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Bendición y derechona

Que se sepa, no ha pasado nada tras esa confesión -va sin segundas- de Rivero. Cuando Leire Pajín le dio dimensión planetaria al anuncio de la entrevista entre Obama y Rodríguez Zapatero, llovieron chuzos de punta en las redacciones de los medios, escandalizadas por la hipérbole. No es por comparar pero en las de aquí no ha ocurrido nada: ni unos minutos de sirimiri, ni un rictus para una mísera columna, nadie se ha escandalizado, al menos. Lo que quiere decir que la boutade del presidente ha pasado inadvertida o nadie le ha otorgado el más mínimo valor por mucha copiosa divinidad que el término entrañe. Que nadie se asombre: también dijo ahí más atrás algo políticamente más serio, como que había que poner al día la Constitución, y salvo el portavoz parlamentario socialista, Hernández Spínola, nadie rechistó. Y eso que era muy fácil: es un contrasentido abogar por la actualización de la Cartamagna cuando por este territorio frágil y fragmentado -nunca mejor dicho- no se ha sido capaz de consensuar la revisión del Estatuto de Autonomía.

Pero hablar de bendición a estas alturas de la autonomía precisamente, desde una formación política que tomó el mando allá por 1993 y no lo quiere soltar diecisiete años después, resulta una exageración, una metáfora poco apropiada sólo disculpable desde la verborrea incontrolada de quien precisa enfatizar sin temor al empleo de la demagogia el día en que los fieles te elevan a los altares políticos.

Si el presidente intenta identificar los avances sociales y económicos de las islas como logros de su partido, que no olvide el papel poco lucido que ha interpretado en varios episodios del devenir político y, sobre todo, en ese recurso permanentemente tentador de dividir a los canarios o de enfrentarlos, en una táctica muy propia de los nacionalismos que necesitan de un enemigo o de un adversario de referencia para justificar su razón de ser y proseguir la escalada. Por esa razón, hay muchos claroscuros en esa bendición. Ya pudo, siquiera por modestia, decir que queda un montón de asignaturas pendientes pues tras encabezar algunas clasificaciones negativas, no parece que la bendición se haya extendido a eso que llaman el conjunto de la sociedad canaria.

No digamos si, en el mismo contexto, alude el presidente -candidato otra vez- a la “derechona”, vocablo con el que en este país, desde hace algunos años, cuando Aznar se instaló en La Moncloa y empezaron a lucir ribetes de autoritarismo y del más puro conservadurismo, se identifica al Partido Popular. Curiosamente, el partido con el que “la bendición” ha suscrito una alianza gubernamental en las Canarias de nuestros pecados. No importa, qué más da: se comparte mesa y mantel y se advierte -ya en el paroxismo de la verborrea, y como prueba del desmarque- que habrá que seguir luchando contra quienes creen muy poco en lo público y para aplicar criterios de justicia social -¡válganos el cielo-! en las políticas que haya que desarrollar.

Cuando disminuyó el fragor de la candidatura ganada, el presidente, el candidato, matizó sus palabras. Su socio, el responsable de economía y hacienda de su gobierno, ocupado en deshacer otros entuertos contables no menos enrevesados en la frontera de la financiación irregular, y a la sazón candidato de “la derechona”, había estado diestro y agudo en la mesurada y atinada réplica, descartando que haya querido desautorizar la política del ejecutivo en bienestar social, educación o empleo, atribuyendo a “la emoción incontrolada del momento” las frases del verbo de Rivero.

Pelillos a la mar, olvido de agravios y restablecimiento del trato societario, que para los meses que restan, es mejor no dar espectáculos.

Eso sí: las boutades van quedando registradas, aunque su valor, ya se sabe, es bastante efímero y no son garantía de coherencia. Por ejemplo: en Coalición Canaria están tomando nota de quienes no quieren pactar con el PP.

Que se sepa, no ha pasado nada tras esa confesión -va sin segundas- de Rivero. Cuando Leire Pajín le dio dimensión planetaria al anuncio de la entrevista entre Obama y Rodríguez Zapatero, llovieron chuzos de punta en las redacciones de los medios, escandalizadas por la hipérbole. No es por comparar pero en las de aquí no ha ocurrido nada: ni unos minutos de sirimiri, ni un rictus para una mísera columna, nadie se ha escandalizado, al menos. Lo que quiere decir que la boutade del presidente ha pasado inadvertida o nadie le ha otorgado el más mínimo valor por mucha copiosa divinidad que el término entrañe. Que nadie se asombre: también dijo ahí más atrás algo políticamente más serio, como que había que poner al día la Constitución, y salvo el portavoz parlamentario socialista, Hernández Spínola, nadie rechistó. Y eso que era muy fácil: es un contrasentido abogar por la actualización de la Cartamagna cuando por este territorio frágil y fragmentado -nunca mejor dicho- no se ha sido capaz de consensuar la revisión del Estatuto de Autonomía.

Pero hablar de bendición a estas alturas de la autonomía precisamente, desde una formación política que tomó el mando allá por 1993 y no lo quiere soltar diecisiete años después, resulta una exageración, una metáfora poco apropiada sólo disculpable desde la verborrea incontrolada de quien precisa enfatizar sin temor al empleo de la demagogia el día en que los fieles te elevan a los altares políticos.