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Assange, doce años de lucha contra un Lawfare de libro

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Julian Assange tenía 40 años cuando comenzó un periplo no elegido huyendo de la feroz guerra jurídica o Lawfare. Por aquel entonces no habíamos atinado a ponerle nombre a esa suerte de guerra híbrida que ejercen determinados poderes del estado valiéndose de la justicia y los medios de comunicación para desprestigiar o, directamente, invalidar, a adversarios políticos y activistas sociales.

No atinábamos a ponerle nombre, como a tantos otros abusos de poder hace doce años, en los que España despertaba a una indignación masiva contra el turnismo político, la corrupción y otras muchas causas, entre las que estuvo presente la lucha por la libertad de Assange, cuyo pecado había sido filtrar la información de 70.000 documentos que daban cuenta de la corrupción y abusos de poder de los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña.

Tanto el rostro del fundador de WikiLeaks como nuestra indignación han envejecido muy mal. Ambas se dieron de frente con férreos poderes adheridos a los mohosos tabiques de los acuerdos más profundos y oscuros de los estados modernos, que apenas dejan moverse a quien sugiera la defensa de la verdad, la paz, la igualdad o la justicia social.

Tras doce años de huída y encierro, Assange llegó a un acuerdo con el Departamento de Justicia de Estados Unidos, declarándose culpable de un delito relacionado con la filtración de documentos clasificados a cambio de una sentencia de 62 meses, lo que le deja en libertad. Un hombre que hoy tiene el rostro de una vida secuestrada, como solo secuestra el alma la privación de la libertad, acata en defensa propia esa lección tan feroz del neoliberalismo salvaje: que las ovejas admitan los delitos de los lobos a cambio de salir del corral.

Después de 1901 días encerrado en una celda de 2x3 metros, aislado 23 horas al día, podrá abrazar a sus hijos, a los que solo ha visto entre rejas y a su compañera, Stella Assange, que le ha seguido el pulso a cada uno de sus minutos de cautiverio y ha sido altavoz de la lucha internacional por su liberación.

En la página de X de Wikileaks, en un comunicado oficial, aseguran que “la libertad de Assange es la libertad de todos” y eso significa que su cautiverio ha sido también el nuestro, Assange obtiene su libertad y Estados Unidos un precedente que le sirve de chantaje y que es el culmen de un adiestramiento: “Mira lo que hacemos con quien dice la verdad”.. El de cómo se puede secuestrar una democracia, el derecho a la información y cortarle las alas al mensajero. No sé qué pensarán del mundo o del futuro los hijos pequeños de Assange, si que este mundo no tiene remedio y hay poderes estáticos que no se pueden derrotar o que su padre abrió un camino tan importante que cabreó a las principales potencias del mundo por la defensa de un ecosistema mediático sano y propicio para la garantía de la libertad y la paz. Nosotros, por nuestra parte, seguimos con el alma sentada en una plaza, pero horadando poco a poco los pies de barro del gigante.

Tan azaroso como inevitable es recordar hoy los versos de Marcos Ana, preso político del franquismo durante 23 años, al que le destrozaron la vida hasta el punto de tener que aprender a ser adolescente cuando obtuvo su libertad a los 42 años.

Yo no pido clemencia. Yo denuncio

al dictador cadáver que gobierna

la vida de los hombres con un hacha

y ahora quiere dejar para escarmiento

mi cabeza cortada en una pica.

Julian Assange tenía 40 años cuando comenzó un periplo no elegido huyendo de la feroz guerra jurídica o Lawfare. Por aquel entonces no habíamos atinado a ponerle nombre a esa suerte de guerra híbrida que ejercen determinados poderes del estado valiéndose de la justicia y los medios de comunicación para desprestigiar o, directamente, invalidar, a adversarios políticos y activistas sociales.

No atinábamos a ponerle nombre, como a tantos otros abusos de poder hace doce años, en los que España despertaba a una indignación masiva contra el turnismo político, la corrupción y otras muchas causas, entre las que estuvo presente la lucha por la libertad de Assange, cuyo pecado había sido filtrar la información de 70.000 documentos que daban cuenta de la corrupción y abusos de poder de los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña.