En grandes cifras, sesenta millones de personas se encuentran sumidas en desplazamientos forzosos en algún lugar del planeta, de los cuales, el 35% son refugiados, el 63% desplazados internos y el resto solicitantes de asilo. Pero aún hay más, la polarización de los movimientos se vuelve más cruenta si tenemos en cuenta que las regiones en desarrollo acogen al 86% de los refugiados del mundo. De hecho, aunque no tenga una buena sonoridad, la guerra no siempre es antónimo de paz.
Reconozcamos que vivimos en una realidad adornada y mantenida por una sociedad paralela de intrigas, sospechas e intereses. Mientras le damos al interruptor de la luz o abrimos el grifo para que salga agua de forma obligatoria, no mostramos interés alguno al ser un hecho consuetudinario. Ahora bien, hay otras tantas personas que no tienen tantas facilidades para acceder a bienes y servicios básicos. O, pudiendo acceder, no los encuentran con tanta facilidad como otras partes de la sociedad. Lo cierto es que vivimos en medio de una continua aspiración por el equilibrio, pero de nuestro equilibrio.
En estos momentos, podría ser que lo contrario a la guerra fuera la política a la hora de adoptar, como compromiso ineludible, el asumir y resolver el problema social de la desigualdad como propio de esta generación. No hay justificación alguna para la barbarie, ni de inocentes ni de culpables, pero donde hay una parte que no tiene nada que perder, porque ya todo lo tiene perdido y la otra piensa que dando un donativo a la causa, es suficiente y con eso adormilamos las conciencias, tal y como dicta la moral cristiana imperante en occidente, probablemente estemos asistiendo a una discusión donde el sonido de las tripas no dejan oír cualquier propuesta civilizada en la que todas las partes se vean representadas. Nos bajamos de los árboles para convertirnos en personas, pero la parte irracional de nuestra genética nos hace seguir siendo animales, en el significado específico del instinto de supervivencia.
Toda pandemia agranda todo tipo de brechas y el COVID no iba a ser menos. Se exacerbará la desigualdad y se polarizarán las situaciones sanitarias, económicas y, por ende, sociales. No obstante, no centremos todo en el nivel económico. Es probable que los incrementos de las diferencias tengan como variable explicativa el nivel formativo, porque te da el instrumento de adaptación. Y no solo nos debe preocupar los efectos inmediatos, sino los que se filtran hasta hacerse permanentes en forma de cicatrices. En cierta forma, los que se heredan.
La generalización de la asistencia social, el fomento de la inversión para ofrecer oportunidades de empleo, la potenciación de líneas de financiación para mantener la actividad productiva y el empleo, así como la aplicación de medidas tributarias formarán parte de la combinación de acciones atenuantes de la situación. Pero la formulación de políticas debe establecer mecanismos de distribución de riesgos y de asistencia social para proteger a los más vulnerables de futuras adversidades económicas, hayan nacido donde hayan nacido o seas de la clase social que seas.