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El caso de Gisèle: cuando las víctimas se revuelven contra el destino

Las Palmas de Gran Canaria —

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No es obligatorio ser un héroe o una heroína después de ser víctima, porque la sociedad contrae con ellas una deuda y no al revés, pero hay gente, gente imprescindible, que trasciende su contexto y su dolor para quitar del camino del resto unas cuantas piedras para que las demás no tropecemos o lo veamos más claro.

Lo está haciendo ahora Gisèle Pélicot, que da la cara ante el mundo en la semana que empieza el macrojuicio contra el que mientras fue su marido la drogó durante diez años para que hasta 51 hombres (que sepamos de momento), la violaran.

Ella ha decidido decidir después de haber sido privada de ello durante tantos años y trasciende a su dolor y quiere que la causa judicial sea pública para que todo el mundo vea la cara de los violadores, para que, en palabras de Pélicot, “la vergüenza cambie de bando”.

Una espera cualquier cosa de los hijos sanos del patriarcado, pero es difícil encontrar un caso que aúne todo lo que está mal en la violencia machista estructural. Una no esperaba ver una cola de violadores esperando para entrar al Juzgado, porque piensa en todos los que faltan en la cola.

Hay personas que estaban llamadas a tener una vida en paz. Que quisieron haber podido tomar la decisión de que su vida y su nombre nunca trascendieran más allá de su barrio y sus vecinos. Rosa Parks hubiera querido solo ser pasajera; las madres de la Plaza de Mayo ser solo madres y abrazar a sus hijos o saber si están vivos, los afectados por las Hipotecas, que fundaron la PAH, solo querían que su derecho constitucional a tener una vivienda se cumpliera. Pero se echaron al camino de tierra, y no tenían por qué.

Y sin tener por qué, así se conquistan los derechos, y así se imprimen en el BOE. Sería justo terminar con los versos de un poeta al que nadie preguntó no solo qué quería ser de mayor, sino si quería ser mayor, hasta el punto de que cuando salió de la cárcel franquista, se comportaba en algunos aspectos de la vida como el día en que entró, más de veinte años antes, como un niño al que secuestraron el brillo de la mirada y sin rencor dijo: “Y no basta decir ”alma, no llores“, si ves un corazón que va dejando la vida entre profundos desgarrones”.

No es obligatorio ser un héroe o una heroína después de ser víctima, porque la sociedad contrae con ellas una deuda y no al revés, pero hay gente, gente imprescindible, que trasciende su contexto y su dolor para quitar del camino del resto unas cuantas piedras para que las demás no tropecemos o lo veamos más claro.

Lo está haciendo ahora Gisèle Pélicot, que da la cara ante el mundo en la semana que empieza el macrojuicio contra el que mientras fue su marido la drogó durante diez años para que hasta 51 hombres (que sepamos de momento), la violaran.