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Canary Wharf: el muelle de los canarios

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Navegando hacia la desembocadura del Támesis, algo que muchos desconocen y que les recomiendo, se dibuja un horizonte de modernos y espectaculares rascacielos que se conoce con el nombre de Canary Wharf.

Me consta que muchos españoles que visitan la ciudad saben que tiene algo que ver con nuestras islas y erróneamente lo vinculan con los vinos, pero no es así. Esta es su breve historia.

La zona que ocupa el Canary Wharf inicia su desarrollo en 1802 en un tiempo en el que el río Támesis era excesivamente ancho y lento en su caudal, además de sinuoso. Eso era algo que no ayudaba nada a los navíos que por cientos debían atracar en sus riberas, entorpeciéndose unos a otros tratando de dejar sus mercancías lo más cerca del centro de la ciudad.

Para ordenar el tráfico y los atraques se empezó a vaciar una zona próxima al río conocida como la Isla de los Perros (realmente es una península), creando en esta unos lagos que llenaba el río, dotados de muelles artificiales longilíneos (West Indian Docks). Estos ya sí que podían recibir a los grandes navíos de las compañías que operaban con las Indias Occidentales, es decir, la América inglesa o Norteamérica, al tiempo que se liberaba al río del colapso.

Durante el siglo XIX aquellos muelles operaron perfectamente y tanto con los navíos a vela como con los vapores a partir de la década de 1830 resolvieron el problema del abastecimiento de la ciudad.

Dejando atrás esa época y durante las primeras décadas del siglo XX estos muelles se fueron reformando y adaptándose a los nuevos tiempos. Los vapores dejaron paso a los navíos diésel y a una nueva era del transporte. En 1937 la Autoridad Portuaria de Londres (PLA) acometió obras por valor de 12 millones de libras para mejorar los muelles con nuevas grúas y edificios modernos.

Por entonces, la empresa canaria Fred. Olsen & Co. llevaba barcos con fruta a la ciudad y se implicó junto con las principales asociaciones de productores agrícolas de Canarias para tratar de disponer de un gran inmueble, destinado en exclusiva a almacenar plátanos y tomates de Canarias y, en menor medida, del Mediterráneo. Ese edificio, operando conjuntamente con modernas grúas de descarga, acelerarían los tiempos de descarga y abaratarían los costes portuarios.

El edificio previsto tenía 128 metros de largo y 36,5 de ancho y dos plantas con un cerramiento de ladrillo rojo cuyo costo ascendió a 100.000 libras (5 millones de pesetas de la época). La planta baja estaba destinada para el tránsito, como lo vemos en cualquier empaquetado, y el piso superior, para el almacenamiento. Frente a este el atraque estaba especialmente diseñado para ser tan largo como un buque de 10.000 toneladas.

Fue tal el éxito de la inversión y el trasiego de barcos desde Canarias que muy pronto todo aquello empezó a conocerse como “el Muelle de los Canarios”: el Canary Wharf.

Durante la II Guerra Mundial esa zona fue castigada con intensos bombardeos y gran parte de ellos quedaron inservibles, además de obsoletos, frente al sistema actual de contenedores.

El río londinense poco a poco dejaba de ser un puerto comercial. El tráfico de contenedores ya no hacía necesario llegar hasta el centro de la ciudad, motivando que la ciudad perdiera su consideración de puerto.

Tras una larga de decadencia en la década de los ochenta, Margaret Thacher relanzó la zona para el desarrollo del sector financiero en una ubicación alternativa a la City londinense. Ahora, ya supera a la City en rascacielos e inversión y es uno de los grandes polos de inversión de la ciudad que emplean las principales empresas financieras para sus negocios a escala mundial.

Navegando hacia la desembocadura del Támesis, algo que muchos desconocen y que les recomiendo, se dibuja un horizonte de modernos y espectaculares rascacielos que se conoce con el nombre de Canary Wharf.

Me consta que muchos españoles que visitan la ciudad saben que tiene algo que ver con nuestras islas y erróneamente lo vinculan con los vinos, pero no es así. Esta es su breve historia.