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Carbón dulce y cuernos de reno

Es la tremenda fiesta del consumismo navideño en que nos gastamos lo que tenemos y lo que no. Unos, por aquello de que les quiten lo bailado una vez de vuelta a la realidad; otros, por razones de prestigio y apariencia social, que los hay; los de más allá, para no desaprovechar este tiempo de legitimación de cualquier exceso en el comercio y el bebercio. Todo bien jaleado, a cualquier hora, por la publicidad y los malditos villancicos, sin parar la megafonía de los centros comerciales, de los supermercados y hasta de la tienda de Juanito, el de la esquina.Precisamente que el Juanito de mi cuento haya entrado en la dinámica del villancico y los zambombazos, nunca mejor dicho, ha hecho que los establecimientos de mayor enjundia procuren marcar distancias. Y así, el sábado pasado, me encontré, además del consabido y beben los peces en el río, con que el jefe de cierto supermercado le había encasquetado a los empleados y empleadas unos cuernos de reno de fieltro rojo. No estaban obligados a ponérselos, me dijo bajito una dependienta, pero el empleo es lo bastante precario para rechazar el adminículo hortera y no complacer al encargado autor de la ocurrencia, que lucía discreto gorrito de Papa Noel para dejar claro su rango de conductor de renos. Son días de alegría oficial porque volverá a nacer el Niño Dios, no sé si se acuerdan. Y de incertidumbre, no respecto a lo que habrá de pagarse cuando acabe todo, que en eso sólo reparan los aguafiestas, sino en decisiones como la de a ver qué coño le regalo yo a éste/a. Porque encontrar inutilidades que regalar es arte de iniciados. Todos tienen de todo; si exceptuamos, por supuesto, a los que no tienen nada y por eso nadie les regala ni cuentan en la fiesta. Para qué.Se han perdido incluso las tradiciones navideñas y de Reyes. A éstos los ha desplazado Papa Noel y de poco vale ya amenazar a los niños de que los Reyes les traerán carbón si se portan mal. Servía, sí, en lo antiguo, para que se estuvieran quietos un rato; pero hoy no porque el carbón viene dentro de artísticos saquitos y dejó de ser castigo. Un carbón dulce, que se come, carece de capacidad intimidatoria porque a los críos les gusta. No sé adonde vamos a llegar si ya no se respeta ni al carbón.

Es la tremenda fiesta del consumismo navideño en que nos gastamos lo que tenemos y lo que no. Unos, por aquello de que les quiten lo bailado una vez de vuelta a la realidad; otros, por razones de prestigio y apariencia social, que los hay; los de más allá, para no desaprovechar este tiempo de legitimación de cualquier exceso en el comercio y el bebercio. Todo bien jaleado, a cualquier hora, por la publicidad y los malditos villancicos, sin parar la megafonía de los centros comerciales, de los supermercados y hasta de la tienda de Juanito, el de la esquina.Precisamente que el Juanito de mi cuento haya entrado en la dinámica del villancico y los zambombazos, nunca mejor dicho, ha hecho que los establecimientos de mayor enjundia procuren marcar distancias. Y así, el sábado pasado, me encontré, además del consabido y beben los peces en el río, con que el jefe de cierto supermercado le había encasquetado a los empleados y empleadas unos cuernos de reno de fieltro rojo. No estaban obligados a ponérselos, me dijo bajito una dependienta, pero el empleo es lo bastante precario para rechazar el adminículo hortera y no complacer al encargado autor de la ocurrencia, que lucía discreto gorrito de Papa Noel para dejar claro su rango de conductor de renos. Son días de alegría oficial porque volverá a nacer el Niño Dios, no sé si se acuerdan. Y de incertidumbre, no respecto a lo que habrá de pagarse cuando acabe todo, que en eso sólo reparan los aguafiestas, sino en decisiones como la de a ver qué coño le regalo yo a éste/a. Porque encontrar inutilidades que regalar es arte de iniciados. Todos tienen de todo; si exceptuamos, por supuesto, a los que no tienen nada y por eso nadie les regala ni cuentan en la fiesta. Para qué.Se han perdido incluso las tradiciones navideñas y de Reyes. A éstos los ha desplazado Papa Noel y de poco vale ya amenazar a los niños de que los Reyes les traerán carbón si se portan mal. Servía, sí, en lo antiguo, para que se estuvieran quietos un rato; pero hoy no porque el carbón viene dentro de artísticos saquitos y dejó de ser castigo. Un carbón dulce, que se come, carece de capacidad intimidatoria porque a los críos les gusta. No sé adonde vamos a llegar si ya no se respeta ni al carbón.