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Casualidad y causalidad

Lo casual fue que los tres socios públicos de Megaturbinas estuvieran controlados directamente por Soria: el Cabildo, en la medida que lo presidía él mismo con mayoría; la Consejería de Industria, por cuanto la regentaba su hermano Luis; y la Autoridad Portuaria, porque había puesto al frente a su fiel Arnáiz. Fíjense si fueron casuales las circunstancias que Soria, a pesar de su natural mandón y autoritario desabrido, juró no haberse interesado por la marcha de este asunto, ni, por tanto, ordenado, qué va, la retirada de Megaturbinas del concurso con la recomendación a esta empresa de pasarle información a la de Esquivel, creada ad hoc; casualmente. Sin embargo, Larry Álvarez dijo que era de sus temas de conversación con Soria. De forma casual, debo insistir.

A este bloque de casualidades se añade la del olvido de anotar en los libros de Atlantic Building, la empresa de Esquivel que se ocupa de los arrendamientos de sus inmuebles, los pagos de Soria por el uso del chalet. Los asumía personalmente el propietario. Bueno, no personalmente sino dejando ese cuidado a las respectivas esposas. Así, la señora de Soria iba todos los meses, cual abnegada madre de posguerra con el importe anudado en un pañuelo, a pagarle el alquiler a la de Esquivel, que se reservaba ese dinero para gastos de la casa. Nada ilegal, vaya por delante, y muy acorde con la acreditada pasión soriana por el cash; aunque llame la atención que un político en activo, hoy el consejero que nos vigila a todos en lo bueno y en lo fiscal, tolere semejante descontrol en su entorno. No es ilegal pero está feo, oye.

Se trata casualidades expansivas, como la mala hierba. Así, Luis Soria coincidió en Magdeburgo a Esquivel y juntos fueron a visitar con el embullito una fábrica de turbinas en fechas anteriores a la de celebración del concurso. Ahora, en sede judicial, ha reconocido el hermanísimo que se habían citado, lo que, ya ven, rompe la teoría de las casualidades; a la que vuelve la casual celebración de un contrato entre la Autoridad Portuaria y Esquivel por la que la primera pagaría al segundo cierta cantidad, caso de no ganar el concurso. El acuerdo fue anulado por lesivo para los intereses públicos.

Casualidad aneja fue la absolución de Francisco Cabrera, consejero que fuera de Megaturbinas, del terrible delito de acusar a Soria de imponer a la empresa la retirada del concurso. Lo dijo en la comisión parlamentaria de investigación y Soria se subió a las vigas del techo y lo amenazó con una querella. Una de las pocas veces que ha cumplido lo prometido y Cabrera fue al banquillo. Su absolución, al comprobar la sala que no mintió, no tuvo consecuencias para Soria, de lo que se deduce que la verdad importa menos que el tamaño del poderoso.

Considerando todas estas circunstancias casuales, cabría alegar aquello tan antiguo de que líquido, blanco y en botella es leche. Aunque sólo sea para fundamentar la sospecha de que el tetrabrik, de uso común hoy y que impide ver el contenido del envase, lo inventó algún político.

Podría extenderme en casualidades. Pero no es necesario porque ya Soria ha demostrado de sobra cuan equivocados están los periodistas que creen en que las casualidades no existen. Se trata de una regla de oro del oficio originada por alguna errata; quizá un salto de letras de modo que donde se dice de la inexistencia de “casualidades”, debería decirse que las realmente inexistentes son las “causalidades”; como acaban de establecer varios autos judiciales de archivo de causas sorianas. No hay relación de causalidad, sino mera casualidad, entre el viaje al salmón y lo de Anfi; ni entre la grabación ilegal a Benítez Cambreleng y el reportaje de Época. Total, que Carlos Sosa y Francisco Chavanel cometieron el mismo error de aquel preso que decía estar en la cárcel por una letra: le encargaron una estufa e hizo una estafa. Y dice Soria que eso se paga con cárcel y una indemnización que le resarzan del dinero que pierde por su dedicación a la política. Un sacrificio que no nos merecemos.

Lo casual fue que los tres socios públicos de Megaturbinas estuvieran controlados directamente por Soria: el Cabildo, en la medida que lo presidía él mismo con mayoría; la Consejería de Industria, por cuanto la regentaba su hermano Luis; y la Autoridad Portuaria, porque había puesto al frente a su fiel Arnáiz. Fíjense si fueron casuales las circunstancias que Soria, a pesar de su natural mandón y autoritario desabrido, juró no haberse interesado por la marcha de este asunto, ni, por tanto, ordenado, qué va, la retirada de Megaturbinas del concurso con la recomendación a esta empresa de pasarle información a la de Esquivel, creada ad hoc; casualmente. Sin embargo, Larry Álvarez dijo que era de sus temas de conversación con Soria. De forma casual, debo insistir.

A este bloque de casualidades se añade la del olvido de anotar en los libros de Atlantic Building, la empresa de Esquivel que se ocupa de los arrendamientos de sus inmuebles, los pagos de Soria por el uso del chalet. Los asumía personalmente el propietario. Bueno, no personalmente sino dejando ese cuidado a las respectivas esposas. Así, la señora de Soria iba todos los meses, cual abnegada madre de posguerra con el importe anudado en un pañuelo, a pagarle el alquiler a la de Esquivel, que se reservaba ese dinero para gastos de la casa. Nada ilegal, vaya por delante, y muy acorde con la acreditada pasión soriana por el cash; aunque llame la atención que un político en activo, hoy el consejero que nos vigila a todos en lo bueno y en lo fiscal, tolere semejante descontrol en su entorno. No es ilegal pero está feo, oye.