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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Antes de todo esto

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El presente, político, social, económico y tautológico, es una máquina de picar carne permanentemente atascada. Hace unos días, en uno de esos programas de nostalgia televisiva, apareció Mercedes Milá entrevistando a Fernando Sánchez Dragó. Le preguntaba si había probado de todo. Él, sonriente y muy contento de haberse conocido, le decía que sí, con una excepción: la necrofilia, porque no quería. Al instante, la cámara se desplaza a la derecha y una joven María Jiménez le pregunta a Dragó tímidamente: “Oye, ¿qué es la necrofilia?” Dragó le responde entre simpático y pausado. Como si nada. Qué tiempos: más de cuarenta años de TVE. ¿Podemos imaginar un directo semejante en nuestras catódicas torturas? 

Imaginar, sí, contemplar, difícil.

Ya no quedan negadores de placeres ocultos, tampoco personas imperturbables que no se espantan: se espantan, casi todas, por todas las cosas en un alarde de perfección humana infinita e inexistente. El afán de la sociedad perfecta, como anhelo y como ambición, refuerza la idea de que la imperfección está en los otros, sean quienes sean, sea cual sea su condición y carácter. A las cosas sencillas se les responde con respuestas alambicadas, y a las complejas con afirmaciones simplistas. Así ahora, la emigración y Venezuela, por citar solo dos casos. La solidaridad y la democracia necesarias para ambas crisis, se encuentran embarradas en un fragor estúpido de consecuencias irreparables. Es probable que pasen las tormentas,  pero nunca se habrá invertido un segundo en analizar sus causas. Por eso la repetición, los ciclos, siempre lo mismo.

También, a los festivales de cine se les pretende de otra manera. Ya no solo se trata de películas sino de tomar la temperatura de la profesión sobre tal o cual asunto. La realidad que pretende imponerse sobre la ficción. De esta forma no hay posibilidad de diversión porque todo es tragedia de poca monta. La máquina de picar carne no arranca y el guiso se va a pasar. En Venecia tenemos un anticipo de la temporada cinematográfica. Ya veremos lo que nos depara San Sebastián. Todavía quedan el Hotel de Londres y de Inglaterra –excelentes dry martinis en su época- y el restaurante de los Arzak, aunque prefiero el Akelarre de los Subijana.

Y en estas aparece el ministro Escrivá para presidir el Banco de España. Era la lágrima que tenía que caer en la arena en el décimo aniversario de la muerte de Peret, el padre de la rumba catalana. Es imposible saber si estos desfases responden a la improvisación, al desmarque, o a una mente maquiavélica que quiere tener entretenida y en estado permanente de gimnasia a la oposición opositora. Entra al trapo encantada. Y a los padres y madres de la patria les da igual cómo explicarlo, simplemente no lo hacen casi nunca. Con los resultados electorales de las recientes elecciones en dos regiones alemanas, deberían tomarse las cosas con menos alegrías. Pero no. Dejar hacer y dejar pasar, parece que dicen. Ya escampará. Insensatos.

El presente, político, social, económico y tautológico, es una máquina de picar carne permanentemente atascada. Hace unos días, en uno de esos programas de nostalgia televisiva, apareció Mercedes Milá entrevistando a Fernando Sánchez Dragó. Le preguntaba si había probado de todo. Él, sonriente y muy contento de haberse conocido, le decía que sí, con una excepción: la necrofilia, porque no quería. Al instante, la cámara se desplaza a la derecha y una joven María Jiménez le pregunta a Dragó tímidamente: “Oye, ¿qué es la necrofilia?” Dragó le responde entre simpático y pausado. Como si nada. Qué tiempos: más de cuarenta años de TVE. ¿Podemos imaginar un directo semejante en nuestras catódicas torturas? 

Imaginar, sí, contemplar, difícil.