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Café en el campo

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A la derechona le gusta mucho el dinero y su línea política se traduce siempre en euros. Por eso ayer el PP y Junts unieron sus votos para salvar a las grandes empresas energéticas del país de pagar los impuestos que propugna el Gobierno. Su patriotismo es de hojalata porque sienten una enfermiza atracción por el dinero, ese vil metal.

El bolsillo es fundamental para ellos y por eso lo tienen cosido hasta en las camisetas de sport fino. Económica y fiscalmente la derecha española y la catalana se quieren hoy más que ayer pero menos que mañana. Eso dice la leyenda de las medallas de oro que se cuelgan al cuello. 

Sin embargo, territorial y constitucionalmente estas dos derechas se repelen como polos iguales a la vez que se atraen como polos opuestos. Está en la historia de amor-odio entre Feijóo y Puigdemont. Les sobra tiempo para repartirse el botín. Otra cosa son los derechos democráticos básicos, a los que no le dan importancia y se los pasan continuamente por el arco del triunfo.

El PP cree firmemente en las declaraciones de Aldama porque el delincuente confeso acusa en ellas a dirigentes socialistas. Aldama tiene para la derecha un crédito ilimitado y por eso asegura que lo que diga este comisionista y presunto corrupto va a misa. París bien vale una misa pero Madrid vale por dos porque incluye también a Barcelona.

La desesperación del PP por volver al gobierno nacional se refleja en la necesidad de creer a un delincuente si eso le sirve para alcanzar de nuevo el poder. La palabra de Aldama vale una higa pero el PP la eleva a un potosí. Se repite la historia en todos los asuntos nacionales de cierta trascendencia. 

No hace tanto tiempo el PP valoraba positivamente las declaraciones de presos terroristas, aunque solo cuando acusaban al PSOE. Con Aldama ocurre algo parecido: le creen por absoluta desesperación y por necesidad de supervivencia, siempre y cuando les sirva para derrocar a Pedro Sánchez.

Feijóo en tan solo unos días ha pasado de denominar delincuente, inmoral, anticonstitucional y golpista a Puigdemont a llamarlo hombre respetable y consecuente que siempre cumple su palabra. Entre unas calificaciones y otras han pasado unos pocos días pero para Feijóo es como si fueran siglos ya que cada vez ve más lejos su investidura y su entrada triunfal en el Palacio de la Moncloa. 

Para volver al poder nacional necesitaría una mayoría absoluta de su partido porque será imposible poner de acuerdo a Vox y Junts. Incluso esta semana, en la cena navideña de su partido, Feijóo se ha permitido afirmar que está aprendiendo a hablar catalán, no sé si en la intimidad, como Aznar, o simplemente para leer a Josep Pla en sus noches de insomnio matritense. En la mesa de noche siempre cabe un libro, además del rosario de su madre. 

En Canarias estamos esperando ávidamente las pruebas que asegura tener Aldama con la misma impaciencia que aguardamos desde hace más de un año que el Gobierno de Canarias baje el IGIC. Las dos cosas fueron anunciadas con una gran tamborada acompañada de pompa y estrépito, aunque ambas son más que improbables. Es más fácil que llueva café en el campo. 

A la derechona le gusta mucho el dinero y su línea política se traduce siempre en euros. Por eso ayer el PP y Junts unieron sus votos para salvar a las grandes empresas energéticas del país de pagar los impuestos que propugna el Gobierno. Su patriotismo es de hojalata porque sienten una enfermiza atracción por el dinero, ese vil metal.

El bolsillo es fundamental para ellos y por eso lo tienen cosido hasta en las camisetas de sport fino. Económica y fiscalmente la derecha española y la catalana se quieren hoy más que ayer pero menos que mañana. Eso dice la leyenda de las medallas de oro que se cuelgan al cuello.