El Capitán “A posteriori”

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Se dice que la profesión de economista es básica para predecir el pasado. De hecho, se puede explicar perfectamente qué es lo que se dijo que iba a ocurrir y por qué no ocurrió. No obstante, no es monopólica dicha sensación de una sola ocupación. La meteorología también peca muchas veces de lo mismo, cuando se dice que va a llover y realmente el sol es capaz de freír un huevo en el asfalto. Bromas aparte, lo que sí es cierto es que aparecen personas capaces de explicar por qué no sucedió lo que se había dicho que iba a suceder. De hecho, se mira hacia el pasado revelando una proyección hacia el pretérito, con el mismo conocimiento, idénticas experiencias y análogas expectativas que las que hoy tienen, intentando explicar con herramientas inadecuadas momentos diferentes de la historia.

Realmente no se está hablando de profecías, pero es cierto que siempre se ha creído que se tenía la destreza de asegurar el futuro. De hecho, lo que iba a ocurrir estaba ya escrito, suele decirse. Bastaba con buscar en textos sagrados o en señales que la naturaleza ofrecía para ajustar dicha interpretación al acontecimiento. Sin embargo, cuando los resultados no fueron los esperados se reexplicaba la historia, corriendo el riesgo de aferrarse a las predicciones incluso después de que surja alguna evidencia contraria. En estos casos, la supuesta inteligencia anticipatoria para imponer la seguridad preventiva carece de base científica, dependiendo más de los ojos que la contemplan que de una modelización consecuente, ya no solo con lo que va a suceder, sino con lo que se pretende que suceda, teniendo en cuenta que el problema consiste en que la predicción confiere una cierta capacidad de prescripción donde los datos analizados están plagados de desigualdades, reforzando dichas desigualdades mediante previsiones supuestamente normativas. Es decir, ajustar la realidad al modelo.

Explicar el pasado a través del planteamiento de nuevas preguntas a los mismos procesos es parte de la función social de la historia. De hecho, cada generación vuelve a escribirla, aunque eso no significa que las interpretaciones anteriores sean erróneas o poco fiables, habida cuenta que continuamente cambia la explicación de los hechos. La reinterpretación de la historia obedece a las necesidades del presente y toma en cuenta los efectos de los acontecimientos del pasado porque toda construcción histórica depende de los criterios utilizados, y ahí es donde se determina y considera qué es lo importante y qué no. Estas reflexiones no intentan sino contrastar el uso de la improvisación a la hora de establecer dogmas. De hecho, la COVID-19 nos impuso un modo de vida y unas prescripciones facultativas aparentemente fruto de la investigación. Pero lo que nunca se nos dijo es que dicha investigación se estaba lidiando en un cuarto oscuro sin ventanas. Por ello se nos dijo lo que se nos dijo y, pasado el tiempo, se justifican las decisiones sin que los resultados hayan sido totalmente satisfactorios. Siguiendo con el virus, los diferentes refuerzos en materia de vacunación, el uso errático de las mascarillas, las recomendaciones que se convirtieron en obligaciones (y viceversa) no hicieron sino sembrar la desconfianza social. La búsqueda de patrones para convertirlos en reglas de la predicción de eventos futuros significa que el único saber que producen tiene que ver con el pasado. De hecho, todo lo que se puede pronosticar está ya de alguna manera anticipado, ofreciendo un peligroso círculo vicioso, haciendo que partes de la sociedad se vean afectadas por medidas que se adoptan en función de pronósticos basados en el pasado y en colectivos. Y ahí empiezan los sesgos y, por lo tanto, las injusticias. En fin…