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¿Catástrofe natural?

Desde luego, eso no lo discuto, es un desastre que afecta a nuestra ya machacada naturaleza, la misma que hemos sometido a una durísima y constante prueba desde la conquista hasta hoy, en la que buena parte de nuestros bosques pasó, para siempre, a la historia, casi siempre por humana intervención; en la que hemos dilapidado parte de nuestro territorio, en las últimas décadas especialmente en las zonas costeras, y no precisamente producto de la erosión.Se trata, en esta ocasión, de unos incendios de enormes dimensiones que dejaron completamente calcinadas buena parte de nuestra masa forestal y puesto en peligro de extinción a algunas especies de aves. En ese sentido, lo entiendo, completamente natural el desastre.Pero sólo hasta ahí. En primer lugar, porque todo apunta a que, al menos en el caso de Gran Canaria, fue obra humana el encendido de los fósforos imprescindibles para que el fuego iniciara su destructivo e imparable camino, por quítame allá un contrato. Tremenda irresponsabilidad criminal la de quien por asegurarse unos meses más de empleo pone en peligro la vida de miles de personas y convierte a media isla en cenizas, con efectos sobre la naturaleza que durarán décadas, además de los costos económicos y sociales de todo lo arrasado por el fuego esta larga semana, no sólo masa forestal sino también viviendas y cultivos. Todo el peso de la ley debe caer sobre este ciudadano que, aunque seguramente no midió las consecuencias de su acción, esa falta de calibración no lo exime de nada.Pero más allá de la concreta actuación de este despreciable individuo, con todas las presunciones que quieran ponerle, se encuentra, también, la incapacidad de las administraciones públicas para diseñar planes adecuados para dar respuesta a fenómenos como este. Y que no se solventan, disiento por completo de los ecologistas de Ben Magec, con la salvadora movilización de voluntarios, como plantearon/exigieron algunos de sus portavoces. Un hecho que supondría, en mi opinión, entorpecer las ya de por sí complicadas tareas -que por su complejidad y peligro deben estar profesionalizadas al máximo- y significaría, posiblemente también, abrir una larga lista de in-voluntarias víctimas mortales.Y tampoco cabe sembrar la duda de manera tan sutil como ruin, como ha hecho Joaquín Reina, coordinador de Medio Natural de Ecologistas en Acción, al afirmar: “No queremos pensar que el motivo del retraso en la activación de esos niveles es que el mando pasaría a una administración territorial distinta y de signo político diferente. No tenemos datos para afirmarlo, pero no sería la primera vez que ocurriese. Lo único que decimos es que el nivel 3 se tendría que haber activado hace ya algunos días”. Reina tira la piedra, al tiempo que esconde la mano, al realizar, casi sin querer, una gravísima acusación con muy escaso sustento. El rigor no puede estar reñido con la ecología.¿Existían políticas preventivas? ¿Se trabajó antes del comienzo del verano, la época de mayor riesgo, para minimizar los riesgos? ¿O desde hace tiempo se estaban generando las condiciones para que, de darse determinadas circunstancias, por obra humana, o por condiciones climatológicas concretas, todo ardiera rápida e incontroladamente? ¿Contamos con los planes de seguridad integral que contemplen estas situaciones, con la cadena de mandos para enfrentarse a ellas desde la mayor eficacia? ¿Disponemos de los efectivos humanos y materiales necesarios? ¿Se adaptan estos a nuestras peculiaridades geográficas y a nuestra fragmentación territorial? ¿Tiene algo que ver con lo sucedido el abandono del sector primario, dejado de lado en aras de la modernidad y el progreso?En las respuestas a esas preguntas pueden estar algunas de las claves para considerar si estamos, efectivamente, ante una gravísima catástrofe natural o, por el contrario, nos encontramos ante la consecuencia inevitable de la chapuza del ser humano, esa que nos está llevando a pasos agigantados a la destrucción del Planeta. Afirma el filósofo Eduardo Subirats, “las catástrofes naturales no existen. Ni existe una naturaleza independiente de la naturaleza humana”.Me planteo esos interrogantes tras estas aciagas jornadas con el sincero ánimo de avanzar, de superar el tremendo dolor del irreparable daño causado a las islas y a su medio ambiente, el dolor que hoy compartimos los ciudadanos y las ciudadanas de toda Canarias. Y con la esperanza de que nunca, nunca, vuelva a repetirse en el futuro esta catástrofe, coincidirán conmigo, mucho más humana que natural. Enrique Bethencourt

Desde luego, eso no lo discuto, es un desastre que afecta a nuestra ya machacada naturaleza, la misma que hemos sometido a una durísima y constante prueba desde la conquista hasta hoy, en la que buena parte de nuestros bosques pasó, para siempre, a la historia, casi siempre por humana intervención; en la que hemos dilapidado parte de nuestro territorio, en las últimas décadas especialmente en las zonas costeras, y no precisamente producto de la erosión.Se trata, en esta ocasión, de unos incendios de enormes dimensiones que dejaron completamente calcinadas buena parte de nuestra masa forestal y puesto en peligro de extinción a algunas especies de aves. En ese sentido, lo entiendo, completamente natural el desastre.Pero sólo hasta ahí. En primer lugar, porque todo apunta a que, al menos en el caso de Gran Canaria, fue obra humana el encendido de los fósforos imprescindibles para que el fuego iniciara su destructivo e imparable camino, por quítame allá un contrato. Tremenda irresponsabilidad criminal la de quien por asegurarse unos meses más de empleo pone en peligro la vida de miles de personas y convierte a media isla en cenizas, con efectos sobre la naturaleza que durarán décadas, además de los costos económicos y sociales de todo lo arrasado por el fuego esta larga semana, no sólo masa forestal sino también viviendas y cultivos. Todo el peso de la ley debe caer sobre este ciudadano que, aunque seguramente no midió las consecuencias de su acción, esa falta de calibración no lo exime de nada.Pero más allá de la concreta actuación de este despreciable individuo, con todas las presunciones que quieran ponerle, se encuentra, también, la incapacidad de las administraciones públicas para diseñar planes adecuados para dar respuesta a fenómenos como este. Y que no se solventan, disiento por completo de los ecologistas de Ben Magec, con la salvadora movilización de voluntarios, como plantearon/exigieron algunos de sus portavoces. Un hecho que supondría, en mi opinión, entorpecer las ya de por sí complicadas tareas -que por su complejidad y peligro deben estar profesionalizadas al máximo- y significaría, posiblemente también, abrir una larga lista de in-voluntarias víctimas mortales.Y tampoco cabe sembrar la duda de manera tan sutil como ruin, como ha hecho Joaquín Reina, coordinador de Medio Natural de Ecologistas en Acción, al afirmar: “No queremos pensar que el motivo del retraso en la activación de esos niveles es que el mando pasaría a una administración territorial distinta y de signo político diferente. No tenemos datos para afirmarlo, pero no sería la primera vez que ocurriese. Lo único que decimos es que el nivel 3 se tendría que haber activado hace ya algunos días”. Reina tira la piedra, al tiempo que esconde la mano, al realizar, casi sin querer, una gravísima acusación con muy escaso sustento. El rigor no puede estar reñido con la ecología.¿Existían políticas preventivas? ¿Se trabajó antes del comienzo del verano, la época de mayor riesgo, para minimizar los riesgos? ¿O desde hace tiempo se estaban generando las condiciones para que, de darse determinadas circunstancias, por obra humana, o por condiciones climatológicas concretas, todo ardiera rápida e incontroladamente? ¿Contamos con los planes de seguridad integral que contemplen estas situaciones, con la cadena de mandos para enfrentarse a ellas desde la mayor eficacia? ¿Disponemos de los efectivos humanos y materiales necesarios? ¿Se adaptan estos a nuestras peculiaridades geográficas y a nuestra fragmentación territorial? ¿Tiene algo que ver con lo sucedido el abandono del sector primario, dejado de lado en aras de la modernidad y el progreso?En las respuestas a esas preguntas pueden estar algunas de las claves para considerar si estamos, efectivamente, ante una gravísima catástrofe natural o, por el contrario, nos encontramos ante la consecuencia inevitable de la chapuza del ser humano, esa que nos está llevando a pasos agigantados a la destrucción del Planeta. Afirma el filósofo Eduardo Subirats, “las catástrofes naturales no existen. Ni existe una naturaleza independiente de la naturaleza humana”.Me planteo esos interrogantes tras estas aciagas jornadas con el sincero ánimo de avanzar, de superar el tremendo dolor del irreparable daño causado a las islas y a su medio ambiente, el dolor que hoy compartimos los ciudadanos y las ciudadanas de toda Canarias. Y con la esperanza de que nunca, nunca, vuelva a repetirse en el futuro esta catástrofe, coincidirán conmigo, mucho más humana que natural. Enrique Bethencourt