los que tropieza España.
El contexto del último sociobarómetro es un Congreso de los Diputados donde los grupos han sido incapaces de encontrar un modelo de gobernabilidad que impida la repetición de elecciones. Pero también el colosal enfado de miles de ciudadanos por los sueldos que sus señorías han cobrado o cobrarán (entre 4.000 y 7.000 euros de salario por cabeza) sin haber dado palo al agua, rematada por la “indemnización de transición” hasta los próximos comicios.
Pues bien, en este escenario de alarmante exasperación de los ciudadanos, a Nueva Canarias le ha parecido una excelente idea exhibir en las Islas una suerte de trastorno político de bipolaridad que le sitúa al mismo tiempo en el Gobierno de Canarias y en la oposición. Y lo ha hecho por la vía de firmar una alianza electoral con el mismo partido al que contribuyó a echar hace solo tres meses del Gobierno regional, esto es, Coalición Canaria.
En mayo de 2019, poco antes de las últimas elecciones autonómicas, Román Rodríguez, actual vicepresidente de Canarias y eterno líder de Nueva Canarias, señalaba a Coalición Canaria como responsable de una forma de hacer política que condena a las Islas “a la cola en todo lo bueno y a la cabeza en todo lo malo”. Y bramó de hecho contra la posibilidad de que PSOE y CC pudieran pactar un gobierno que supusiera para Canarias cuatro años de “más de lo mismo” (sic), esto es, listas de espera sanitarias desquiciantes, registros de calidad educativa pésimos y ese largo etcétera de lamentables récords que ostenta Canarias tras 26 años consecutivos con CC en el poder autonómico.
Eso fue en mayo. No hace un lustro ni medio siglo. No, ocurrió en mayo de 2019. Luego llegó la historia conocida: el llamado `pacto de las flores´ (PSOE+NC+Podemos+Casimiro Curbelo) y el desalojo efectivo de CC de un Gobierno del que ahora es flamante vicepresidente y consejero de Hacienda el mismísimo Román Rodríguez.
Como tal, Rodríguez se despachó hace muy poco en el Parlamento con la teoría de que CC dejó en las cuentas autonómicas un agujero financiero provocado por desvíos electoralistas. Y se burló de “la histeria” de Coalición Canaria, a la que pronosticó incluso una hospitalización inminente por exceso de nervios y anemia perniciosa de poder. Román desde el Gobierno tronando contra CC en la oposición.
Pues bien. En semejante escenario, a Rodríguez y los suyos, empezando por Pedro Quevedo y Carmelo Ramírez, les ha parecido una fantástica idea pactar y firmar una coalición electoral para las elecciones de noviembre nada más y nada menos que con la autora y culpable (Rodríguez dixit) de todos los males que padece Canarias. Esto es, una alianza electoral entre NC y Coalición Canaria. ¿El objetivo? Volver a sentar a Quevedo en el Congreso después de su fracaso en las últimas generales. ¿El precio? Rematar la operación con un escaño a tiempo compartido que, de obtenerse, se repartirán a razón de 2,5 años NC y el año y medio siguiente, CC. Doble tirabuzón y triple salto mortal ante una ciudadanía alucinada.
La operación ha desatado una batalla sin precedentes en las filas de NC, así como una ola de durísimos reproches ciudadanos a NC en las redes sociales por lo que consideran un acto de manifiesta desfachatez política. Pero nada arruga ni al señor vicepresidente del Gobierno autonómico ni al futuro diputado a tiempo compartido, si es que la suma NC+CC logra consumar el propósito de sentar otra vez a Quevedo el Congreso, aunque sea esta vez mediante un bochornoso time-sharing.
Sin que se le altere un músculo de la cara, Rodríguez afirma solemnemente que este pacto político que le coloca a un tiempo en el Gobierno (de Canarias) y la oposición (por la vía matrimonial con CC) no hace peligrar en modo alguno la presidencia de Canarias que ostenta el socialista Ángel Víctor Torres. Salvo que (siempre hay un “salvo que...”) se produjeran incumplimientos de lo pactado. El matiz no es baladí. Un “salvo que” semejante ya le costó al socialista Jerónimo Saavedra en 1993 salir disparado de la Presidencia del Gobierno, derribado precisamente por la misma sopa de nacionalismos que hoy representa esa reciclada alianza de NC+CC.
Claro que, para eventuales traiciones, no hay que fijarse ni siquiera en las filas del PSOE. El primer traicionado se llama Antonio Morales, presidente del Cabildo de Gran Canaria. Morales sufrió durante los dos últimos años del clavijismo una persecución alimentada por las huestes de CC y ejecutada por los medios afines al entonces presidente del Gobierno, aquello que Morales bautizó como la “acorazada mediática” regada con fondos públicos para la protección de CC. Ahora, los suyos quieren obligarle a tragarse el sapo de la pretendida reunificación nacionalista, que no es otra cosa que resucitar a la trágala en Gran Canaria el cadáver político de Coalición Canaria.
Claro que, para traiciones, obviamente la más grave es la que soportarán los ciudadanos a manos de un partido que, a mayor gloria del cinismo político, pretende predicar desde un ramillete de poltronas públicas una cosa y su contraria. Esto es, que CC es el peor demonio político conocido en Canarias y, a la vez, un lindo gatito que merece compartir cartel y por supuesto escaño con el incombustible Quevedo. Que se puede acusar hoy a CC de agujerear la Hacienda pública en su propio beneficio y, al día siguiente, firmar con ella una coalición electoral. Que se puede estar a la vez en la misa del Gobierno y repicando con la oposición. Que existe la poligamia política y que el dúo Román / Quevedo son muy capaces de atender y despachar varios matrimonios a la vez.
Pero sobre todo, lo que NC predica estos días es que los canarios consultados por el CIS tienen mucha, pero que muchísima razón, cuando se declaran abochornados por el cortoplacismo descarado de políticos profesionales a los que se la trae al fresco la mínima dosis de decencia, lealtad y coherencia exigibles. Embelesados como andan mirándose su propio ombligo para retener, atados y bien atados, sus chiringuitos de poder. Afianzando la basurización de la política, al margen y con total desprecio del cada vez más colosal cabreo de los votantes. Y ayudando irresponsablemente a que la imagen de la política siga despeñándose por los inquietantes desfiladeros del descrédito y la desafección de los ciudadanos.
Hace menos de una semana, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) presentaba su último sociobarómetro. El sondeo arrojó un dato alarmante: el 45,3% de los españoles identifica a los políticos y a la política como el segundo mayor problema del país, solo por detrás del desempleo (60%) y a gran distancia del tercero, donde empatan las dificultades económicas y la corrupción.
El sociobarómetro no deja lugar a dudas: la credibilidad de los políticos ha caído en picado desde septiembre de 2018, cuando ya era llamativo que el 19% de los encuestados señalara a los políticos como uno de los grandes escollos con los que tropieza España.