Espacio de opinión de Canarias Ahora
Anónimos
Cuando escribo estas líneas, el invento aún no ha salido a antena, por lo que no sé hasta dónde llegará en sus propuestas y ambiciones. Sí he de señalar que el gozo anticipado que me produjo suponer que un formato semejante se le había ocurrido a un compatriota, se fue rápidamente al cuerno al enterarme de que la tele de Emilio Aragón se limita a adaptar un programa made in Irlanda. Aquí, en lo que a parrillas de TV se refiere, nadie crea nada desde que a Ibáñez Serrador se le ocurrió aquel bombazo del Un, dos, tres. Es decir, hace la tira. No obstante, uno apostaría por trasladar la propuesta del Anónimos televisivo a la vida real. Y, sobre todo, a la política. Poner máscaras de látex y maquillar a modo a nuestros líderes y gobernantes y echarles a la calle, para que se mezclasen con el gentío y escuchasen Ây hasta participasen en sus conversas. Meter a un irreconocible Zapatero en los baretos, tascas y tabernas de Madrid, para que escuchase las opiniones de los parroquianos sobre su gestión. Y afeitar a Rajoy para que sepa hasta dónde la gente rechaza o apoya su cerrazón. Llevar a un Adán Martín desfigurado y transformado, pongamos por caso, en un prejubilado o pensionista del montón, a las recovas de las Islas, a los bancos de las plazas soleadas donde los mayores se cuentan sus desdichas o, a los barrios más miserables de las Islas donde no hay pobres, porque Marisa Zamora les ha negado la existencia. Y así sucesivamente, mientras dure esa programación imposible, pero deseable. No sería nada nuevo, por supuesto. La literatura de todos los tiempos, y especialmente la oriental, ha transformado muchas veces a los poderosos en mendigos Âpor decisión propia o por designios misteriosos-, fabulando constantemente sobre la percepción de la realidad según las situaciones de clase y moralizando acerca de las consecuencias de esas experiencias al tiempo traumáticas y luminosas. La tele no llega a tanto, por supuesto. Y ni siquiera se lo propone. Pero, algunas iniciativas, como la que comento, sí dan pie a fantasías del tipo de la que les cuento. Aunque sólo sea por contar, que conste. José H. Chela
Cuando escribo estas líneas, el invento aún no ha salido a antena, por lo que no sé hasta dónde llegará en sus propuestas y ambiciones. Sí he de señalar que el gozo anticipado que me produjo suponer que un formato semejante se le había ocurrido a un compatriota, se fue rápidamente al cuerno al enterarme de que la tele de Emilio Aragón se limita a adaptar un programa made in Irlanda. Aquí, en lo que a parrillas de TV se refiere, nadie crea nada desde que a Ibáñez Serrador se le ocurrió aquel bombazo del Un, dos, tres. Es decir, hace la tira. No obstante, uno apostaría por trasladar la propuesta del Anónimos televisivo a la vida real. Y, sobre todo, a la política. Poner máscaras de látex y maquillar a modo a nuestros líderes y gobernantes y echarles a la calle, para que se mezclasen con el gentío y escuchasen Ây hasta participasen en sus conversas. Meter a un irreconocible Zapatero en los baretos, tascas y tabernas de Madrid, para que escuchase las opiniones de los parroquianos sobre su gestión. Y afeitar a Rajoy para que sepa hasta dónde la gente rechaza o apoya su cerrazón. Llevar a un Adán Martín desfigurado y transformado, pongamos por caso, en un prejubilado o pensionista del montón, a las recovas de las Islas, a los bancos de las plazas soleadas donde los mayores se cuentan sus desdichas o, a los barrios más miserables de las Islas donde no hay pobres, porque Marisa Zamora les ha negado la existencia. Y así sucesivamente, mientras dure esa programación imposible, pero deseable. No sería nada nuevo, por supuesto. La literatura de todos los tiempos, y especialmente la oriental, ha transformado muchas veces a los poderosos en mendigos Âpor decisión propia o por designios misteriosos-, fabulando constantemente sobre la percepción de la realidad según las situaciones de clase y moralizando acerca de las consecuencias de esas experiencias al tiempo traumáticas y luminosas. La tele no llega a tanto, por supuesto. Y ni siquiera se lo propone. Pero, algunas iniciativas, como la que comento, sí dan pie a fantasías del tipo de la que les cuento. Aunque sólo sea por contar, que conste. José H. Chela