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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Los caídos

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De infante, uno tiende mucho a la literalidad de las cosas. Las metáforas no existen y las novelas se viven como algo cierto durante esas lecturas compulsivas en el salón de casa, en la cama –a veces con linterna. Por eso, cada vez que escuchaba o leía aquello de “caídos por Dios y por España” imaginaba a personas que se habían caído, por las calles, en las escaleras, en el baño de su casa, ¡qué sé yo! Desconocía el dolor y el drama que escondía aquella expresión, aunque para mí ya era bastante tragedia tanta gente tropezando y cayendo por todas partes. 

Durante la oprobiosa solo se homenajeaba a un tipo de caídos, claro, los de los que habían ganado la guerra incivil. Después hubo transición, silencio y, en especial, mucha generosidad de todas partes para poder construir una democracia y vivir en paz. El terrorismo asoló e intentó boicotearlo con sus más de ochocientos asesinatos. Pero se acabó con él. 

Mas hubo otras víctimas, menores en número pero también personas caídas. Como dijo un sabio, “la transición se hizo como se pudo”. Ya casi todo es historia, escrita y por escribir. Y así lo hace el estudioso David Ballester en su libro reciente “Las otras víctimas. La violencia policial durante la Transición (1975-1982)” (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2022) Durante ese periodo, ciento treinta y cuatro personas cayeron víctimas de las todavía fuerzas de orden público por el “gatillo fácil”, la represión en la calle o la tortura. El libro de Ballester está escrito con rigor y precisión historiográfica, y pienso que es muy útil para nuestra memoria a veces desmemoriada. 

Una de aquellas víctimas “tropezó”, el 12 de diciembre de 1977, con los tiros de la Guardia Civil en la Universidad de La Laguna, durante una manifestación: Javier Fernández Quesada, estudiante grancanario, que prácticamente se murió en los brazos del actual Vicepresidente del Gobierno de Canarias, Román Rodríguez, a la sazón estudiante de medicina. Como escribió Luis Cernuda, “recuérdalo tú y recuérdalo a otros”, sin aspavientos. En el día de la “fiesta nacional de España”, en la que se homenajea a los caídos, he querido recordar a unos cuantos sobre los que no suele decirse casi nada.

De infante, uno tiende mucho a la literalidad de las cosas. Las metáforas no existen y las novelas se viven como algo cierto durante esas lecturas compulsivas en el salón de casa, en la cama –a veces con linterna. Por eso, cada vez que escuchaba o leía aquello de “caídos por Dios y por España” imaginaba a personas que se habían caído, por las calles, en las escaleras, en el baño de su casa, ¡qué sé yo! Desconocía el dolor y el drama que escondía aquella expresión, aunque para mí ya era bastante tragedia tanta gente tropezando y cayendo por todas partes. 

Durante la oprobiosa solo se homenajeaba a un tipo de caídos, claro, los de los que habían ganado la guerra incivil. Después hubo transición, silencio y, en especial, mucha generosidad de todas partes para poder construir una democracia y vivir en paz. El terrorismo asoló e intentó boicotearlo con sus más de ochocientos asesinatos. Pero se acabó con él.