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Calendario

Zapatero –y mucho que lo siento- ha demostrado ser un pésimo futurólogo, aunque un buen encajador. Dos días antes del siniestro suceso de Barajas, el presidente profetizaba que, dentro de un año, estaríamos mejor, refiriéndose al proceso de pacificación que, ahora, ha entrado en punto muerto, si no se ha ido a la puñeta definitivamente, que es lo más probable. Pero, entraba en enero dando marcha atrás y afirmando, sin pestañear, que ''hoy estamos mucho peor que ayer''. A veces, la sinceridad no es una virtud. Viene impuesta por la realidad de las circunstancias.Estrenamos calendario, pero el célebre proceso carecía de él. O, por lo menos, los ciudadanos nunca supimos de su existencia. Más que pensando en fechas, obligándose a etapas y fijando objetivos concretos, el Gobierno parecía moverse por intuiciones, tanteos, pálpitos, sensaciones y buenos deseos que iban dándose de tortas con las noticias que se iban desgranando en torno a las actividades de los etarras y al radical resurgimiento de la kale borroka en el País Vasco. A los calendarios pacificadores –incluso a los contrapacificadores, o sea, a los belicistas- se les llama últimamente, hojas de ruta. Y nunca se nos explicó cuál era la hoja de ruta del Ejecutivo en relación con la meta más importante y trascendental que se había fijado su presidente. En cualquier caso, algo falló. El terrorismo no es justificable bajo ningún concepto, por supuesto, pero la ruptura de la tregua por parte de ETA sí que ha de tener alguna explicación. Y esa explicación, por más que a uno se le escape personalmente, debe estar relacionada con la marcha –o, tal vez, el empantanamiento- de las negociaciones entre el Gobierno y los representantes de los terroristas (buscaba un eufemismo, pero, ¿para qué?). Hemos salido, pues, del año 2006 con mal pie y la experiencia oscurece las esperanzas puestas en éste por el que comenzamos a avanzar entre atónitos y desesperanzados, por mucho que la esperanza sea lo último que se pierde. A pesar de todos los optimismos en el porvenir expresados por Zapatero (horas antes de lo ocurrido en la T-4), continúa siendo válida la clásica sentencia de que el futuro no acostumbra a enviarnos heraldos. Y los heraldos de la muerte, la violencia y la destrucción llegan siempre desde un pasado que no sabemos o no podemos superar. José H. Chela

Zapatero –y mucho que lo siento- ha demostrado ser un pésimo futurólogo, aunque un buen encajador. Dos días antes del siniestro suceso de Barajas, el presidente profetizaba que, dentro de un año, estaríamos mejor, refiriéndose al proceso de pacificación que, ahora, ha entrado en punto muerto, si no se ha ido a la puñeta definitivamente, que es lo más probable. Pero, entraba en enero dando marcha atrás y afirmando, sin pestañear, que ''hoy estamos mucho peor que ayer''. A veces, la sinceridad no es una virtud. Viene impuesta por la realidad de las circunstancias.Estrenamos calendario, pero el célebre proceso carecía de él. O, por lo menos, los ciudadanos nunca supimos de su existencia. Más que pensando en fechas, obligándose a etapas y fijando objetivos concretos, el Gobierno parecía moverse por intuiciones, tanteos, pálpitos, sensaciones y buenos deseos que iban dándose de tortas con las noticias que se iban desgranando en torno a las actividades de los etarras y al radical resurgimiento de la kale borroka en el País Vasco. A los calendarios pacificadores –incluso a los contrapacificadores, o sea, a los belicistas- se les llama últimamente, hojas de ruta. Y nunca se nos explicó cuál era la hoja de ruta del Ejecutivo en relación con la meta más importante y trascendental que se había fijado su presidente. En cualquier caso, algo falló. El terrorismo no es justificable bajo ningún concepto, por supuesto, pero la ruptura de la tregua por parte de ETA sí que ha de tener alguna explicación. Y esa explicación, por más que a uno se le escape personalmente, debe estar relacionada con la marcha –o, tal vez, el empantanamiento- de las negociaciones entre el Gobierno y los representantes de los terroristas (buscaba un eufemismo, pero, ¿para qué?). Hemos salido, pues, del año 2006 con mal pie y la experiencia oscurece las esperanzas puestas en éste por el que comenzamos a avanzar entre atónitos y desesperanzados, por mucho que la esperanza sea lo último que se pierde. A pesar de todos los optimismos en el porvenir expresados por Zapatero (horas antes de lo ocurrido en la T-4), continúa siendo válida la clásica sentencia de que el futuro no acostumbra a enviarnos heraldos. Y los heraldos de la muerte, la violencia y la destrucción llegan siempre desde un pasado que no sabemos o no podemos superar. José H. Chela