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Del arenal al infinito

22 de agosto de 2024 13:33 h

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El fútbol llegó en barco a Gran Canaria, donde desembarcó a finales del siglo XIX como un enigmático e inesperado pasajero. A falta de césped, su práctica se desenvolvió inicialmente sobre los arenales del viejo Hotel Metropole. Marineros ingleses y trabajadores de las compañías británicas corrían al caer la tarde tras un esférico al que daban patadas en un ir y venir que la población isleña contemplaba con mirada sorprendida y socarrona. 

Aquella efervescente sociedad insular no podía imaginar la dimensión que alcanzaría el ‘juego de la pelota’ como lienzo y extensión de su propia identidad. El desdén dio paso a un incipiente interés que se colaba tímidamente en el paisaje cotidiano, con minúsculas crónicas de prensa entre las notas culturales o los informes de las consecuencias de los brotes epidémicos en el tráfico marítimo. 

Fue el caso de la aparecida en 1894 para dar noticia del enfrentamiento “entre varios individuos de la colonia inglesa y muchos jefes y oficiales de escuadra” al que “concurrieron muchísimas personas”. Este detalle nos revela una respuesta de la comunidad local que empezó a manifestarse también en improvisadas correrías en solares polvorientos en pos de cualquier objeto medianamente redondo. Aquí se encuentra, si me permiten decirlo así, la arqueología del fútbol grancanario.  

El inexplicable poder de atracción de aquel Foot-Ball primigenio, el mismo que sentimos hoy en día, hechizó cada vez a más gente en Gran Canaria. En 1901, más de mil personas asistieron al partido entre el British Club y los tripulantes del buque de guerra Isis, según reflejó el catedrático Javier Domínguez García en su libro Cien años de fútbol canario. Como un penalti perfectamente lanzado, nadie podía detener la implantación del nuevo deporte en la isla. 

La nueva pasión desembocó en una eclosión de equipos locales, especialmente entre 1904 y 1910, con la fundación del Sporting Central, el Marino FC, el Gimnástico, el Club Canario, el Artesano o el Victoria. Este último logró en 1911 el primer triunfo canario sobre los ingleses al imponerse al Club Teldense, integrado por empleados de la estación del cable de Melenara. Es un simbólico antecedente del talento local y su capacidad para imprimir su sello isleño en todos los terrenos de la vida, también en los del fútbol. 

De hecho, estaban empezando a forjarse los cimientos del elegante, pausado y aclamado “fútbol canario”.  Nuestros deportistas eran portadores de una mirada panorámica, acostumbrada a buscar al mismo tiempo el horizonte marino y la montaña. Llevaron al campo de juego una nobleza probablemente heredada de lucha canaria, el único deporte colectivo conocido con anterioridad en Canarias. Esto hace más pertinente la célebre frase del pensador Albert Camus, futbolista malogrado: “Todo cuando sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. 

Quiero destacar que el periodo de irrupción y asentamiento del fútbol en Gran Canaria coincide con un momento crucial en la configuración de la moderna sociedad insular, que pujaba por un andamiaje administrativo y político a la altura de su peso social y económico. Era otro partido que se jugaba en paralelo y que se saldó con una victoria fundamental para la isla: la aprobación de la Ley de Cabildos en 1912, que permitió la constitución del primera Corporación Insular de Gran Canaria en 1913. Como veremos, fútbol y Cabildo irían de la mano hasta nuestros días. 

El fútbol ha sido un reflejo de la compleja y tantas veces incomprendida y desatendida realidad insular. Su historia es una amalgama de sinsabores, alegrías y lucha incansable para conseguir los objetivos. La misma tinta con la que escribimos el día a día. 

A finales de los años veinte del siglo pasado, el seleccionador nacional, Paco Brú, elogiaba la magia del fútbol canario. Sin embargo, justamente entonces comenzó el éxodo de jóvenes valores a equipos de la Península ante la falta de expectativas en las Islas, deriva que se acentuó en los años cuarenta. 

Mientras, al otro lado del ‘charco’, Uruguay, ganó el primer Campeonato del Mundo de Fútbol, celebrado en 1930. “Gracias al futbol, los uruguayos nos hicimos conocidos en el mundo. La gente de otros lados no entendía cómo un país tan pequeño, que casi no sale en el mapa, era campeón. El futbol le hizo bien a Uruguay. Le dio importancia y personalidad”, reflexionó Mario Benedetti, creo que con mucho acierto. 

En el caso de Canarias, hubo personas y administraciones centrales empeñadas en que Canarias no saliera en el mapa. También en el caso de fútbol. Bien entrados los años cuarenta, el archipiélago era la única región de España que no participaba en competiciones nacionales, donde sí figuraban Baleares, Ceuta y Melilla y el Protectorado de Marruecos. Una vez más, Canarias, y en especial Gran Canaria, debía revolverse, unirse y organizarse frente a la injusticia. 

De hecho, el nacimiento de la Unión Deportiva Las Palmas, de la que celebramos su 75 Aniversario, es otro hito dentro de las luchas históricas contra el orillado de Gran Canaria. Debemos rendir tributo y mantener el ejemplo de personas como Manuel Rodríguez Monroy, vicepresidente de la Federación Regional de Fútbol que, con el apoyo del presidente, Adolfo Miranda, promovió la fusión de los cinco equipos de Primera Regional de la isla. “El cociente de dividir nuestras fuerzas por un divisor tan grande resulta muy débil. Y esta debilidad nuestra es aprovechaba por los mejor organizados”, proclamó. Me parece una tesis certera e inspiradora en el contexto político actual que, de hecho, aplicamos en la acción del Gobierno de la isla.  

Hubo que vencer múltiples resistencias, incluida la negativa a que el equipo que surgió de la asamblea del 22 de agosto de 1949 entrara directamente en la Segunda División. Y resultó clave la intermediación de las autoridades locales, incluido por supuesto el entonces presidente del Cabildo, Matías Vega Guerra, que se trasladó a Madrid a la Asamblea de la RFEF y entabló conversaciones con los ministros de Gobernación y Educación Nacional. 

Me sigue asombrando tanto obstáculo. Por eso subrayo que la UD es fruto del consenso, de la brega infatigable y del orgullo de Gran Canaria. Además, la UD Las Palmas no tardó en dejar las cosas en su sitio. Ascendió a Primera tras dos ascensos consecutivos, una gesta desconocida, y sus jugadores pasearon por los estadios españoles su clase y su técnica, siempre aplaudida. Teníamos una auténtica ‘embajada’ amarilla ambulante. 

A partir de ahí, la trayectoria de la UD es un carrusel de alegrías y desconsuelos hasta la estabilización de los años cincuenta. A esas alturas, el ‘equipito’ era una seña de identidad en Gran Canaria. Se cuenta que incluso los habitantes de los sitios más recónditos de la geografía insular, que jamás habían estado ni estarían en un campo de fútbol y carecían de radio o televisión, buscaban la manera de enterarse del resultado.  

La etapa gloriosa entre 1963 y 1982, con diecinueve temporadas consecutivas en la élite, un subcampeonato de Liga y de Copa y la clasificación para competiciones europeas, asentó a nuestro equipo en el Olimpo del fútbol nacional. Brillaron especialmente nombres como los de Juan Guedes, con su juego a la vez imperial y de etiqueta labrado en campos de tierra donde jugó descalzo, o Tonono. Ambos se fueron demasiado pronto, pero forman parte del imaginario colectivo insular. 

Todos caemos alguna vez. También lo ha hecho la UD. Una de esas veces, a principios de la década de los noventa, se salvó gracias al apoyo de la afición y a la intervención decidida del Cabildo. Sobraban los motivos para hacerlo. No se rescataba solo a un club deportivo, sino un sentimiento y un patrimonio inmaterial que acrisola una forma de ser, profunda y orgullosamente isleña, y que transfirió al fútbol los valores de Gran Canaria. Como señaló el dramaturgo británico J. B. Priestley, el fútbol es mucho más de lo que parece, igual que un violín es más que madera y tripa, y Hamlet o Galdós son algo más que papel y tinta. 

Finalmente, deseo recordar que los ‘templos’ del fútbol en los que ha vibrado la afición de la UD Las Palmas han sido y son instalaciones insulares. Fue el caso entre 1951 y 2003 del Estadio Insular y, a partir del entonces, del Estadio de Gran Canaria. Este último será sede del Mundial de 2030, una nueva puntada dentro de los logros históricos de esta isla, conseguida de nuevo a pesar del rechazo de quienes despreciaron nuestra candidatura por lejanía, insularidad y desconocimiento. 

Una vez más, Gran Canaria se abrió paso con los mismos arietes con los que derribó el muro que impedía su inclusión en el fútbol de élite nacional en 1949: unidad, firmeza, autoestima, conocimiento y modernidad. Por añadidura, Gran Canaria es un eslabón temporal y geográfico que encaja a la perfección en una cita entre tres continentes, con sedes en España, Portugal y Marruecos y partidos inaugurales en América del Sur. 

El Cabildo ha impulsado la ampliación y remodelación del Estadio de Gran Canaria, de modo que la UD y sus seguidores y seguidoras contarán en 2027 con uno de los mejores escenarios futbolísticos del Estado y la isla con un icono arquitectónico y cultural de primer orden. Una manera también de celebrar este 75 aniversario. Todo empezó en un arenal. Y termina donde lo hacen los sueños. En el infinito. 

El fútbol llegó en barco a Gran Canaria, donde desembarcó a finales del siglo XIX como un enigmático e inesperado pasajero. A falta de césped, su práctica se desenvolvió inicialmente sobre los arenales del viejo Hotel Metropole. Marineros ingleses y trabajadores de las compañías británicas corrían al caer la tarde tras un esférico al que daban patadas en un ir y venir que la población isleña contemplaba con mirada sorprendida y socarrona. 

Aquella efervescente sociedad insular no podía imaginar la dimensión que alcanzaría el ‘juego de la pelota’ como lienzo y extensión de su propia identidad. El desdén dio paso a un incipiente interés que se colaba tímidamente en el paisaje cotidiano, con minúsculas crónicas de prensa entre las notas culturales o los informes de las consecuencias de los brotes epidémicos en el tráfico marítimo.