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Así en el cielo como en la tierra

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Resulta extraño que el Papa de los pobres reciba en el inicio de su pontificado a sus invitados en un palacio vaticano multimillonario, símbolo del lujo y el poder celestial en la tierra.

El Papa Francisco, con su formas humildes y su cara afable, fue recibiendo uno a uno a todos los mandatarios mundiales que se rendían ante él sumisos y genuflexos. ¿Por qué los papas no acaban de una vez con estas reverencias medievales? Si predica con el ejemplo, podría cambiar ahora los fastos y las falsas veneraciones que alejan del cristianismo.

Hemos visto desfilar a los representantes de los países del planeta, cristianos, judíos, budistas, agnósticos y ateos, desde el dictador Mugabe hasta los príncipes de España, casi todos besándole el anillo del pescador.

Angela Merkel, sola y sin mantilla, fue de las pocas que se saltó valientemente el protocolo vaticano, por lo que demostró una personalidad sólida y singular, como la de la presidenta de Brasil. En cambio, la representación española acudió a la manera tradicional, como ovejitas obedientes del rebaño del gran pastor.

Desde los príncipes al presidente del Gobierno y señora, poniéndose todos a los pies del pontífice en una imagen clara de sumisión del poder civil al eclesiástico, lo que provocó una falta de respeto hacia todos sus compatriotas que no comulgan con ruedas de molino. Una cosa es el respeto y otra la reverencia. Recordó a la época en la que se rendían tributos y adoración a los poderes fácticos.

A los funerales de Chávez, en Venezuela, España solo envió al príncipe. A la coronación del nuevo Papa el príncipe se llevó a su mujer, Rajoy a la suya y como propina fueron otros tres ministros. Se entiende en un país en el que tenemos como presidente a un hombre que hace las cosas “como Dios manda”, pero no como se las demandan sus compatriotas.

Dudo que Rajoy se arrodille, cual vasallo, ante Merkel como lo hizo ante el Papa, aunque quizá lo haga con Obama al estilo del exministro Piqué con Bush, en la época de Aznar, cuando con el actual presidente del gobierno compartían el mismo gabinete.

Cada país tiene los gobernantes que se merece. ¿Pero qué hemos hecho nosotros para merecer esto? Ni Francisco, en su más excelsa sabiduría no exenta de humildad, podría responderlo.

Resulta extraño que el Papa de los pobres reciba en el inicio de su pontificado a sus invitados en un palacio vaticano multimillonario, símbolo del lujo y el poder celestial en la tierra.

El Papa Francisco, con su formas humildes y su cara afable, fue recibiendo uno a uno a todos los mandatarios mundiales que se rendían ante él sumisos y genuflexos. ¿Por qué los papas no acaban de una vez con estas reverencias medievales? Si predica con el ejemplo, podría cambiar ahora los fastos y las falsas veneraciones que alejan del cristianismo.