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CenB, las tarjetas rojas de la política por Eloy Cuadra

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Imaginen por un momento que en fútbol sólo existieran las tarjetas amarillas, imaginen que bastara con que el club pagara una multa por cada cartulina recibida: ¿qué sería entonces de este hermoso deporte?, ¿qué credibilidad tendrían los equipos cuando todo quedase subsumido a una cuestión de dinero? Este símil, no obstante, parecerá un absurdo ante los ojos de cualquiera que sepa un poco de fútbol, y lo es porque desde que yo conozco este deporte existen las tarjetas rojas para sancionar a los que no cumplen las normas, porque un día, alguien que tenía a este deporte en alta estima se encargó de fijar una reglas justas que estuvieran por encima del dinero o las influencias, y mantuvieran la esencia de este juego, y el premio, y el castigo, en el genio, la destreza, el trabajo y el sacrificio de sus protagonistas. En política, en democracia, en cambio, nada de esto ocurre. En política, en nuestra democracia, se puede jugar y jugar mil veces incumpliendo las normas, los programas, las reglas de moralidad; se puede robar, calumniar, manipular o engañar sin más coste que un descenso en las encuestas: quizás porque en nuestra democracia sólo existen las tarjetas amarillas, quizás porque aquí ningún equipo con dinero baja nunca a segunda división. En nuestra democracia todo se arregla con un poco de demagogia, de tergiversación, de retórica, de echar balones fuera o atacar al rival; en nuestra democracia sí importa y mucho, la corporación, el lobby o la entente que te apoye.

Comprendiendo lo que digo se entiende mejor el desinterés general por este juego que es la democracia. Aunque no lo sepamos, en el subconsciente de la mayoría de los ciudadanos normales funciona el modelo de las tarjetas amarillas y las rojas. Tal vez por eso, yo mismo, amante del fútbol y amante también mucho más de la democracia, nunca quise entrar en política pese a las tentativas que me llegaron de algunos partidos al uso, del mismo modo que de pequeño no me gustaba jugar al fútbol en el jardín de la casa de mi amigo Jorge, porque Jorge era rico y en su jardín siempre ganaba su equipo ya hicieras tú lo que hicieras. Pero he ahí que un día, no ha mucho, tropecé con un partido político que se hace llamar Ciudadanos en Blanco -CenB-, un partido que dice ser el no-partido, que no quiere dinero alguno, ni ambiciona poder, ni aspira a gobernar en ningún sitio. ¿Qué partido es éste? ?se preguntarán la mayoría-. Tal vez lo entiendan si les digo que son las tarjetas rojas de la democracia, un partido que lo único que pide en su programa es que se cambie la ley electoral para que el voto en blanco, ese voto de protesta, de desencanto, de desacuerdo que el ciudadano democrático mete en la urna sin papeleta alguna, sea computable en lugar de repartido entre los partidos más votados, esto es: que igual que al PP, al PSOE o a cualquier otro partido le corresponde un escaño por cada puñado de miles de votos que recibe, también los votos en blanco de los ciudadanos reciban tantos escaños vacíos como les correspondan, como forma de hacer visible el descontento de la ciudadanía.

Es sencillo: por amor a la democracia, por respeto y devoción a ella este no-partido asume un papel que estaba vacante, el de ser las tarjetas rojas de este juego tan importante para todos. Ahora, ya no importa que no hayan cambiado la ley electoral, desde Canarias y desde otros muchos lugares de España, habrá “ciudadanos en blanco” que dejarán vacíos los escaños que les correspondan; ahora ya todos podemos aficionarnos con el mismo interés a la política como al fútbol; ahora, donde nuestros políticos no convenzan tendrán un escaño vacío, donde lo hagan mal tendrán dos, donde mientan tendrán tres, donde roben tendrán cuatro, y así sucesivamente hasta acabar en el banquillo de los suplentes, en regional preferente o jugando a otra cosa. Utopía ?pensarán algunos-, o peor aún, ¡anarquía! Nada más lejos de la realidad. Ciudadanos en Blanco es un partido tan democrático que por paradójico que parezca es el único que no aspira a sacar nunca mayoría absoluta, ni lo desea, ni lo quiere: de ser así habríamos de suspender la liga, y a nosotros lo que nos gusta es jugar.

* Eloy Cuadra es candidato al Congreso de los Diputados por Ciudadanos en Blanco de Canarias. Eloy Cuadra *

Imaginen por un momento que en fútbol sólo existieran las tarjetas amarillas, imaginen que bastara con que el club pagara una multa por cada cartulina recibida: ¿qué sería entonces de este hermoso deporte?, ¿qué credibilidad tendrían los equipos cuando todo quedase subsumido a una cuestión de dinero? Este símil, no obstante, parecerá un absurdo ante los ojos de cualquiera que sepa un poco de fútbol, y lo es porque desde que yo conozco este deporte existen las tarjetas rojas para sancionar a los que no cumplen las normas, porque un día, alguien que tenía a este deporte en alta estima se encargó de fijar una reglas justas que estuvieran por encima del dinero o las influencias, y mantuvieran la esencia de este juego, y el premio, y el castigo, en el genio, la destreza, el trabajo y el sacrificio de sus protagonistas. En política, en democracia, en cambio, nada de esto ocurre. En política, en nuestra democracia, se puede jugar y jugar mil veces incumpliendo las normas, los programas, las reglas de moralidad; se puede robar, calumniar, manipular o engañar sin más coste que un descenso en las encuestas: quizás porque en nuestra democracia sólo existen las tarjetas amarillas, quizás porque aquí ningún equipo con dinero baja nunca a segunda división. En nuestra democracia todo se arregla con un poco de demagogia, de tergiversación, de retórica, de echar balones fuera o atacar al rival; en nuestra democracia sí importa y mucho, la corporación, el lobby o la entente que te apoye.

Comprendiendo lo que digo se entiende mejor el desinterés general por este juego que es la democracia. Aunque no lo sepamos, en el subconsciente de la mayoría de los ciudadanos normales funciona el modelo de las tarjetas amarillas y las rojas. Tal vez por eso, yo mismo, amante del fútbol y amante también mucho más de la democracia, nunca quise entrar en política pese a las tentativas que me llegaron de algunos partidos al uso, del mismo modo que de pequeño no me gustaba jugar al fútbol en el jardín de la casa de mi amigo Jorge, porque Jorge era rico y en su jardín siempre ganaba su equipo ya hicieras tú lo que hicieras. Pero he ahí que un día, no ha mucho, tropecé con un partido político que se hace llamar Ciudadanos en Blanco -CenB-, un partido que dice ser el no-partido, que no quiere dinero alguno, ni ambiciona poder, ni aspira a gobernar en ningún sitio. ¿Qué partido es éste? ?se preguntarán la mayoría-. Tal vez lo entiendan si les digo que son las tarjetas rojas de la democracia, un partido que lo único que pide en su programa es que se cambie la ley electoral para que el voto en blanco, ese voto de protesta, de desencanto, de desacuerdo que el ciudadano democrático mete en la urna sin papeleta alguna, sea computable en lugar de repartido entre los partidos más votados, esto es: que igual que al PP, al PSOE o a cualquier otro partido le corresponde un escaño por cada puñado de miles de votos que recibe, también los votos en blanco de los ciudadanos reciban tantos escaños vacíos como les correspondan, como forma de hacer visible el descontento de la ciudadanía.