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Aniversario de pasión

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En la semana que se cumplía un año del indiscutible triunfo del Partido Popular (PP) en las urnas, casi todos los análisis y balances arrojaban una nota negativa. El hipotético examen concluye con un suspenso, fruto, primero, de un fraude masivo, consistente no sólo en incumplir lo ofertado sino en hacer lo contrario de lo anunciado y programado; y después, de unas medidas de reajuste que se han revelado tan improductivas como impopulares. El Gobierno es contestado por todos lados, incluso desde la propia militancia, a la que cuesta seguir dando la cara y argumentando a favor de la acción del ejecutivo. Sólo los medios afines mantienen, a duras penas y con sesgos profundos, el vuelo alto de la gaviota.

Fue una semana, además, en la que confluyeron varios hechos que acentuaban el malestar y el tono crítico, no complicados al final por el aplazamiento de la enésima cumbre europea para evitar una fractura inquietante y salvar presupuestos, principalmente las partidas de indispensable ayuda para los territorios ultraperiféricos.

Empeñado en un más difícil todavía de imprevisibles consecuencias, el Gobierno de Rajoy había logrado una curiosa unanimidad: la de todos las representaciones judiciales y la de todos los operadores jurídicos en torno al rechazo al aumento de las tasas judiciales, el mismo que abre una profunda brecha para administrar justicia, ya claramente divisoria entre ricos y pobres destinatarios. La disconformidad se hizo clamor y habitó hasta en los más recónditos juzgados. Ruiz Gallardón añadió una muesca más a sus controvertidas y contestadas iniciativas en lo que va de legislatura. Para más inri, la chapuza final de los formularios no consensuados con Hacienda que impide la entrada en vigor de la norma, puso de manifiesto que de tantos golpes de decreto alguno se tiene que desviar.

Lo de Catalunya, si permiten la expresión, es para mear y no echar gota. Un fantasmagórico informe policial sobre presunta financiación irregular del partido o evasión de capitales, que vaya usted a saber, irrumpió en la segunda parte de una campaña electoral donde no se hablaba de paro en una comunidad en la que están registrados más de ochocientos mil desempleados ni del progresivo desmantelamiento de servicios públicos. El desconcierto del ministerio del Interior, la gasolina que echó al fuego con sus declaraciones el ministro de Hacienda y la posición fijada públicamente por un sindicato policial, sin entrar a valorar el concurso del mensajero agraciado por el don de las conspiranoias, en plural, sembraron ese caos de impredecible final. Porque, al margen del resultado electoral de ayer, la bandeja del independentismo versus judicialización doméstica ya está servida. Y nadie sabe qué se sirve primero o cómo influirá la segunda en el devenir de las aspiraciones soberanistas catalanas.

En estas que el esclarecimiento de la tragedia del Madrid Arena sigue enredándose entre averiguaciones, imágenes, ceses, maniobras para no comparecer y evitar desgastes y una acusada sensación de que al final, nadie fue. La erosión política en las filas populares es evidente y sólo la escala de mando y el consabido respeto, tan recurrible en situaciones próximas al caos, evitará una tormenta de mayores proporciones mientras en el horizonte, no lo perdamos de vista, está la muerte de cuatro jóvenes. Hiela la sangre, después de saberse todas las irregularidades, que pudieron haber sido muchas más las vidas cobradas.

Iba palpándose la peculiar pasión del primer año triunfal traducido al uso absolutista de la mayoría parlamentaria, cuando The Financial Times, la Biblia de los mercados y del periodismo económico-financiero, colocó a Luis de Guindos en el decimonoveno y último lugar de la clasificación de los ministros europeos del ramo; y cuando presidentes autonómicos populares se atrevían a enseñar públicamente su descontento con algunas medidas gubernamentales de eso que llaman Madrid, Génova o Moncloa.

Y por si los males fueran pocos, aparece en la escena el ex teniente coronel golpista de la Guardia Civil, Antonio Tejero Molina, denunciando al presidente de la Generalitat y candidato a la relección, 'Arturo' Mas, por provocación, conspiración y proposición para la sedición. De “continuas y reiteradas pretensiones secesionistas de una parte importante de España como es el Principado de Cataluña”, puede leerse en la demanda. Alguien proveerá. Como ya hiciera en este aniversario de pasión Joan Gaspart, por cierto, ex presidente del F.C. Barcelona y titular de una empresa que iba a participar, diestro para que fuera cancelado un homenaje en Madrid al general Franco. Era la última estación.

A grandes rasgos, estos eran, en una semana, algunos hechos que amargaban el aniversario del triunfo electoral del PP. Ni de aquel acierto de haber rectificado en verano para que los desempleados siguieran percibiendo una prestación de cuatrocientos euros, se han acordado para endulzarlo.

En la semana que se cumplía un año del indiscutible triunfo del Partido Popular (PP) en las urnas, casi todos los análisis y balances arrojaban una nota negativa. El hipotético examen concluye con un suspenso, fruto, primero, de un fraude masivo, consistente no sólo en incumplir lo ofertado sino en hacer lo contrario de lo anunciado y programado; y después, de unas medidas de reajuste que se han revelado tan improductivas como impopulares. El Gobierno es contestado por todos lados, incluso desde la propia militancia, a la que cuesta seguir dando la cara y argumentando a favor de la acción del ejecutivo. Sólo los medios afines mantienen, a duras penas y con sesgos profundos, el vuelo alto de la gaviota.

Fue una semana, además, en la que confluyeron varios hechos que acentuaban el malestar y el tono crítico, no complicados al final por el aplazamiento de la enésima cumbre europea para evitar una fractura inquietante y salvar presupuestos, principalmente las partidas de indispensable ayuda para los territorios ultraperiféricos.